VALÈNCIA. Durante la noche del lunes comenzó el terremoto. La sacudida de las historias que periódicamente iba publicando el Príncipe Heredero de Johor hacían tambalear al más pintado. De inmediato aparecieron los rumores, las especulaciones e interpretaciones varias acerca del significado de los textos. Por si alguien lo dudaba, el valencianismo seguía vivo. Muy vivo. Las redes sociales echaban humo. Las opiniones para todos los gustos se intercalaban al tiempo que, en general, imperaba la cautela. A diferencia de lo sucedido a finales de 2013 y porque la experiencia es un grado, predominaba la prudencia ante lo desconocido y las expectativas ante lo que está por llegar tras el oficioso anuncio 4.0 del aterrizaje del malayo. Su cuenta de Instagram fue el medio elegido por quien, parece, se convertirá en el segundo máximo accionista de la entidad para comunicar que su desembarco en la capital del Turia tendrá lugar al finalizar la presente temporada allá por el próximo mes de junio.
Por unas horas en Valenciastán dejamos de debatir sobre nuestras penurias del día a día para bucear en internet para conocer quién era Tunku Ismail Idris Abdul Majid Abu Bakar Iskandar ibni Sultan Ibrahim Ismail, que es como se llama este miembro de la realeza al que nos acostumbraremos a ver por Mestalla. Sin embargo, y dejando de lado lo sucedido en el Palau de la Generalitat, la llegada del Príncipe servirá de poco si el equipo no es capaz de sumar los 42 puntos con los que el club se asegurará continuar un año más en la máxima categoría del fútbol español. Y esto es lo que más me preocupa a estas alturas de la película. Soy consciente de que la economía che necesita algo mucho más que tres victorias seguidas, pero sin ellas...sin ellas, el resto pierde cualquier sentido.
Como sentidas fueron las palabras de Gabriel Paulista tras la derrota en el Coliseum. Las lágrimas del brasileño dolieron en el alma. Fueron la muestra de cuál es el estado anímico que, por momentos, vive el vestuario blanquinegro. Quizá se trató de un instante puntual fruto de la impotencia después de una derrota, pero aun así, hizo daño. Entiendo que para la plantilla resulte complicado evadirse de todo aquello que sucede a su alrededor y que nada tiene que ver con el verde, pero deben hacerlo. No hay más remedio. Están obligados a crear una burbuja que les permita centrarse la pelota y enderezar el rumbo en una Liga en la que los sinsabores ganan por goleada a unas pocas alegrías que nos hemos podido llevar a la boca.
Y qué mejor manera que hacerlo que con los derbis que vienen por delante. Enfrentarse mañana al Villarreal y la semana que viene al Levante tiene que ser diferente. La plantilla debe acogerse a cualquier motivación -si es que no lo es bastante de por sí mantenerse en Primera- para dar un paso al frente y demostrar que, pese a la coyuntura, la grandeza del Valencia es incuestionable. Aunque no va a resultar sencillo. Pese a que el Submarino no pisará el coliseo de la Avenida de Suecia en su mejor momento, los amarillos cuentan con un delantero capaz de ganar partidos por sí solo. Gerard Moreno está de dulce y frenarlo no resultará tarea sencilla. Como tampoco lo será el regreso de Parejo y Coquelin a la que fue su casa. Especialmente para el ex capitán. El de Coslada se ha asentado en la Plana Baixa, ha declarado en diversas ocasiones que vestir de amarillo "fue lo mejor que pudo hacer" pero volver a pisar ese césped con otra camiseta le removerá las entrañas, no me cabe duda. Es más, si hubiese público creo que estaríamos a pocas horas de ver por segunda semana consecutiva alguna que otra lágrima por el estadio. En este caso, por la emoción.