VALÈNCIA. Gran parte de nuestra infancia la pasamos participando en elecciones binarias a partir de verdades universales: el agua moja, el fuego quema, el suelo duele si te tiras desde una distancia alta, y así sucesivamente. Es sencillo tomar la decisión correcta (llévate paraguas, no metas la mano en una hoguera, no te dejes caer desde un árbol) porque son problemas simples con respuestas simples.
Hace tiempo Valencia CF que dejó de ser una cuestión simple para sus aficionados. En su día traté de trazar cierto paralelismo entre Peter Lim y el club echando mano de la ciencia-ficción más elemental y conocida: el ‘abrazacaras’ de la saga de películas ‘Alien’. Del carácter parasitario no hace falta hablar a estas alturas. Pero sí del extremo cuidado y de la precisión quirúrgica con la que hay que retirar sus tentáculos del huésped; cualquier paso en falso podría acabar con el elemento, sí, pero también con casi 104 años de historia deportiva y social.
Objetivamente, el paso de Meriton por el club quedará para la historia como una etapa oscura en la que el bienestar de la institución quedó relegado al asiento trasero mientras piloto y copilotos se repartían un pastel de intereses, comisiones varias y un trasiego de futbolistas y transferencias pocas veces visto por estos lares. Mientras, las cuentas anuales temblaban al final de cada ejercicio. Esto son hechos probados y que pueden constatarse en cualquier memoria anual. En repetidas ocasiones los propios aficionados, elementos del entorno y colectivos de seguidores han defendido, honrado y dignificado más a la institución que sus propios dirigentes.
Para muestra, un botón: en los últimos cincuenta años -¡medio siglo!-, sólo tres figuras han ocupado el sillón presidencial durante un lustro o más. El primero, José Ramos Costa (1976-1983), que puso una fortuna de su bolsillo para que los Kempes, Bonhof, Solsona y compañía catapultasen al Valencia a la élite en España y Europa; Arturo Tuzón Gil (1986-1993), que sacó al Valencia del atolladero deportivo y económico tras el descenso y lo devolvió al grupo de los grandes en nuestro país; y Anil Kumar Murthy (2017-2022), colocado a dedo por Peter Lim, mantenido a pesar de su evidente incapacidad para ocupar dicho cargo y que tiene el ‘honor’ de ser el primer y único presidente hasta la fecha en mandar callar al estadio de Mestalla.
Por eso, en los últimos años el aficionado medio ha transicionado a la fuerza hacia un modelo más complejo de relación con su club. No es suficiente ‘tifar’ por el equipo los domingos, porque a este paso Meriton le dejará sin equipo por el que tifar. Tampoco es suficiente la beligerancia total y absoluta hacia la institución, porque los once chavales y el entrenador que defienden el escudo cada fin de semana necesitan del aliento de la gente. Hay una desafección clave y palpable, pero basta con saber redirigirla. O quizá mejor, basta con cambiar el esquema mental ligeramente.
La desafección institucional lógica, merecida y frontal hacia Peter Lim y Meriton Holdings nunca, jamás, debe llevar aparejada una desafección deportiva hacia el equipo de fútbol.
Dicho de otra manera: #LimOut y #AmuntVCF son perfectamente compatibles.
No es un proceso sencillo. Enfrente tenemos a auténticos maestros del embrollo, especialistas en liar la madeja de los conceptos para provocar confusión.
Como dijo Vicent Molins hace unos días en la charla que mantuvimos al hilo de su último libro ‘Club a la Fuga’, se trata de un proceso que nace de una necesaria madurez de los aficionados. No todos han alcanzado ese punto: algunos, por propio interés en negarse a alcanzarlo, insisten en proclamar a gritos que hay seguidores, periodistas o terceros “que quieren que el Valencia pierda”. Mire señora, suélteme el brazo y escuche con atención: el Valencia como institución ya perdió en 2014, derrotado por quienes le dieron las peores cartas y, encima, marcadas. Literalmente sólo nos queda la pelota, ahora que se ha comprobado que el poder de la masa social se ha visto socavado por aquellos que lo malvendieron hace más de ocho años.
A pesar de las pataletas de unos pocos, es reconfortante ver cómo cada vez más gente tiene interiorizada la necesidad de apoyar a los chavales cada jornada, ir llenando la bolsa con puntos para llegar lo antes posible a los 40 que pidió Gattuso hace un par de semanas, y mantener una actitud crítica y contraria a una propiedad que -a pesar de haberse desmarcado de Murthy cual apestado- tiene todavía muchas disculpas que ofrecer y errores que corregir. Un nivel de madurez y de claridad de ideas que, obviamente, asusta al dirigente foráneo confiado en que dos o tres victorias seguidas bastarán para zanjar casi una década de faltas de respeto a la institución, a su masa social y a la ciudad.