VALÈNCIA. El Valencia CF lo ha tenido más claro este año: el líder, el capitán, el guía, está en el banquillo, sentado o de pie, de traje o de chándal y no sobre el césped. Hemos cambiado de aquel discurso sometedor a la voluntad de amo a este otro, algo más futbolístico y lógico. El míster es el que marca el paso, como también lo dejó bien claro Luis Enrique este verano, o como lo taladra Mourinho en la mente de sus jugadores allá por donde pasa, o Fabio Capello, que pedía ganar un euro más que el jugador mejor pagado. No es una cuestión de ego, ni de soberbia tan solo, sino de supervivencia, de contundencia en el discurso y de coherencia con lo que se suele cocer en un vestuario de élite.
Un entrenador, aunque tenga cuarenta personas trabajando para él, es un ser solitario en el fondo: oye las voces de todos los demás, quejosas unas, otras entusiastas, aquellas sugeridoras y estas de más cerca más contundentes… las oye todas, pero en verdad busca siempre el momento personal en el que escuchar la suya propia hablándose a sí mismo, porque la decisión la tiene que tomar él, y solo le puede corresponder el fracaso de su resultado, nunca el éxito. Debe medir bien lo que ha de ordenar, sugerir, mostrar, enseñar, corregir y exigir, porque el futbolista hará suyo el discurso, de un modo u otro, y reaccionará acorde a la precisión y claridad de lo que se le apunte, con la seguridad de que si la cosa sale mal los primeros silbidos no irán para el jugador, sino para el técnico, por ponerlo, mantenerlo o quitarlo.
Hay futbolistas que les escuchan porque entienden que pueden ganar más dinero, que es lo que suele ir después de ganar títulos. Hay otros futbolistas que no les escuchan nada (aunque les oigan en la banda, o frente a la pizarra un martes de esos de táctica y estrategia revisada) porque creen que ese señor de traje y corbata sabe menos de fútbol que él, salvo que hayas sido un megacrack en tus años mozos y entonces cuestiona buena parte de tus éxitos cosechados, apuntando al oportunismo, a la suerte o a que el fútbol de hoy ya no es el mismo. La cuestión es que siempre hay gente muy impermeable, tanto en lo que respecta a situaciones de juego preparadas de antemano, como en las indicaciones durante el juego mismo o incluso en todo aquello que afecta a la motivación. El técnico tiene que lidiar con esa actitud y, sobre todo, con el contagio al resto de vestuario. Ahora pensemos por qué a veces un míster quiere sacar del club a un extraordinario futbolista que, además, hasta está dando rendimiento: a veces viene dado por la desacreditación que este jugador crea en torno a la idea de juego que ese técnico quiere imponer.
Lo de que son gestores de egos, es cierto: en ocasiones es más importante saber llevar con mano izquierda un tipo de jugador, más que nada porque el enfrentamiento con él puede llevarte a situaciones muy poco previsibles y hay que recordar que el auténtico patrimonio de un club son sus jugadores a efectos contables. De ahí también que los ciclos en un club sean cortos, pues la paciencia tiene un límite que no se puede rebasar. Lo que se hace insostenible es la convivencia basada en la permisibilidad relativa, porque, al final, las gallinas se acaban escapando del corral y comienzan a hacer sus llamadas al presi, al director deportivo, a hurtadillas, etc. y hablan de malestar en el vestuario, de situaciones mal resueltas, etc. bulos (como ocurre en todos los trabajos) de gente tóxica a la que no es fácil sacarte de encima.
