VALÈNCIA. Fruto de la costumbre es posible que las algaradas que profiere Anil Murthy caigan en saco roto. Pero, de repente, una de ellas, cobra sentido. La rescataba Paco Polit esta semana y corresponde a unas declaraciones del presidente en una conferencia el 7 de junio.
Dice Murthy:
"Dije: "¿Estamos gastando el dinero en el lugar correcto?" Quiero decir, València como ciudad no tiene una población muy grande... ¿No saben ya lo que es el Valencia CF? ¿Por qué estamos gastando tanto dinero en la ciudad? Conforme escarbas, y escarbas, y escarbas... Y sigues preguntando por lo más básico, el punto de inicio de por qué hacemos las cosas, te das cuenta de que nadie nunca pensó sobre ello."
Más allá del evidente adanismo y su habitual retórica desmemoriada (antes que él, la nada), lo que señala Murthy es una de las cuestiones más importantes para entender el momento del fútbol europeo… y el camino hacia su futuro. El pensamiento de Murthy no es endémico de su tropa, sino que está generalizado en la mayoría de clubes por influencia tóxica de los equipos más importantes. Lo que Murthy plantea es, sencillamente, la separación definitiva entre los clubes y sus ciudades nativas. Clubes sin ciudad. La elevación del club como ente flotante cuyas afinidades se consiguen en cualquier parte, esto es, en ningún sitio. Como si una nueva hornada de propietarios y dirigentes, contagiados entre sí por el mismo dislate, hubieran llegado a la conclusión de que es una gran idea subir a sus clubes a la nube, instalarlos en un territorio algorítmico indefinido, y abandonar los entornos locales. El desafío es tan serio que merece un libro urgente (bueno, como que ya se está escribiendo).Sacrificar el entorno local, dejar de abonarlo, de darle mimo, de activar a los tuyos, supone que cuando vienen mal dadas, cuando una generación naciente no tiene factores de conexión con el que debiera ser su club de instinto... la fuerza imparable de los clubes alfa se cuela entre esas rendijas y los capta. Porque si juegas a lo mismo que ellos, pierdes doble: queda desguarnecido el entorno cercano y dejas el camino libre a que el club de la Superliga aspire a tus aficionados del futuro. Ellos cuentan con un alcance mundial, con altavoces mundiales, con recursos mundiales. Tú, contabas con la fuerza de tu entorno, pero lo desperdiciaste.
Producto de esa confusión, un olvido letal: la fuerza del Valencia es ser un club de provincias. No es poca cosa. Según el último informe del CIS en el que se preguntó a los españoles de qué equipo eran, solo un puñado de provincias no tenían al Madrid y al Barça entre sus dos equipos afines. Una de esas provincias era Valencia: un 54,84% de aficionados del VCF, un 18,28% del Barcelona, un 17,2% del Madrid. No parece que los datos puedan haber diferido a mejor. Ni tan siquiera las provincias limítrofes tienen al Valencia entre sus preferencias. En cambio, solo País Vasco y Navarra tienen mayor afinidad por un equipo que no es Madrid y Barça. Esa es el arma principal con la que juega el Valencia: su entorno. La cifra del 54,84% debería dibujarse en gigante sobre el plan maestro del club. El resto, un ensueño, una pretensión fatua; la persecución de las migajas. Y la eterna paradoja: nunca el Valencia fue más global como cuando se ejercitó como club local.
Las cosas terminan por complicarse con el declive de los ingresos por día de partido. La fuente energética por excelencia de los clubes hace tiempo que fue menguando. Hay casos extremos, como el del United, que en 2004 recibía el 42% de sus ingresos desde Old Trafford, mientras que en 2019 esa fuente era de un 17%. Esa evolución lleva a los clubes a entender que su dependencia del entorno próximo es una limitación. El pensamiento acaba por corroborarse con la pandemia. Las bases locales son prescindibles, sospechan. Hace unos días Rubiales lo refrendaba: partidos de Liga en sedes neutrales. De nuevo, la gran trampa: tomar a los aficionados como granos de arena en la playa del big data. Fans en lugar de hinchas. Plataformas algorítmicas como reemplazo de la ciudad nativa. Desde luego un gran beneficio para los elegidos, los turboclubes con hiperesqueletos capaces de llegar a cualquier parte multiplican su alcance. Pero es el fin para el resto, quienes subsisten (o subsistían) gracias a la influencia de su comunidad local, pero que sin ella se convierten en objetos de mercado intrascendentes, vacíos de contenido, a merced de los alfas.
La confesión del presidente Murthy al respecto resulta definitiva: “¿No saben ya lo que es el Valencia CF? ¿Por qué estamos gastando tanto dinero en la ciudad?”. El pensamiento no dista demasiado del que está instalado en la mayoría de dirigencias europeas, no es una idea que le pertenece. Pero es la prueba de cargo: para qué preocuparse de la ciudad si ya es nuestra, si ya nos pertenece por derecho natural.
Los resultados de la estrategia de la última década son claros. Y poco halagüeños. Se puede optar por persistir en el modelo trampantojo de clubes sin ciudad. Sospecho que el futuro del Valencia, en cambio, pasa por el 54,84%, por ser provincial, por ser ciudad. Si es fuerte en el seno de su comunidad, será atractivo más allá de sus lindes. Si no lo es, será como un átomo perdido al que nadie espera. Ni aquí, ni tampoco allí.