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opinión

Blanco, bronco... y copero

2/03/2019 - 

VALÈNCIA. La noche del jueves nos deja una buena colección de imágenes en la retina que quedarán almacenadas en nuestro “disco duro” emocional hasta el final de los tiempos. Instantáneas eternas que contribuyen a excitar un sentimiento de pertenencia que está por encima de todo y de todos. Momentos para la lágrima que nos traen al recuerdo a quienes se marcharon, que no han tenido la oportunidad de vivirlo en primera persona y que, allá donde se encuentren, lo habrán disfrutado como lo hizo el jueves todo el valencianismo. Leí en algún lugar una frase que siempre me ha gustado: “La vida no se mide por las veces que respiras, sino por los momentos que te quedas sin aliento”. Y eso es, precisamente, lo que sucedió en el instante en el que Gameiro destapó su particular tarro de las esencias para poner en los pies de Rodrigo el balón que nos dejaría a todos sin aliento: la sublime suerte del gol que , en tantas ocasiones en la temporada, nos ha sido esquiva y que se alumbró en un instante mágico la noche del jueves para implosionar corazones y desatar emociones. Once años sin disputar una final son demasiados para un Club como el Valencia. Demasiados para una afición a que le han querido colgar carteles falsos pero que demuestra día a día su amor incondicional. Que... sí, es exigente -como debe ser- pero siempre está al lado de su equipo cuando más la necesita a pesar de no ser siempre tratada y respetada como realmente merece. 

Por encima de imágenes ‘potentes’ como la del abrazo entre Parejo y Marcelino, por encima de la del propio entrenador alzando su derecho a lo Rocky Balboa en el balcón de Mestalla o... por encima de la del capitán ondeando una camiseta con el nombre de Waldo. Siendo todas ellas instantáneas cargadas de felicidad y emoción merecidas por su empeño y trabajo bien hecho, vuelve a ser -para un humilde servidor- la más importante kla de una afición entregada en la Avenida de Suecia dibujando un mar de bufandas y senyeras entonando el himno de todos los valencianos. Es la afición el mayor patrimonio del Valencia CF. El ingente colectivo que cada vez tiene menos incidencia en la cuenta de resultados de la Sociedad Anónima Deportiva pero que fue, es y será el sustento del sentimiento valencianista. Ha sido, precisamente, la afición del Valencia quien ha empujado al equipo hacia la Final en un momento en el que, desde la oficialidad del Club, se menospreció la Copa del Rey porque... “no te pagan nada”. Quiera Dios que los dirigentes del Valencia se avengan, de una vez por todas, a querer  y entender al valencianismo de a pie. Quiera Dios que , de una vez por todas y para siempre, sean capaces de quitarse la ‘coraza’ insensible que traen se serie para contagiarse de un sentimiento forjado durante 100 largos años, que tiene unas profundísimas raíces y que se hereda de padres a hijos sin impuestos de sucesiones. 

Porque va a ser la Final de La Copa, esa que no da dinero, y todo lo que sea el equipo capaz de conseguir en otras competiciones impulsado por la fuerza del jueves, lo que va a terminar arreglando un Centenario que el propio Club había aparcado en doble fila como si de un incómodo estorbo se tratase.

No se me ocurre mejor manera de celebrar los 100 años del Valencia con una Gran Final. Sevilla se dibuja en el horizonte y los privilegiados que allí puedan estar junto a los cientos de miles de corazones valencianistas que laten en cualquier lugar de la Tierra y del cielo, viviremos una vez más el enorme orgullo de ser valencianistas para poder volver cazar instantáneas de esas que cortan el aliento aunque no reporten beneficios económicos. Asistiremos, a corazón abierto, a una cita histórica para el Valencia CF que todos queremos que siga siendo Blanco, bronco y... copero.

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