VALÈNCIA. El punto de fortuna que todo el año viene esquivando a la escuadra blaugrana valenciana decidió hacer acto de presencia en Los Cármenes, cuando parecía que podía precipitarse otro guión cruel. Eso fue al inicio de la segunda mitad. El Llevant, que había hecho merecimientos para irse al descanso 0-3 salió dormido en la reanudación, durante cinco minutos de pérdidas y errores grotescos. Emergió en ese momento Cárdenas. Y el susto entre levantinos. También Morales –el Morales más inspirado en años– para forzar un penalti, reclamarlo y anotarlo. Minuto 55. 0-2 y el Granada con diez. Extraordinaria manera de abortar la pájara granota.
Parecía que sólo una debacle podía torcer las cosas, esa que los patidors con pedigrí jamás descartamos. Temíamos una entrada a destiempo de Radoja, ya con amarilla, y que las cosas se igualaran. Había que cambiarlo, que esquivar la fatalidad. Siete minutos tardó Alessio en hacerlo. Se me hicieron eternos. Desactivado Radoja, que volvió a firmar un dignísimo partido, se hizo obvio –en ese momento ya sí– que el Llevant iba a ganar y que incluso podía golear y sumar un punto más a un partido de seis, el del golaveraje.
Lisci refrescó la delantera, con un Cantero de nuevo generoso que participó en el 0-3 y regaló otro a Soldado, quien solo ante Maximiano, disparó sin fe. En el último suspiro embocó el 1-4, sobre la línea, cariacontecido. Hay futbolistas que no deberían jugar contra los clubes de sus amores: Iborra y Rubén contra el Llevant; Soldado contra el Granada; Campaña contra el Sevilla. Se les arma una empanada emocional excesiva. Que una cosa es no exteriorizar la alegría por un gol, por respeto a la que fue tu hinchada, y otra ponerse triste. Todo ello con el Llevant jugándose la posibilidad de arañar un punto extra a un rival directo.
Llega el Sevilla y Orriols será una caldera. El equipo ha vuelto a enganchar a la hinchada, a toda la hinchada, con el mejor fútbol del año. Me parece asombroso que tantos y tantos que habían dejado de creer, vuelvan a hacerlo. Y fantástico. Todas las gargantas suman, toda la ilusión. Las cosas, sin embargo, que se habían puesto de cara con el 1-4, están casi imposibles, tras las victorias del Cádiz en el Camp Nou y del Mallorca ante el Alavés.
Tanto es así que no queda otra que la cábala: sí, el Llevant a lo suyo, a ganar. Sin eso, todo lo demás, aigua en cistella. Pero hay que estar pendientes de que pierdan Cádiz en casa contra Athletic; Granada y Getafe en el Metropolitano y en Balaídos, y, ya puestos, el Rayo en Cornellà. Es vender la leche de la vaca antes de ordeñarla, está claro, pero todo ello permitiría viajar a Mestalla no para certificar el descenso, como algunos temían hace unas semanas, sino para conquistar al fin el feudo merengue y auparse con firmeza a la salvación.
Sí, sí, ya sé: sueño despierto. Y eso que no soy optimista. Cuando hice mis cálculos, antes de la infausta visita al Madrigal, pensaba que 37 puntos servirían. A ellos se llega con cuatro victorias en los últimos seis partidos. Ahora ya no tengo tan claro que sean suficientes. Por eso lo mejor es meterse en el lío cuanto antes y acongojar a propios y extraños, algo que en cierto modo ya está sucediendo. El Llevant sigue creciendo, cuando (casi) todos, incluídos sus rivales, lo daban por muerto. Hubo efecto Miñambres, sí, todo suma, pero el gran culpable de esta resurrección, con un equipo que estaba hundido anímicamente y con un sinfín de bajas importantísimas es Alessio Lisci. Y Morales, claro, porque sin clarividencia ofensiva y sin gol todo lo demás apenas tiene sentido.