La semana pasada, justo el día del España-Japón, terminó el proceso abierto para resolver las alegaciones del Madrid a propósito del expediente abierto por Competición contra Ancelotti. Una cuestión menor, debió parecer, porque apenas tuvo eco, enmarañado entre el Mundial. Pelillos a la mar.
El instructor del expediente abierto desde hacía cosa de un mes concluyó sin propuesta de sanción para Ancelotti por decir, tras un Real Madrid-Girona, “se ha inventado el penalti", referido al árbitro Melero López.
Claro, podría pensarse que es un agravio comparativo con Gayà, que recibió cuatro partido de sanción por considerar: “le tienen que avisar de un penalti clarísimo. El árbitro lo ha visto y no ha querido pitarlo”. Pero es que Gayà no es italiano. Si hubiera sido italiano podría haber explicado -como hizo el entrenador- que en realidad quiso decir ‘rigore inventato’, refiriéndose a que, bajo su parecer, no era penalti, pero sin entrar a cuestionar al colegiado. Gayà, como es de Pedreguer, no pudo convencer.
El instructor del caso cree que las palabras de Ancelotti entran en el ‘libre ejercicio de la libertad de expresión’. Las de Gayà, hay que deducir, no.
El 106 del Código Disciplinario propone de cuatro a doce partidos ante “la realización por parte de cualquier persona sujeta a disciplina deportiva de declaraciones a través de cualquier medio mediante las que se cuestione la honradez e imparcialidad de cualquier miembro del colectivo arbitral o de los órganos de la RFEF”.
‘Se ha inventado el penalti’, no cuestiona. ‘El árbitro lo ha visto y no ha querido pitarlo’, sí cuestiona. Podría haber sucedido al revés (quién sabe, somos candorosos), pero la moraleja en este caso es que la aplicación del reglamento es tan elástica que palabras idénticas pueden penarse con cuatro o con cero partidos de sanción.
No hay nada peor para una competición que alumbrar con continuidad la idea de que discurre a dos velocidades, con dos modelos de interpretación a convenir. Peor que inventarse penaltis es inventarse sanciones.