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análisis | la cantina

Baraja, Asier Martínez y la educación en el fútbol

8/03/2024 - 

VALÈNCIA. Era noche ya cerrada cuando cruzaba con mi amigo Diego el Puente del Mar. Era ya domingo, y no sábado. Sonaban ya algunos petardos tímidos de algún fallero impaciente. Unos chavales reían felices mientras se vaciaban unas botellas allí abajo, en el viejo cauce del río. Y caminábamos con algo de prisa porque teníamos hambre y muchas dudas de encontrar abierto El Timbre. El dueño me había dicho, cuando pasé, de ida, por la tarde, que nos esperaba hasta las doce y cuarto, pero el partido había enloquecido de tal forma que no pudimos llegar antes de la una. Y no, ya no estaba esperándonos, como es normal.

En el puente, intentando esquivar los agujeros que hay por todo el tramo, bajábamos las pulsaciones. Había sido una noche muy intensa. El Valencia-Real Madrid había sido como recibir varias sacudidas eléctricas. No pudieron pasar más cosas. Si algo podía suceder, sucedió. Goles, gritos, tensión, peleas, lesiones, polémicas… Todo en los 90 minutos más intensos que se recuerdan en Mestalla. Y yo, que vengo sobre todo del atletismo, donde todo es mucho más noble, estaba un poco horrorizado.

Antes de bajar los escalones, miré a mi colega a los ojos, y le pregunté: “Oye, tío, ¿a ti lo de esta noche te ha parecido normal?”. Y Diego, que lleva cien años haciendo fútbol y escribiendo del Valencia CF, que además sabe que yo soy un purista del deporte, me dijo: “Bueno, ha habido mucha tensión, pero sí, nadie se ha desmadrado”. Las orejas se me pusieron de punta, pero no le dije nada más y cambié de tema. “Yo creo que este ya debe haber cerrado. No sé si hoy vamos a poder cenar…”.

Un rato antes, no mucho antes, Rubén Baraja estaba sentado en la sala de prensa donde un poco antes estuvo Carlo Ancelotti. Sé que no es un comentario muy deportivo, pero me llamó la atención cómo les resplandecía la cara a los dos. Y ahí, mientras todos se pegaban por preguntarles, yo, siempre un poco empanado, me quedé pensando: “¿Usarán cremas? ¿Se pondrán mascarilla antiarrugas los días de partido?”.

El caso es que Baraja elogió la actitud de la hinchada y dijo algo así como que su actitud había sido intachable. “Mestalla no tiene nada que demostrar pero hoy era una oportunidad para demostrar qué tipo de afición somos. Han apretado y, como siempre, han pitado y han silbado, pero sin faltar al respeto a nadie, sin entrar en valoraciones individuales. Y Mestalla ha vuelto a dar una buena sensación. Hemos demostrado ser una afición fantástica”, soltó, y los periodistas asintieron.

Yo me quedé boquiabierto. ¿Cómo que no habían entrado en valoraciones individuales? Pero si 40.000 personas se tiraron medio partido llamándole tonto a Vinicius a coro y a grito pelado. Y cosas muchos peores cuando el brasileño, ya totalmente sacudido por el momento, excedido por la fogosidad del partido, se encaró con el graderío, algo que tampoco me parece bien. Pero sólo yo lo veía anormal. Para Baraja había sido un comportamiento fantástico y mi amigo Diego, un tipo sensato con esto del fútbol, tampoco había visto nada anómalo.

O sea, que una vez más el raro era yo. Esa misma tarde, un poco antes de que empezara el partido, yo tenía un ojo en el ordenador para ver lo que pasaba en el Mundial de atletismo en Glasgow. En las semifinales descalificaron a Asier Martínez, candidato a las medallas, por una salida nula. El navarro consideró que era una decisión injusta y argumentó que él empujó los tacos antes de tiempo porque los rivales que tenía a los lados se habían movido precipitadamente. La selección española reclamó y cuando ya se supo que no había prosperado esa protesta, Asier compareció ante los medios de comunicación.

Asier Martínez estaba indignado. El campeón de Europa consideraba que le habían dejado fuera de la final injustamente y protestó de forma contundente, pero muy educada. “Me indigna, me indigna. (…) Me siento engañado. Me siento indefenso ante decisiones que sentencian hacia un lado o hacia otro sin ninguna base normativa. (…) Solo puedo acatar y tragar”. No insultó a los jueces, no utilizó palabras malsonantes, no azuzó al público para que abuchearan al juez que lo dejó fuera de combate. Protestó enérgica, pero educadamente, pidió correr bajo protesta, ganó y se marchó.

Igual yo soy un ingenuo que se cree que vive en un campo de amapolas. O igual es que todos los que acuden a un campo de fútbol se embrutecen sin darse cuenta. No lo sé. Pero yo me voy un poco asustado cada vez que entró en un campo de fútbol.

Otro día hablaremos del trato a los árbitros…


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