VALÈNCIA. La nueva conjura pasa por -oh, sorpresa- Mestalla. Tuvo que venir Valverde hace un par de semanas para advertir de la evidencia. El Valencia solo saldría del abismo -vino a decir- recurriendo a la fórmula más vieja: dejarse acunar por su público.
Tiene una enorme fuerza simbólica que frente a los intentos extremos de desubicar al Valencia, frente a la lejanía y las visitas cortesanas a Singapur para despachar el club en dos tardes, sea el emplazamiento fundacional del VCF quien deba acudir al rescate.
El intento de emancipar el club de su propio entorno (este club, cualquier club) suele venir justificado por una montaña de promesas de crecimiento allende los mares; el desarrollismo fuera de nuestras fronteras. Hacer fuerte a la marca del Valencia en el Pacífico y en el Índico. Lo que sucedió -oh, sorpresa, de nuevo- es que se desarticuló el club, reduciéndolo a rescoldos. Ni reconocimiento internacional ni venta de camisetas en Filipinas. El club tirado en una cuneta al que acuden a rescatar quienes nunca se movieron del sitio: unos aficionados que, exhaustos, entienden que pese a todo deben acudir a este rescate.
Es el gran fracaso de la cultura de la circulación -instituciones deportivas como mercancía para lograr réditos financieros- frente al sentido del emplazamiento -instituciones deportivas ligadas a la energía que genera su propio entorno geográfico-.
¿Dónde están los fans circunstanciales que apoyan al Valencia y a ocho equipos a la vez?, ¿dónde están las alianzas from Manchester y la internacional barcelonesa cuando más los necesitas?, ¿dónde el lobby portugués? ¿Lo escuchan? Es el silencio. Usaron el club para lograr beneficios cruzados y cuando el club -tan marchito- dejó de servirles, quedó desamparado. Para ellos Valencia no era un club, era un instrumento.
No hay sorpresa, pero debería haber lección: la salvación del Valencia pasa por València. Frente al reduccionismo cruzado de creer que la salvación del club pasa por hundirlo definitivamente, o el intento de hacer elegir entre mantenerse a flote o ir en contra de la propiedad nociva, frente a todo eso, la alegría de comprobar cómo dos tipos repletos de cicatrices se echan a la espalda el mismísimo abismo, cargando sobre los riñones con el club, con Mestalla y con un equipo junior. Baraja y Marchena (no se trata de encumbrar, solo de notificar) han conseguido en un telediario cambiar el rumbo e imprimir un primer convencimiento: Solo Mestalla Salva.
Entre otras cosas porque es el único cobijo que le queda al Valencia. Todos sus grandes amigos alrededor del mundo lo abandonaron a su suerte.