VALÈNCIA. El sábado estuve en Ikea. Tal vez sea el peor día de la semana para visitar la famosa tienda de muebles, que en Valencia está situada en Alfafar, porque todo el mundo ha pensado lo mismo que tú. Cabe recordar que el establecimiento tiene prohibido abrir los domingos. La clientela mayoritaria la componen familias con niños, ya de vacaciones, que lejos de claudicar ante el calor estival, se dejan arengar por el aire acondicionado. Clanes dispuestos a amortizar la ludoteca y dar buena cuenta del bufet, aunque para ello tengan que padecer un calvario a cambio de un bocado de ambrosía fast food. La idea de escribir este artículo me sobrevino al constatar una cola kilométrica en el comedor, cuyo marcador indicaba '20 minutos de espera', que en ningún caso estaba dispuesta a sacrificar.
Solo quería un café y un dulce, pero renuncié a este último. Una decisión que, en una persona como yo, constata el pavor de la escena. Nunca antes un espacio sueco albergó tal volumen de ruido. Conversaciones a viva voz, cubertería entrechocando y llantos de bebé como banda sonora de una secuencia épica, un combate por hacerse con un hueco en cualquier mesa, cualquier pasillo, que en el mejor de los casos se materializaba en una esquina. Solo me quedó esperar a la salida de la tienda, donde hay una barra de comida rápida (más rápida aún). También unas máquinas de las que sale algo parecido al café.