VALÈNCIA. La conocida Ley de Godwin establece que “a medida que una discusión se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en que la se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno”.
La adaptación valenciana de la Ley de Godwin vendría a ser la Ley del Meninfot. Esto es, a medida que una discusión se alarga, la probabilidad de apagar el temperamento propio acusando al prójimo de meninfot tiende a uno.
Vicente Andreu expresó esta semana en Plaza Radio lo que sigue: “En Valencia somos unos meninfots, porque intentamos que aparecieran mil personas que pusieran 50.000 euros cada una para con 50 millones haber evitado la venta y solo dieron la conformidad a aportar esa cantidad diez o doce personas”.
A veces conviene no confundir los términos. ¿Ser un meninfot es oponerse a participar en el ‘Plan Lola Flores’ con el que un antiguo dirigente quería que el resto de población pudiente le pagara el salvoconducto a la presidencia? No, no es eso. Pues ya está.
Avancemos. Martín Queralt -¡pero dónde te metes!- ha tomado una decisión. Y no es una decisión previsible. Ha decidido dar por perdida la batalla más imposible (la competición accionarial) para centrarse en la batalla más defendible: desacreditar con solvencia a la propiedad para que instituciones y bancos deslegitimen su acción.
La Vía Queralt sortea las reglas que pone el propietario. Si no hay manera asequible de destronar a Lim, esta postura parece al menos la única no abocada a la frustración eterna. Sí, ya sabemos que los sabios consejos del prócer Vidente Andreu, digo Vicente, nos vienen a indicar que nos dejemos de hostias y que alguien traiga 200 kilos para echar a Lim. Bueno, sí, ¿pero habrá que intentar otras técnicas mientras tanto? Pues ya está.
Y para acabar, hablemos de los racistas. Miquel Nadal y Manolo Montalt han explicitado perfectamente estos días el absurdo de las acusaciones que vierten desde la fábrica de fango. Me apetecía añadir un matiz: claro que hay valencianistas racistas que han practicado su aversión racial hacia la corte de Lim. Los improperios, a la vista. Cuestionar legítimamente una gestión desastrosa no da pie a la bola extra de castigar por su origen. Sin embargo, utilizar ese asidero para criminalizar una crítica es propio de desesperados. ¿Alguien se cree que los mismos aficionados que con pétalos de rosa cubrieron la senda de bienvenida a Lim, en un festejo marshalliano, lo cuestionan ahora por su nacionalidad? Pues ya está.
Lo que les pasa es que si pudieran -y cualquier día lo consiguen- vaciarían el club de su entorno. Encerrado en una urna, procederían a llevárselo a otro destino preferentemente habitado solo por palmeros. Suerte con ello.