Treinta años no es nada para el que lo ha vivido. Así lo recuerdo. Con alguna inexactitud, seguro. Pero así quiero que siga hasta el día que no sepa abrocharme una camisa...
VALENCIA. Recuerdo aquella temporada. Incluso la anterior, la del descenso. Incluso recuerdo el gol de Tendillo que quitaba la liga al Madrid morado de Juan José que avisaba sin avisar de lo que iba a llegar. Aunque esto último, siéndoles sincero, no se si es recuerdo real o adoptado de leerlo tantas veces en los libros que sobre el Valencia tengo en casa. También recuerdo, en el año del descenso, el partido contra el Hércules, donde llovió como si estuviéramos en el mismo Vigo una tarde de octubre. Lo recuerdo por eso, porque llovió y porque fue una de las pocas veces, tal vez la única, que fui al fútbol con mi padre. El bichito valencianista fue cosa de mi tío y padrino y, en aquellas noches de sábado con el partido a las 22.30, al llegar a casa, le hacía una crónica detallada a mi señor padre que esperaba, con su batín y su elegancia, a que el 'xiquet' le contase con sus palabras el partido que había seguido, o no, por la radio.
Recuerdo el descenso, con aquel tongo del Cádiz contra el Betis, sabiendo antes que el Barça nos había zurrado la badana allá en el Nou Camp. Ya ven, cosas de las ligas de antes. Jugándose la vida ellos y nosotros y sin horarios unificados ni gaitas. Luego, cuando el Cádiz nos hacía gracia por aquello de las cosas de El Día Después, con su afición, con Quico escrito tal cual y Rovira, el masajista, y su miedo a las serpientes de mentira, los más viejos del sector 3 y 4, donde ahora late la Curva, nos afeaban esa conducta simpática, por el tongo sangrante perpetrado por aquel presidente cadista llamado Irigoyen. Y que leí, o escuche, que Giner fue el último jugador del Valencia que tocó el balón en la temporada del descenso, de lateral izquierdo suplente. Era imposible jugar en el centro de la defensa con Arias y Tendillo, claro. Y ese verano, extraño, porque no iba a venir el Barça, ni el Madrid ni el Athletic de Bilbao, sino el Barcelona Atlètic, el Castilla y el Bilbao Athletic. Y cuando me preguntaban por el Valencia los mayores, contestaba con soniquete de listillo que en segunda seríamos como la UD Alcira, escrito tal cual, que arrasaba año sí, año también en la Tercera valenciana. Y el Xerez, con Botubot. Y el Sestao y su camiseta, con esos colores que me siguen enamorando y aquel número tres con la serigrafía distinta al resto. Y la 'senyera' con franjas estrechas, que asomó alguna vez, casi tan bonita como la de la Copa del 79.
Recuerdo que se creó una conexión entre las aficiones del Valencia y Logroñes. Los riojanos venían con toda la simpatía del norte, sus botas, sus chapelas, boinas o lo que fuesen eso que llevaban en la cabeza y vestían con orgullo sus colores, cuando no era moda el llevar puesta la camiseta de tu equipo a los partidos si eras adulto. Ahora, hasta se personalizan como 'Iaio' y 'Net' y es una maldita maravilla. Y la bota de vino riojano iba grada arriba, grada abajo, en una francachela que ahora es casi de no creer por eso de que somos todos más tontos que los tontos que hacen radio porque son muy feos para hacer tele y que preguntan a todas horas por el 'vete ya' que aunque sea una mentira, por mucho repetirlo nunca será una verdad. Y la conexión, o lo que sea, nos hizo subir a los dos, siendo 'Friends for life', hasta que el fútbol moderno se comió al Club Deportivo.
Recuerdo que, aquella temporada, la conexión Subi-Quique era una maravilla. El Faraonito, respetuoso nombre de guerra por aquello de su juventud y linaje, se hinchó a marcar goles y dar asistencias, con esas apariciones propias de lateral de otro fútbol. Y a Fernando con Arroyo, al que ibamos a Paterna años antes a verlo jugar y deleitar con el Mestalla. Tal vez ese año se crearon los bandos de fernandistas y arroyistas. Yo siempre fui de los dos, con Carlos siempre sentado a la derecha del Dios Gómez. Y los goles de Pedro Alcañiz, que dejo de ser Pedrito aquí, con Sixto mordiéndole los tobillos a base también de goles para que no se despistase. Y Bossio, que venía de jugar el Mundial, y se vino a segunda. Y Sánchez-Torres, un hispano-holandés, al que todos llamaban 'Cabra loca' porque era muy atolondrado. Aunque los mayores decían 'atrotinat'. Y Sempere, como eterno portero, aunque el listo de Don Alfredo se inventó la rotación bajo el arco con Serna, por aquello de mantener despiertos y exigentes a los dos. Y Arias, marcando goles. Palabra.
Recuerdo la camiseta y su marca. Ressy, con cuello de pico que sería moda en Telecincos de viceversa y islas de muslo y pechuga. Recuerdo el ascenso, largo por aquel invento del play-off. Y la fiesta. Con los ojos de Quique, por aquel entonces más chaval que ahora, abiertos como platos y vestido de calle, disfrutando del momento. Y la pancarta de 'Solo fue una pesadilla', con letras caseras bien grandes. Todo esto, y alguna cosa más que ahora no está, me viene a la cabeza, con mis treinta y doce cumplidos, de lo que pasó hace treinta.
Treinta años no es nada para el que lo ha vivido. Así lo recuerdo. Con alguna inexactitud, seguro. Pero así quiero que siga hasta el día que no sepa abrocharme una camisa.