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13 de noviembre / OPINIÓN

Vender positivismo es engañar al personal 

22/03/2022 - 

VALÈNCIA. No sé por dónde empezar y creo que lo más coherente es mirando al futuro y deseando que el descenso que se avecina sirva para algo y provoque una regeneración en todos los sentidos. Porque el problema es estructural. Porque lo que se ve en el terreno de juego va mucho allá de nombres propios y es el resultado de una sucesión de decisiones erróneas. No se pueden tapar tantos agujeros y autoconvencerse de una realidad paralela que no existe. Y es que he intentado creer en que había solución, que se podía revertir la situación deportiva, pero si eso suponía mantener estos mimbres que no se sostienen prefiero caer, dar un par de pasos atrás para coger impulso, reciclar y reconstruir. Esa es la única forma de volver a creer y cuanto antes se active la maquinaría, mucho mejor. Así se ganará tiempo y margen de reacción con los demás.  

Es agotador este Levante. Lo de Pamplona fue una decepción enorme, otra más, por haber creído en el despegue, aunque fuera con la boca pequeña, y rogar que esta recta final no fuera un suplicio. La estocada definitiva a la ilusión por horrores propios, inaceptables para un equipo profesional. Y cuando esta bofetada de realidad se repite no es por casualidad. Es imperdonable. Era una final por la supervivencia y el equipo no compareció hasta que vio que no había solución e intentó maquillar el sonrojo mientras Osasuna ajustaba su engranaje tras su carrusel de cambios y con el botín amarrado. Sin ritmo, sin tensión, sin intensidad ni concentración. Nada de nada. Ni cabeza, ni corazón. 

Era la última bala y voló. La enésima oportunidad perdida en un partido vital sin el futbolista mejor pagado por una indisposición (según la convocatoria oficial) y cuando más se le necesitaba. Otra más en toda la convulsión que gira alrededor de Campaña desde que fuera internacional absoluto y que no se logra frenar sino todo lo contrario. Siempre hay un borrón más en el expediente del andaluz. Me da igual si fue por indisposición, por molestias en el sóleo o por lo que fuera. Lo que quedó es que en un encuentro de tanta trascendencia como el del sábado no estaba el jugador más caro de la plantilla que se irá de aquella manera a final de temporada. 

Después del desastre en El Sadar escuchaba a Darko Brasanac, autor del 3-0 navarro, decir que es importante “acabar bien la temporada” e irremediablemente retrocedí a ese cierre del curso anterior que dejó a las claras la necesidad de refrescar al vestuario y no se hizo. Que sí, que estaba la pandemia, pero se desafío demasiado a la suerte, no se tomaron decisiones (o se ejecutaron tarde) y aquí están las consecuencias: sin una base firme, con un proyecto deportivo que hay que reformular y casi empezar de cero y con una situación económica asfixiante, atados de pies y manos, y no solamente por esa obligación de vender por 10,5 millones antes del 30 de junio. Ahí sí debe notarse el ‘efecto Felipe Miñambres’, que no sé si sabe bien el ‘marrón’ que tiene entre manos por la necesidad de hacer caja de manera inminente, con jugadores que se irán libres y otros como De Frutos cuyo traspaso, sobre el papel, ayudará a salvar la papeleta. 

Si estrellarte y bajar a Segunda División significa que se haga un ejercicio de profesionalidad, se asuman las muchísimas meteduras de patas, se entierre el compadreo, se tiendan puentes, se emprenda un aperturismo real, se dejen las excusas, no se pongan matrículas, ni se tomen represalias por mostrar un escenario que preocupa, bienvenido sea. Es evidente que cuando juegas con fuego, las probabilidades de quemarte son altas y los daños se extienden mucho más allá de lo que sucede sobre el verde. En el mundo del fútbol parece un milagro que los ciclos se cierren como toca.

De verdad que creía que el equipo se había despojado de ese bloqueo mental que suponía no ganar y que empezaba a transmitir sensaciones suficientes para enderezar el rumbo y obrar el milagro. Pero cuando parecía que había resucitado, se ha enterrado solito. Es que además en algún momento los rivales directos empezarían a ganar. El 3-1 ante Osasuna es calcado a la derrota en casa contra el Cádiz. Un examen final y suspenso. Decepcionante. Y entre un disgusto y otro pasaron solamente otras siete jornadas. Porque igual que el equipo era el único que podía hacer que se recuperara la fe, también ha conseguido dilapidarla por un nivel defensivo grotesco y ese atrevimiento inexistente que es necesario cuando no tienes nada que perder porque peor no pueden ir las cosas… o quizás sí. Por ejemplo, como sucedió en el Wanda. Ese era el camino y no verlas venir. Esa era la única propuesta posible para mantener la esperanza 

No hay milagro posible que pueda ocultar las vergüenzas. Hay futbolistas que no entienden lo que hay juego… o simplemente que no les llega para rendir en la máxima categoría. Al final los mensajes públicos pierden valor. Y aplaudo a los que tienen que plantarse delante de un micrófono a dar la cara. Claro que hay que ser bastante más agresivos, que hay que morder para hacer daño, que hay que leer mejor los encuentros, que si te juegas la vida hay que demostrarlo, que hay que luchar hasta que las matemáticas digan los contrario, aunque el Levante esté virtualmente sentenciado… tantos y tantos factores elementales que por mucho que se repitan no se traducen en el campo si no das el mínimo exigible. Porque para acercarse ahora a la permanencia, hay que ganarle al Villarreal y al Barcelona y que los que también están en el jaleo por la salvación no lo hagan. La distancia es de ocho puntos, más el golaveraje, con el Cádiz y quedando 27 por disputarse contra adversarios de órdago: seis de los nueve primeros (Real Madrid, Sevilla, Barcelona, Real Sociedad, Villarreal y Valencia), además de Granada, Alavés y Rayo Vallecano. Vender positivismo es engañar al personal porque se han acabado los motivos. No queda otra que acabar con dignidad. 

Con ridículos como el último me acordé de Paco López. Estoy seguro de que con él no estaríamos tan abajo, tan hundidos y transmitiendo esta debilidad futbolística. No digo que no hubiera que echarlo porque la situación estaba enquistada y se había entrado en un punto de ‘no retorno’. Me refiero a que este grado de decepción no lo sentiríamos con el míster de Silla. Porque en ‘finales’ como la del sábado, con el agua al cuello, su Levante respondía siempre, era valiente y no pensaba en su situación clasificatoria. Paco tapó muchas carencias. Ese fue uno de sus grandes errores: no plantarse y exponer públicamente las fugas que había que reparar sí o sí. Pero terminó comulgando con situaciones que no compartía y todo fue por los aires. Fue ‘hombre de club’ de principio a fin y eso tiene cosas buenas y malas. El contexto, los mensajes y el discurso acabaron con uno de los ciclos más exitosos de la historia del club de manera abrupta. Y ahora me doy cuenta, y la última vez que lo vi se lo dije, del rendimiento que le sacó a esta plantilla y lo poco que se valoró. Hay unos cuantos jugadores que deben darle las gracias por encontrarle en el camino y convertirlos en futbolistas de Primera División. 

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