Hoy, 16 de junio, hace un año de aquella mágica noche. La Fonteta nunca había vivido nada parecido. 365 días desde que Valencia Basket consiguiera el mayor hito de su historia: alzarse como campeón de Liga tras ganarle tres partidos seguidos al Real Madrid y en el 30 aniversario del club
VALÈNCIA. Hoy hace un año de aquella mágica noche. La Fonteta nunca había vivido nada parecido. Miles de corazones latiendo como uno solo y a la misma velocidad. A mil pulsaciones por minuto, mínimo. Y todos del mismo color: taronja. 365 días desde que Valencia Basket consiguiera el mayor hito de su historia: alzarse como campeón de Liga tras ganarle tres partidos seguidos al Real Madrid y en el 30 aniversario del club.
Ayer me dispuse a ver de nuevo (por cuarta o quinta vez) esos 40 minutos que hicieron que el 16 de junio no volviera a ser un día más y que, concretamente, el 16 de junio de 2017 se convirtiera en una fecha grabada a fuego en la historia de la Ciudad del Turia. Muchas de aquellas personas que tuvimos el privilegio de presenciarlo desde el Pabellón de la Avenida de los Hermanos Maristas o también desde sus casas, llevamos tiempo mirando el calendario esperando a que llegue este primer aniversario. Tras una temporada como la que ha pasado el club taronja en los últimos meses es más necesario que nunca mirar con perspectiva. Recordar el pasado, aprender de los errores y mirar al futuro.
Mientras veía el partido era inevitable pensar en determinados aspectos que se han echado de menos en esta campaña 2017-18. Pero qué feliz he sido volviendo a revivirlo. Durante unos instantes me transporté de nuevo a ese momento y ese lugar, sentía cada canasta y lamentaba cada fallo como si no supiera que es algo que ya no se puede remediar o como si no recordara casi a la perfección prácticamente cada detalle.
La piel de gallina viendo la Fonteta levantarse de sus asientos y cantar al unísono. Ver a Antoine Diot llevando la batuta del equipo. O simplemente verle jugando. La aportación incomparable de Luke Sikma en el cuatro, tanto posteando como defendiendo y el corazón que ponía siempre en la pista. El revulsivo que suponía cada vez que Pierre Oriola sustituía a Bojan Dubljevic con una compenetración medida al milímetro con Guillem Vives. El desparpajo de Joan Sastre, que le llevaba desde machacar el aro hasta hacer imposible a su atacante plantearse lanzar a canasta. Y Romain Sato, el ‘satismo’. Qué capacidad tenía para poner la mente fría en ataque cuando sus compañeros estaban en horas bajas. Un equipo en el que parecía que las cosas salían solas, una sintonía perfecta, en el que cualquier jugador del banquillo podía romper el partido y con un técnico que fabricó en dos años este Valencia Basket de leyenda.
Si Pedro Martínez mostró el año pasado la talla de entrenador que es, esta campaña en el Baskonia lo está haciendo un hecho incontestable. Gane la Liga o no, lo que ha hecho el extécnico taronja rearmando a un conjunto vitoriano que estaba tambaleándose es para quitarse el sombrero. En la Fonteta tardamos tiempo en darnos cuenta de lo que estaba haciendo. Se le recibió y despidió con pitos en diversas ocasiones, sobre todo tras la derrota en la final de la Eurocup. Poco a poco los resultados hablaron por sí solos: derrotar al Barça y al Baskonia en cuartos y en semis y arrebatarle el título de Liga a los de Pablo Laso. La gran mayoría habríamos deseado que el proyecto con Pedro al frente del equipo hubiese continuado, pero el deporte es así. Que la Fonteta cantara ‘Pedro quédate’ el 16 de junio fue demasiado tarde.
Sinceramente, prefiero quedarme con lo bueno. Las imágenes de las celebraciones de aquella noche las podría ver en bucle, y que sea imposible que no se me caiga una lágrima cada vez que veo a Sam Van Rossom y Rafa Martínez levantar una Copa que se había hecho de rogar durante 30 años. Dubi diciendo a los micrófonos de Movistar Plus que “Dubi es loco pero Liga es nuestra” y que “Valencia Basket tiene corazón”, para después llevar hasta el clímax a miles de personas con 'Freed from desire', todo un himno.
Es cierto que desde entonces la única alegría fue la Supercopa Endesa, ya con Txus Vidorreta a los mandos, y después se desencadenaría, sin duda, una de las temporadas más decepcionantes para club y afición. Pero que los árboles no nos impidan ver el bosque. No debemos olvidar de dónde venimos ni tampoco que somos uno de los pocos equipos que ha conseguido destronar a los todopoderosos Real Madrid y Barça. Aunque esta temporada no se hayan conseguido los objetivos, Valencia Basket volverá más fuerte. De este año debemos quedarnos con aquellos jugadores que han sudado la camiseta hasta la extenuación, jugándose el tipo, como Van Rossom, Rafa Martínez, Vives, San Emeterio, Dubi o Will Thomas; y también con otros que han podido brillar, cargando con una gran responsabilidad, como Alberto Abalde.
No me cabe ninguna duda de que la entidad taronja ha aprendido la lección esta campaña y, en comunión con los jugadores y la afición, se va a conseguir volver a la Euroliga. Donde debe estar. Con esfuerzo y sacrificio como siempre ha hecho este club. El proyecto no se ha frenado, ha sufrido un pequeño retraso. Y una cosa más. En el futuro, todas las temporadas no van a ser un camino de rosas, habrá decenas de decepciones. Pero jamás olvidéis esto: Valencia Basket siempre será campeón de Liga. Y eso ya no nos lo va a quitar nadie. Disfrutadlo.