VALÈNCIA. El PSG ha vuelto a quedar apeado de la Liga de Campeones. En cinco de las últimas siete temporadas, el equipo parisino ha caído en octavos de final. El fútbol es tan grande que, no por gastarte todo el dinero del mundo en estrellas rutilantes, te aseguras ganar una competición de postín como la Champions. Ni siquiera alcanzar la final. Esta lección la aprendió años ha, por ejemplo, el millonario Chelsea de Abramóvich. Sin embargo, el PSG de Qatar Investment Authority, sigue en sus trece. El Bayern de Munich, un club modélico, le dio una lección futbolística. Ese palo evidenció que la cultura de club, la gestión interna y una estructura deportiva cualificada está por encima de esos sueños de grandeza con los que se mercadea a base de oro.
En el año 1984, invitado por un amigo, tuve la oportunidad de presenciar un partido del PSG en la grada Boulogne del Parque de los Príncipes. En aquella época, Les Rouge et Bleu era un equipo pujante que había ganado la Copa y que aspiraba a ganar Ligas. El ambiente de ese colectivo era de ilusión, ambición y felicidad. Años más tarde, el club alcanzaría la cima en Francia, además de ganar la Recopa. Pero la hinchada quería más. Por eso, en 2012, todo París se rindió a los petrodólares de Qatar pese a la oposición de unos pocos fieles al escudo. Como mi amigo. Once años después, el resto de la historia ya la conocen. Nadie es feliz en la Boulogne. "Tout c'est de la merde", me dijo esta semana.
¿Les suena la historia, verdad? Salvando las distancias, lo que le sucede al PSG se puede trasladar en menor escala a lo que pasa en el Valencia. Porque nadie está contento con Peter Lim. Nuestra falta de humildad y los delirios de grandeza, además de un infame proceso de venta en 2014, han convertido los sueños de gloria en la peor de nuestras pesadillas. Salvo y Aurelio nos dijeron que con la llegada de Meriton, la Champions se nos iba a quedar corta. "La mayor transacción del fútbol mundial", aseguró Amadeo. Nueve años después estamos peleando por eludir el descenso a Segunda.
Sin una estructura interna formada por gente de fútbol, sin una buena gestión institucional, económica y social, el fútbol acaba por pasarte factura. A día de hoy no tenemos nada de eso. No nos queda casi ni club. Esa es nuestra triste realidad. Mi única fe radica en el músculo de la afición de Mestalla. Esa que no falla domingo tras domingo. Esa que pelea por recuperar el club. Y también en las nuevas generaciones. Esas que deben aprender que para jugar dos finales de Champions consecutivas, como no ha logrado el PSG pero sí hizo el Valencia, no hace falta el oro de Qatar sino un proyecto deportivo impecable. Ese que nos llevó a ser el mejor equipo del mundo en 2004.