Así, es importante que la entidad instaure un régimen de disciplina y orden interno porque el ambiente de vacaciones en el mar que imperó esta temporada es el causante de que muchas inversiones se hayan echado a perder...
VALENCIA. Hay frases hechas que definen situaciones. Cuando el Valencia va bien, gana, y está donde tiene que estar, enseguida aflora el "no juega a nada". Alegrémonos cuando escuchemos eso, es sinónimo de buenas noticias. En cuanto la cosa se tuerce, se recurre a la mala preparación física, la falta de compromiso o a la sempiterna ausencia de testiculina. Argumentos muy propios para acompañar la cena de Navidad.
Pero las cosas suelen ser más complejas. Durante este curso es cierto que el físico dejó mucho que desear, pero nos encontramos ante un caso de jugadores llevados al límite. No son pocos, que sin poder andar, se han pinchado para jugar por necesidad. Ni los que estando bajo mínimos han tenido que alinearse. O que encontrándose todavía lejos de recuperarse han saltado al campo a echar una mano.
Aspectos que podrían entenderse como 'compromiso' se han 'premiado' (y silenciado) con apaleamientos públicos incitados a golpe de portada. No es de extrañar que los futbolistas se hayan sentido abandonados y maltratados durante gran parte del año. Estamos ante un off de diversas motivaciones.
Esto, claro, no exonera a nadie de sus pecados, que también los hay. Pero para juzgar es mejor ver la película entera y no quedarse sólo con el tráiler.
Pretender que una plantilla se motive sola es otra de esas coletillas estupendas que lanzan los entornos. Es un gran problema ese, pero es un problema que nace desde la raíz misma del club. Porque uno de los grandes males de la institución es la ausencia de club. Y durante este año, ni hubo una cosa, ni la otra (entrenador).
Así, es importante que la entidad instaure un régimen de disciplina y orden interno porque el ambiente de vacaciones en el mar que imperó esta temporada es el causante de que muchas inversiones se hayan echado a perder. El caso Negredo, por ejemplo, resulta insultante. Es tan insultante su sobrepeso, como la bula que tiene por parte del entorno, o la incapacidad del Valencia para meterlo en cintura.
Es un jugador que cada día que pasa está peor que el anterior ante la pasividad de unos entrenadores que ni le exigieron ni se atrevieron a exigirle (por culpa del antecedente Nuno y la jauría de viudas que utilizaron al delantero para sus guerras personales). Y eso, la ausencia de autoridad, exigencia interna y meritocracia, es uno más de los ingredientes que erosionan convivencias.
Son carencias que degeneran siempre en estados de abandono.
Santi Mina, por ejemplo, acabó viendo entre el desorden y alimentándose de natillas, aumentando en seis kilos su peso. Se le vino el mundo encima al verse sólo en una ciudad desconocida y desprovisto de entorno familiar. Fue un chico que entró en barrena y casi se pierde. Su cambio radical reside en el gimnasio y en recuperar su peso, pero sobre todo en traer a su novia a vivir con él, con sus padres cerca otra vez, y en haber encontrado amistades en la ciudad.
Danilo, por contra, es un obseso del cuidado del cuerpo. Pocos hay más profesionales que él en este mundo. Pero es un muchacho que vive aislado en un chalet. Del que no sale salvo para entrenar. Su única relación es con Aderllan Santos. Podríamos hacer una lista mucho más extensa de casos, que uno a uno, han ido configurando la temporada.
Y eso ocurre porque en el Valencia no hay nadie que se ocupe, ni preocupe, de sus inversiones. No hay dirección ni exigencia alguna. Y mucho menos una estructura capacitada para enterarse de que Mina lo está pasando mal cuando sale de Paterna. O que fulano vive solo y se le está cayendo la casa encima.
El problema del Valencia con su juventud no tiene que ver con la ausencia de experiencia, o la falta de calidad (raro es el jugador de esta plantilla que no está técnicamente bien dotado), su problema es haber juntado a una masa de jugadores que quedaron desprovistos de su entorno más próximo. Que viven solos en un lugar desconocido, del que no entienden su idioma o costumbres, con un montón de horas libres al día (o problemas personales) y sin nadie cercano que les arrime el hombro.
Cuidar estos detalles (que es lo que hacen los clubes serios) es lo que hará que muchos de ellos, que ahora parecen inservibles, en otro contexto mejoren ostensiblemente su rendimiento. Solucionar éso es lo que le evitará al Valencia tener que tirar a la basura el dinero que ha invertido y gastar el que no tiene.
Pero también es muy importante, vital, acompañar dichas mejoras con un entrenador, que más allá de instaurar un 4-2-3-1 o un 4-4-2, sea de los que trabaja específicamente con sus jugadores. Que enseñe, no que venga a aprender. De los que obliga a quedarse tras el entrenamiento para mejorar aptitudes o defectos individuales. Esas cosas se dejaron de ver hace demasiado tiempo, y es el causante que en las últimas legislaturas ni un sólo jugador del Valencia haya mejorado respecto al estado que tenía cuando se le fichó.
No sólo es importante que el próximo míster cumpla con tales requisitos, sino también que el club reinstaure una estructura capaz de generar un ambiente de exigencia interna que incite al profesional a abandonar el relax en el que ha vivido durante el curso. Porque además de un buen entrenador, se necesita de un buen entrenador que tenga tras de sí un buen club. Y para eso sería necesario que aquí empezara a mandar alguien.