Luego está eso de ser como un padre: debes velar muchas veces por el porvenir de jugadores que no saben aún qué frágil es esto de la élite y con qué facilidad distorsiona la realidad. Propongo que se oigan los audios de Florentino Pérez como material adjunto a esta visión concreta: unos y otro se retratan. Pero el técnico no es (o no debe ser) un padre al uso: por encima de todo está el colectivo y las prestaciones que un grupo humano debe dar llevando a cabo una acción conjunta que debe basar su fuerza en la creatividad, el orden, la solidaridad y el respeto por el propio grupo. No hay individualidad que deba saltarse esta norma si no es para romper una línea defensiva del rival o para tomar una decisión inmediata que solo pueda beneficiar a la plantilla, aunque el jugador sacrificado se vea perjudicado en un momento dado. El míster está para exigir y para dar protección, no para sacar las castañas del fuego de nadie: sabe que deberá dar un palo a quien siga sus propias normas y, sabe también, que deberá dar confianza a quien las está fallando dos veces seguidas. Pero, del mismo modo, deberá pedir más a quien las falla, porque nadie le recordará tras el éxito, pero la victoria es la única exigencia que él tiene a efectos profesionales: el portero tiene la exigencia de parar; el delantero de meter gol, el mediocentro de destruir o construir el juego...y todos juntos estarán, así, más cerca de ganar. El técnico tiene que ganar, y depende de que aquel meta un gol, de que este otro las pare, de que menganito le dé por moverla con inteligencia, etc. Son caminos inversos, sin duda, porque el míster se ha pasado toda una semana pensando en cómo meterle mano a un rival poderoso y ha diseñado un plan, meticuloso, para bloquear las opciones del rival, pero llega el primer minuto, el lateral se despista, mira a otro lado sin cubrir su espalda, le entra uno por donde se había trabajado que no podían entrar nunca, nos disparan, pega en el palo y el rebote le da en la espalda del portero y, entonces, va para adentro y con ese balón se van, de golpe, las mil horas mirando vídeos, pensando movimientos o midiendo cómo darle instrucciones a un jugador. Ahí se fue todo, y tu mente debe resetear todo de golpe, en un minuto, y diseñar un plan (que seguro que has trabajado en tu casa porque ya sabes que el fútbol es imprevisible a pesar de que un técnico siempre aspira a hacerlo previsible) que sea rápidamente entendible por un futbolista que mira de reojo al banquillo y culpa al líder de no haber calculado bien las posibilidades de la plantilla. Es verdad: los aficionados y aficionadas tienen un técnico dentro, pero también es cierto que estos ven el fútbol “a posteriori”, es decir, tras la jugada, juzgan la decisión, mientras que el míster debe prever “a priori”, es decir, antes de la experiencia, sin que puedan realmente actuar, sino solo contemplar, visualizar y esperar a que la creatividad de un jugador resuelva, como él proyecta, una jugada que puede acabar de mil maneras posibles: el líder debe tener el ojo clínico de acertar ante tan baja probabilidad de acierto.
Hoy en día se están formando técnicos de una manera brillante (al menos en la Comunidad Valenciana, donde hay una escuela, con una identidad propia muy marcada, muy exitosa en el fútbol nacional e internacional), se les enseña a cómo articular transiciones de juego, el balón parado, la disponibilidad sobre el campo, las coberturas ocultas, las defensas con balón y sin él, el toque, la verticalidad, etc. pero han de saber que el líder está solo ante el peligro: bastará que dé un día un mal grito para que la plantilla ya no crea en él; bastará con que no acierte dos veces en un par de cambios para que genere desconfianza en jugadores y afición; y bastará que diga algo un poco ambiguo para que en el club cuestionen hasta sus mismos métodos de trabajo o sus resultados, que siempre se los atribuirán a sí mismos o a quienes confeccionaron la plantilla. Por tanto, querido Bordalás, sabemos lo difícil que es ser el míster del Valencia CF, su líder, pero al mismo tiempo, tú sabes, muy bien, que hoy mismo hay millones de personas que quisieran estar donde tú, porque no se me ocurre nada más bonito de vivir que dirigir a este gran club, a pesar de que estarás, en el fondo, solo, porque la plantilla te apoyará hasta que deje de hacerlo; el club lo mismo y la afición...pues hasta que un día dejes de estar aquí. Mientras, ten por seguro que el valencianismo no te dejará solo ante el peligro. No les falles tú tampoco.