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LA CANTINA

Una de bravas para Alberto

5/03/2021 - 

VALÈNCIA. Muy de vez en cuando llega un jueves y no sé de qué escribir. Generalmente siempre tengo claro qué quiero contar esta semana, con qué asunto pretendo entablar el desigual pulso por las audiencias con el fútbol. Ellos, los del fútbol, son muchos, casi un monopolio, pero a mí siempre me gustó callejear y evitar las grandes avenidas porque ahí suelen estar los lugares más auténticos y menos transitados.

Esta semana no lo tenía tan claro. Anoche empezó el Campeonato de Europa de atletismo, mi deporte predilecto, pero intento no abusar. 

También contemplé la posibilidad de hablar sobre la facilidad con la que se demoniza a las árbitros en el fútbol. Y sopesé poner de ejemplo el Barça-Sevilla de Copa en el que un jugador falló un penalti y, a pesar de ese error, el culpable de la eliminación del Sevilla era un árbitro que había cometido, o eso decían algunos -ya saben, la verdad varía en función del bando que ocupes-, otro error. Y siempre que veo partidos así me pregunto: ¿Por qué se disculpan los errores de los futbolistas y se criminalizan los de los árbitros? Y por qué nadie en España, absolutamente nadie, se inmuta cuando esto sucede.

Pero voy a rodear este cactus y a seguir recto, que luego los periodistas futboleros se ofenden y te tildan de rarito por contar esta obviedad, que los futbolistas pueden fallar y los árbitros no.

El caso es que, abierta ya la cantina, me he dado cuenta de que lo que realmente me apetece esta semana es brindar en mi barra por uno de mis mejores clientes, Alberto Hernández, periodista y compañero de la revista ‘Corredor’, que las está pasando putas en la UCI de un hospital de Madrid por la covid. La primera semana se la tiró en casa, fatigado pero en pie. Cada dos días le preguntaba y me contaba cómo le iba. Yo, cada año más realista y con menos filtros, le advertía de que estuviera alerta, que las segundas semanas estaban llenas de bajones. Él me contestaba diciendo que lo tenía claro porque, además, como le flipan los Phoskitos, las bolsas de patatas fritas y todas las mierdas llenas de grasas saturadas que vomitan las máquinas estas de ‘vending’, está gordete. 

El primer día de la segunda semana, un lunes por la mañana, me contestó ya desde el hospital. Y por la tarde los que me escribieron fueron Álex y Nacho, dos compañeros de la revista, para decirme que estaba en cuidados intensivos.

Yo es un tipo al que adoro. Porque es muy simpático, muy educado y le encanta, eso he deducido, que nos tiremos más de una hora hablando de atletismo ensalzando a los buenos, pero también a los auténticos, a los honrados y a los normales. No nos van las vedettes.

Alberto, eso dice el parte que, cada mañana y cada tarde, rula por los móviles de decenas de amigos suyos, va mejorando. Muy poco a poco pero va mejorando. A mí me gusta pensar que aquellos días en los que las zapatillas vencieron a la servilleta, que también los hubo, terminarán por decantar la balanza hacia el lado de los vivos. Y los ratos que me pone triste pensar en él mientras lo pasa mal, ahí metido, ajeno al Europeo que hoy estaría disfrutando desde la grada, fantaseo con el día en que nos volvamos a sentar en la terraza del Ricardo con una cerveza en la mano y una ración de bravas, la segunda que ha pedido, a traición, sin consultar a nadie, comentando el último récord batido en València. Ahí fuimos y seremos felices. Con tan poco, pero tan valioso.

Espero que se recupere pronto. Por él, por su familia, por su hijo y por la legión de amigos que estamos desde aquel lunes con el corazón encogido. Pero también porque es muy gracioso escribiendo. O porque es el que narra, perfecto equilibrio entre el conocimiento y la simpatía,  todos los ‘streaming’ que vemos los frikis cada semana. Pero sobre todo porque es muy buena persona.

Yo jamás olvidaré que a la semana de quedarme en el paro, me llamó y me comentó, en complicidad con Álex Calabuig, su eterno socio, que habían pensado en darme más cancha en la revista.

Lo llevo guardado ahí dentro y nunca se lo recuerdo, quizá porque entre amigos de verdad no hace tanta falta decirse las cosas, pero jamás lo olvidaré. Yo solo le puedo ofrecer otra caña más. Y decirle que a la próxima le llevaré a que pruebe las bravas del Rausell, que también están riquísimas. Porque tú ya estarás sano y viviendo a pleno pulmón. Porque esto ya empezará a parecerse a una vida verdad. Y porque tengo ganas de darte un abrazo, joder.

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