Suave, sabroso y con el necesario aporte de grasa para borrarte la resaca de la cara y volver a ponerte sobre los raíles del día. Es el brunch preferido de los trasnochadores, los canallas, los bohemios; el “guilty pleasure” dominical de los adictos a las dietas. ¡Qué difícil es resistirse a los huevos benedict!
Las dos versiones que circulan acerca de los orígenes de este plato son bien conocidas, y ambas se sitúan en el Nueva York de finales del siglo XIX. Unos apuntan que el nombre hace referencia al apellido de un conocido corredor de bolsa de Wall Street. Cuenta la historia que en 1894, Lemuel Benedict llegó al restaurante del hotel Waldorf arrastrando los efectos de la importante melopea de la noche anterior. Dando muestras de una gran intuición, pidió tostadas con mantequilla, huevos escalfados, crujiente de tocino y salsa holandesa. El chef del hotel no perdió ripio, y decidió perfeccionarlos dándole la forma que hoy conocemos: una base de tostada en pan de muffin inglés, una tira de bacon y un buen baño de salsa holandesa. La segunda versión, por el contrario, atribuye el descubrimiento a la señora y el señor Benedict, un matrimonio de clase alta que fue obsequiado con el nuevo invento al pedir “algo diferente” al chef del restaurante Delmonico’s de Nueva York.