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opinión

Sevilla acabó con muchas de nuestras mentiras

30/05/2019 - 

VALÈNCIA. Tengo la sensación de que el viaje a Sevilla -no hablo del partido, eso fue casi una consecuencia del resto- tuvo una dimensión terapéutica, un tremendo placebo de efectos imprevistos. Viajaron a Sevilla incluso los que se quedaron en casa. Estuvieron en Sevilla también los que renunciaron a ir. En Sevilla, prácticamente todos, recuperamos la ingenuidad, volvimos a la inocencia, nos quitamos las grasientas capas que hacen del resabiado un ser sin capacidad de ilusión. Pero, ante todo, Sevilla acabó con las mentiras. Con las que nos veníamos imponiendo, con las que seguiremos a buen seguro flagelándonos. Sevilla puso en evidencia las falsedades que nos contamos.

Sevilla acabó con la mentira de la ausencia de relato histórico 

Imagino a Kempes, a Baraja, presentes en Heliópolis, mirándose a sí mismos ante la lona lawertiana. Contemplando el hilo invisible que une épocas, equipos, rebeldías. Nos ha convenido por pura vagancia hacer como que lo nuestro era no ser, no tener chicha con la que vendernos, no tener encanto, ser descastados. La realidad, puum, es otra bien distinta. El mural sobre tela de Lawerta era el mapa del tesoro del relato valencianista. No nos volváis a comer la cabeza con que no tenemos con qué. Simplemente había que compartirlo con generosidad, hacer que capilarmente llegara entre todos los aficionados. 

Imagino a pocos equipos con una carga de simbología tan grande como para que hasta sus jugadores estén obsesionados con reeditar acciones de sus viejos. Jaume encaramado al larguero, Parejo sacando la cabeza en el avión como si sus ojos fueran los de un periscopio. 

Sevilla acabó con la mentira del ‘vete-ya’

La comunión de la hinchada con el entrenador, el respaldo colectivo a su figura, convertido en protagonista central de las celebraciones, desprende la realidad de un año en el que, aún agotándose el crédito a base de empates y vacíos, quien más quien menos hizo el esfuerzo individual de darse a la paciencia. Mestalla, desesperando, esperó. Dudando (¡y tanto que dudamos de Marcelino!, ¿cómo no lo íbamos a hacer?), respaldó. Tampoco es casualidad ni fruto de lo espontáneo que la temporada que peor comenzó haya acabado como una de las mejores de nuestras vidas.

Sevilla acabó con la mentira de la falta de una canción unánime

Para los que tenemos complejitos identitarios muy variados, imaginar que el himno de los valencianos iba a ser la canción popular que unificara la voz mestallera nos hubiera parecido un destarifo. Pero quién es nadie para guionizar qué canción debe aunar el fervor colectivo. En el camino de eliminatorias hasta Sevilla se ha encontrado un cántico con una potencia escalofriante. Incluso da igual que nos inventemos fragmentos de su letra o que no llevemos bien los tempos. Hay canción. 

Sevilla acabó con la mentira del desarraigo

Los profetas de la apocalipsis, las mareas de oráculos, pronosticaron que con la venta del Valencia (como si previamente no se hubiera vendido jamás…) el club perdía su arraigo, su representatividad. La Avenida del Cid, sin pasarelas, atiborrada de ciudadanos no era la expresión de júbilo de unos hinchas, sino mucho más: el encuentro, quince años más tarde, del Valencia con su ciudad. Sentía la sensación de que, tras tres lustros, regresaba a su urbe quien se había marchado para no volver, que sus vecinos ante la sorpresa salían a recibirlo. Arraigo, arraigo, arraigo. Aderezarlo con la presencia de tipos como Soler, Gayà, Ferran o Jaume, que han hecho de su vinculación territorial un atributo al alza, redondea el aviso para navegantes: el futuro de este club pasa por canalizar su ascendencia sobre el territorio. 

Sevilla acabó con la mentira del fatalismo

Me he pasado la temporada silenciando fatalistas. “Seguro que ahora que estamos a las puertas, perdemos”. “Seguro que ahora que podemos acceder a la Champions, volvemos a cagarla”. “Seguro que el Barça nos pasa por encima ahora que ha naufragado en Anfield”. “Seguro que ahora que…”. No, este club ni es fatalista ni está predestinado al mal fario. Basta de mentirnos, nos queda grande y desaseado el traje de pupas. Fuimos a Sevilla, vimos y vencimos. Me temo que incluso perdiendo el partido hubiéramos ganado la final. 

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