VALENCIA. Antonio, fuiste seminarista antes de descubrir tu verdadera vocación: la sastrería. Tus veranos de juventud a los de ahora, serán muy distintos, imagino.
Muchísimo, con mis padres nunca fui de vacaciones. Cuando estaba en el colegio de los Salesianos sí que nos llevaban a Málaga, al pantano del Chorro y a la playa de Valdelagrana en el Puerto de Santa María, Cádiz y recuerdo como salvé la vida a un compañero que estaba ahogándose, tuve sangre fría y me sumergía para empujar a mi amigo hacia la superficie. Tras esos años de la infancia y adolescencia, fue a partir de casarme cuando empecé a veranear en Marbella, durante muchos.
¿Cómo recuerdas aquellos años en la “glamurosa” Marbella?
Era la etapa Jaime de Mora y Aragón [quien fue jefe de la oficina de turismo de la capital de la costa del sol], lo recuerdo tocando el piano en su bar. Fueron unos años donde las fiestas eran siempre invitaciones a fiestas privadas, donde destacaba el smoking blanco de los hombres y los vestidos ‘sobre el cuerpo casi desnudas’ de las mujeres y se bebía mucho. Estuvimos veraneando en Marbella mientras vivíamos en Madrid y los primeros años que estuvimos aquí en Valencia. Luego fuimos algunos veranos a Puigcerdà, al hotel Torre del Remei.
Nos vamos del lujo marbellí a la naturaleza salvaje del Saler…
He vivido en el Saler desde 1979 hasta 2001, fue una etapa preciosa donde además descansaba muchísimo mejor, al lado del mar dormía fenomenal aunque lo incómodo era coger el coche a todas horas; y guardo unos preciosos recuerdos de los veranos. Hacíamos unas verbenas nocturnas preciosas donde un grupo de amigos organizábamos todo y se vivía un gran ambiente, muy familiar. En ese apartamento organizamos muchas cenas con buenos amigos como el periodista Julio Melgar, o la pareja Salomé y Sebastián García Vernetta, algunas eran fiestas de disfraces donde lo pasábamos estupendamente o las sardinadas.
Actualmente veraneas en Altea, ¿desde cuándo?
En Altea empezamos cuando se inauguró el Villa Gadea en 2007, aunque yo iba antes a Altea Hills, pero ahí he encontrado como mi segunda casa y a grandísimos amigos como Pepe Barranquí, propietario de L’Olleta y El Cranc. En las noches de verano se hacen fiestas donde nos vamos a dormir tras ver amanecer.