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ANÁLISIS | LA CANTINA

Almudena Muñoz ya tiene un colegio con su nombre

24/05/2024 - 

VALÈNCIA. Un niño me ha dado esta mañana, la mañana del jueves, una medalla de oro muy especial. La medalla, que ni era de oro, ni era para mí, es una manualidad de barro que hicieron los alumnos de una clase para agasajar a la gente, a los invitados, que acudieran, que acudimos, al cambio de nombre de su colegio. Un colegio que ha pasado de llamarse Magisterio Español a llamarse Almudena Muñoz en honor a la campeona olímpica de judo en los Juegos de Barcelona 92. La segunda campeona olímpica española de la historia -la víspera ganó, también en judo, Miriam Blasco-.

Al final han sido 31 años de espera a que alguien tuviera la sensibilidad suficiente y las ganas de romper con lo establecido para concederle un privilegio, un honor, a la única campeona olímpica que ha dado esta ciudad -además de la nadadora paralímpica Pilar Javaloyas-. El acto, sencillo pero emotivo, nada impostado, sin periodistas, figurantes ni oportunistas, lo organizó la gente del colegio, con su directora, Teresa Baldrés, al frente. Teresa se enteró de rebote hace un año que una antigua alumna había ganado una medalla de oro en Barcelona. Aquello fue una conmoción y, sin tener ningún dato ni número de teléfono, se lanzó a buscarla. Tardó un tiempo y cuando creía que ya la tenía, la tal Almudena Muñoz que había localizado resultó ser una karateka de Madrid. La directora de este centro no se rindió, insistió y al final dio con la verdadera Almudena. Después de conocer su historia le comunicó que el colegio, su colegio, iba a cambiar de nombre para llevar el suyo porque, además, se había enterado de que el Ayuntamiento de Valencia no quería concederle una calle (según contaron porque estaba viva y ese era un privilegio que tenían reservado para los muertos. Mala suerte, o no).

Teresa se tiró varios meses buscando “por tierra, mar y aire”, como contó, a una persona que no conocía porque creía que merecía un honor que nadie le había concedido. Me parece que no puede haber un acto más noble.

Almudena estaba emocionada. Acudió al colegio con su marido, Carlos, y sus suegros. Sus padres murieron hace años y no pudieron disfrutar de este momento tan especial. Alguien se lo robó. La deportista ya hace tiempo que dejó de ser esa joven tan tímida que apenas se atrevía a mirar a la grada, donde estaban los Reyes de España, el día que se proclamó campeona. Ahora es una mujer aplomada de 55 años que trabaja en la Fundación Deportiva Municipal desde hace décadas, mucho más segura de sí misma y que se pone muy contenta cuando ve aparecer por la puerta a algunos de sus compañeros de clase que no han querido faltar.

Luego llegan algunos políticos, como Ignacio Martínez, director general de Ordenación Educativa y Política Lingüística, o Inma Murgui, directora territorial de Educación, Universidades y Empleo. Y Rocío Gil, concejala de Deportes, Educación e Igualdad, la mujer que rompió con años de injusticia y promovió que la alcaldesa le concediera, al fin, una calle en València que llegará cuando surja la oportunidad. La edil se dirigirá después a los niños, muy formales y calladitos, para explicarles que este verano, cuando estén de vacaciones, podrán ver en la tele los Juegos Olímpicos y emocionarse con los campeones olímpicos, campeones como Almudena Muñoz.

La campeona valenciana estaba muy agradecida con el colegio y recordaba que del techo de ese gimnasio donde se estaba celebrando el acto, había una cuerda que tenía que trepar de niña. Cuando acabó su discurso, breve y dedicado básicamente a dar las gracias, algunos alumnos tuvieron la oportunidad de hacerle preguntas. Una profesora me cuenta que durante toda la semana han estado muy nerviosos porque iban a conocer a Almudena Muñoz y que algunos han investigado por su cuenta, en su casas, y han visto sus peleas y han sabido cosas nuevas de ella. Uno de esos niños multirraciales en clases mucho menos atiborradas de alumnos que las que conoció la generación de Almudena le pregunta por qué se dedicó al judo. Ella sonríe y cuenta que debajo de su casa había un pequeño gimnasio de barrio donde su hermano practicaba el judo. Su madre no quería apuntarla, pero antes de un cumpleaños, la pequeña Almudena le dijo que no quería otro regalo que no fuera empezar a hacer judo.

Luego salen todos al patio del colegio. Unos niños se van a jugar, otros se quedan pensativos en un rincón, veo a un solitario caminar detrás de un arbusto y muchos acuden a darle un abrazo a la protagonista, a la mujer que da nombre a su cole a partir de ese día. Un par de chavales se acercan después corriendo y le hacen una pregunta a bocajarro: “Almudena, ¿Barça o Madrid?”. Para muchos niños el deporte se reduce a eso: Barça o Madrid. Pero seguro que hay otros, por suerte, que, como Almudena, que no tiene respuesta para esa pregunta, ven que el abanico es mucho más grande y que hay otros deportes igual de apasionantes.

En una pared veo que hay escrita una frase inspiradora: ‘Aquell que llig molt i camina molt, veu molt i sap molt’. Leer mucho y caminar mucho. No parar de moverse física e intelectualmente. Eso nos hace más sabios y mejores. Se me ocurre mucha gente a la que le daría un libro y un camino.

Almudena ya está en la entrada. Allí han cubierto el nuevo cartel con una pequeña cortina que desprende la judoka para que a partir de ese momento todo el mundo pueda ver que ese es el colegio Almudena Muñoz. Ella está feliz. Yo, a mi manera, después de años de reivindicación, también. Me voy con una medalla muy cuqui en el bolsillo y una historia para esta cantina.

 



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