VALÈNCIA. Soy de defensas centrales, lo reconozco. Me gusta el fútbol control, ese tan demonizado por la gran mayoría, que se construye desde atrás y que puede convertir un pase interior, un desplazamiento en largo -tildado habitualmente como ‘pelotazo’ por los sabios- o un cambio de orientación en una jugada de gol sustentada en la velocidad y el ‘efecto sorpresa’ que desarbola a un rival en décimas de segundo.
Mi ídolo de la infancia fue Franz Beckenbauer hasta que me enamoré perdidamente del gran Ricardo Arias. Más tarde vi en Roberto Fabián Ayala la figura del futbolista que me hubiera gustado ser de no parecerme más al balón que a ningún futbolista pero no me considero tan inepto como para renegar de la estética del buen atacante y admiro profundamente a aquella generación que hace nueve años nos llevó a la gloria en el Mundial de Sudáfrica con un despliegue de fútbol de toque sólo al alcance de una generación como aquella. Lo que no me explico es la corriente instalada en los últimos tiempos de ‘entendidos’ en la materia que se enorgullecen de la posesión aún habiendo encajado cuatro goles.
En cualquier caso... el fútbol es tan grande que acoge en su seno todo tipo de tendencias y modas por disparatadas que a uno le puedan parecer en un momento determinado. Seguramente es una ‘tara’ contra la que tendría que luchar pero... ya soy muy mayor para hacerlo y también tengo que reconocer que fue la explosión de Mario Alberto Kempes en el Valencia CF la que alumbró, de manera definitiva, mi militancia ‘futbolera’. Pero más allá de la ‘cofradía de la barraca’, de la que me confieso cofrade numerario, y de aquellos que mantienen la muy respetable y también acertada teoría de que el fútbol se fabrica en el centro del campo, creo que todos convendremos que el éxito siempre viene como consecuencia de un trabajo coral en el que todas las piezas son importantes pero ninguna -Messi aparte- tanto como el propio equipo.
Ahora bien: nadie o casi nadie, ni siquiera los que tenemos una visión tan reduccionista del fútbol somos ajenos a la ilusión que siempre despierta el fichaje de un delantero. El momento del gol es la culminación del trabajo bien hecho y, si cuentas en tus filas con un finalizador capaz de convertir en gol lo bueno o no tan heredado de atrás, está claro que el éxito estará mucho más cerca que si tienes arriba un ‘trompellot’ que necesite seis ocasiones clarísimas para hacer gol.
Quien llega a cualquier equipo en el mercado veraniego con etiqueta de goleador levanta pasiones con solo poner un pie en el aeropuerto y en él deposita el aficionado, de manera inmediata, toda la fe y toda la ilusión que es capaz de recopilar y también de exteriorizar como preludio de una marcha triunfal. Luego, la verdad del fútbol termina dictando sentencia y, o bien multiplica la devoción al delantero o bien lo termina condenando al mayor de los desprecios. Porque la ilusión de la llegada de un delantero es directamente proporcional a la exigencia que, más tarde, se ejerce sobre él.
Pero... lo primero es lo primero y esta semana, tras un duro ‘tira y afloja’ con el Celta, Mateu Alemany ha acabado haciéndose con los servicios de Maxi Gómez para regocijo de una buena parte de la afición que espera sus goles como ‘agua de mayo’. Como esperó en su día los de Lubo Penev, Villa, Soldado o... Negredo, Hélder Postiga y Bathsuayi. Y suele ocurrir que, llegados a este punto, todos nos ‘mojamos’ llevados por la ilusión en unos casos o por el frío análisis en otros para que, más tarde, tomen las redes los oportunistas que inician sus tuits con la cantinela de: "¿dónde se meten ahora o qué calladitos están los que decían...”.
A mí, para que me coja ya la matrícula quien quiera hacerlo, Maxi Gómez me parece un delantero extraordinario que mejora notablemente a Santi Mina, que es a quien viene a sustituir. Mucho más habilidoso y certero. No hablo de la honestidad y el abnegado trabajo que ha hecho el gallego en Valencia, para mí fuera de toda duda. Simplemente pienso -con la cantidad de condicionantes que pueden llegar a influir en el rendimiento de un jugador y ojalá el tiempo me dé la razón por bien del Valencia- que el uruguayo es mejor. Bastante mejor.