VALÈNCIA. A Bordalás, solo por sus sonrisas y el látigo que se le percibe en la guantera, ya se le celebra como el líder caudillo que este pueblo necesita para poner orden, enmendar los desaguisados. Una voz en mitad del erial. Alguien dispuesto a echarse al club -y no solo al equipo- a las espaldas. Indiscutiblemente, un avance.
Por instinto, la propiedad le viene a señalar: todo esto es tuyo, ¡actúa! Sé Bordalás. Ahora, ¿en el futuro le recriminaremos que ocupe el vacío?, ¿le afearemos que haya liderado aquellos frente que nadie lideraba?, ¿haremos mofa porque se rodea de los suyos y va llenando el club de bordalases?, ¿sospecharemos porque todos los refuerzos que sugiera sean de su cuerda? Ante la ausencia de una estructura nítida, Bordalás será la estructura. Ante la ausencia de un plan, Bordalás será el plan. Ante la ausencia de un propósito, Bordalás será el propósito.
Lejos de hacernos los ingenuos a posteriori, deberíamos comenzar a imaginarlo preventivamente. Porque no es que el nuevo entrenador vaya a ser más o menos codicioso, sino que es el propio modelo de este Valencia sin norte el que le va a llevar a asumir el hiperliderazgo. Además, desde luego, por su estilo el Valencia no ha fichado a un técnico beta.
Y es, qué remedio, una buena nueva. Ante el estado magro del club, la única alternativa de solvencia es tener un modelo. Ser nítidos. Tener una apuesta y darle margen. Las circunstancias encajan con el modus operandis de la propiedad, acostumbrada a bailar en mitad de los incendios, como si no fuera con ellos, pero al mismo tiempo prevenidos para que el incendio no se salga de control. Después de unos cuantos descalabros sucesivos, no le queda más remedio que dejar hacer. No es confianza, ni un cambio en el método, ni un sobrevenido espíritu de planificación deportiva. Es pura adecuación a las circunstancias. Un cierto mecanismo de defensa.
Todo el vacío que ves, será tuyo, Bordalás.