VALÈNCIA. Algunos colegas han criticado que regrese el fútbol, con los primeros entrenamientos y la vuelta de la competición, en unas semanas. Argumentan que se está frivolizando con la salud de los futbolistas y que se está desperdiciando tests que deberían destinarse a otros menesteres más urgentes. Las ligas, de hecho, se han suspendido desde Segunda B y apenas habrá unos playoffs. ¿Por qué entonces se reinicia la de Primera y Segunda? La respuesta es obvia: son una actividad económica de primera magnitud que aspira a sobrevivir, como tantos otros sectores. En este sentido La Liga, con el visto bueno del Gobierno, ha hecho lo que otras grandes empresas: reabre con un control sanitario estricto, donde los tests son esenciales.
Los profesionales del fútbol no son, en esencia, distintos a cualquier otro trabajador no esencial. Si todos vuelven progresivamente a sus puestos de trabajo, con diversos protocolos de seguridad, ¿por qué razón no iban a hacerlo ellos, cuando además sus estándares de protección son muy altos?
Habrá quien niegue la mayor: es que hay que cerrarlo todo, a la espera de vacunas y antivirales. Parlar per no callar. Los planes de choque del ministerio de Yolanda Díaz van a evitar muchos males, pero hay que vivir en la Luna para no entender que el músculo del estado tiene un límite y que, sin reacción económica que ralentice la caída, entraríamos en una quiebra generalizada dramática para millones de familias. El otro desvarío es fiarlo todo a la vacuna, que puede llegar… o no. Y cuya eficacia dependerá de muchos factores y de las mutaciones del virus. Ni siquiera la inmunidad de rebaño es del todo fiable, con la información actual.
Dicen que en el término medio está la virtud. Y la prioridad, desde luego es la salud. No es menos cierto que es imprescindible compatibilizar la recuperación económica con la lucha contra el virus. Y de hecho todas las políticas de todos los países (incluso las más restrictivas) van en esta dirección.
El fútbol representa el 1,4% del PIB anual español y, como tantos otros sectores económicos, está en riesgo. Algo que cuesta décadas de levantar puede quedar asolado en un minuto. El fútbol ha sobrevivido a mil avatares y no desaparecerá, como deporte, por el virus; pero el fútbol como lo conocemos está al borde del abismo; más de lo que parece. La explicación es sencilla: las grandes ligas está sostenidas por las televisiones, que pagan millonadas gracias a los anunciantes. ¿Es tan improbable que esas empresas dejen de tener capacidad para pagar sus reclamos publicitarios? ¿Que a las televisiones entonces no les salgan las cuentas? ¿Que les sea más rentable una serie o un show que un partido? El castillo de naipes tardaría un suspiro en caer. Tecleen en Google "Detroit decadencia", por ejemplo; si no me creen.
El fútbol, para sobrevivir y mantener su músculo, necesita regresar cuanto antes o todos los clubes podrían quebrar, al no ser capaces de hacer frente a fichas y gastos, si se caen los ingresos televisivos. Es de una lógica aplastante. Decir que sin espectadores no será fútbol queda romántico, pero lo cierto es que sin fútbol ahora, sin un plan de supervivencia y sostenibilidad a corto y medio plazo, tal vez cuando queramos volver a los estadios, sólo queden ruinas. Y nadie quiere que eso suceda.
Los primeros interesados en evitarlo son los que viven de esto, desde el fisioterapeuta al delantero centro. Algunos colegas creen que hablan en nombre de ellos, pero la inmensa mayoría de futbolistas está loco por volver a pisar el césped. El regreso de nuestros ídolos con pies de barro es esencial para evitar la bancarrota. Si se consigue será, desde el luego, el momento, de replantearse estructuralmente todo el actual modelo de negocio. Y devolver al centro de todo al aficionado que sostiene la gallina de los huevos de oro.