VALÈNCIA. El Llevant creó oportunidades de gol y fue superior al Villarreal B, un martes a las 19 horas, porque así lo quiso ese cáncer de nuestro fútbol que se llama Javier Tebas, a la altura de tantos otros negligentes gobernantes, de hoy y de siempre. Solo la calamitosa gestión arbitral de Cordero Vega, uno de nuestros peores trencillas, y de los incompetentes que montaron la imagen del “fuera de juego” de Bouldini, dejó sin los tres puntos al Llevant y sin alegría a la parroquia granota. La evidencia ha corrido por redes como la pólvora, pero quienes gobiernan nuestro fútbol, que viven de espaldas a los aficionados y a todo lo que no sea su triste realidad gregaria y endogámica, nos han chuleado, perdonando la nevera a los responsables del desaguisado. Los que escuchamos los audios del VAR en el Tottenham-Liverpool de la Premier, imaginamos una desvergüenza de similar entidad. No hay más ciego que quien no quiere ver: el prestigio de nuestro fútbol cae en picado. Los buenos árbitros, que los hay y muchos, tampoco merecen tanto descrédito.
Los intolerables seis minutos y pico de parón y la anulación de un gol legal que recordó la final contra el Alavés, descentraron al equipo, que estaba volcado y ofreciendo los momentos más intensos del duelo. En la reanudación los groguets marcaron, en el único acercamiento de todo el partido. Luego llegó el empate de Fabricio y el penalti a Lozano que no quiso revisar el mismo VAR.
Bien. ¿Nos quedamos aquí? ¿Qué sucedió hasta ese minuto 52?
Sucedió que tenemos futbolistas con una calidad muy por encima del balompié que estamos desplegando y de los resultados obtenidos. Un equipazo, un plantillón. Más allá de filias y fobias. Disculpen que insista, pero es que, mientras no nos lo creamos, no exigiremos en consonancia a ello. ¿Cuál es el problema? El de siempre, desde que Calleja aterrizó. Decantamos los partidos sin nervio, con condescendencia y fútbol especulativo. Solo la ambición de estos jugadores permite cierto optimismo respecto al curso pasado. Pero ¿de qué nos sirve su nivel, con un potencial ofensivo destacable, si destinamos el 80% de nuestra posesión a ser intrascendentes y dejar trascurrir el cronómetro, a contemporizar, a especular?
En algún partido hemos visto conatos de algo diferente, pero mantego la teoría de que es contra la idea de Calleja, no fruto de que haya cambiado. Los córners son un ejemplo: siempre bombeamos igual los balones, más pendientes de evitar contras que de marcar. Las instrucciones desde el banco son cuatro tipos al remate, por ocho rivales. Aún con 1-1 en el 90’. Hay entrenadores que en esa situación envían al portero a cabecear y otros que ordenan que los tres más rápidos esperen en la medular, aunque los once rivales estén dentro de su área. Es un reflejo perfecto de la filosofía del míster.
Dicen que así estuvimos a punto de ascender el curso pasado, como atenuante. Para mí fue jugarse el destino del club a la lotería de la promoción y a mantener en la final el 0-0 durante 129 minutos, cuando, por presupuesto y nivel, el equipo estaba en disposición de reventar a cualquier contrincante. Seguimos igual, pero con un equipo mejor, más equilibrado, y ambicioso. Seguimos con el pase atrás, con el tiki-taka a ninguna parte, con el puntito de la Federación y a verlas venir.
El curso pasado, la Segunda fue más asequible. Todos pinchaban una y otra vez, parecía que nadie quería auparse al liderato, que tenían miedo de asomar la cabeza. Este año el vértigo es otro. Jugando con esta actitud conservadora, que Calleja ya ha demostrado sobradamente que es lo único que sabe y quiere hacer, no nos saldrán las cuentas. Además de que es, otra vez, una maldita lotería.
El levantinismo no merece esta soporífera resignación. Se vuelca a muerte con el escudo, pese a todos los reveses de los últimos años: récord sin victorias, descenso, Villalibre y los dos desertores de cuyo nombre no vamos a acordarnos. También en Albacete.