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Broncos y coperos

7/01/2022 - 

VALÈNCIA. La Copa, en sus múltiples denominaciones según quién ostente la jefatura del Estado, es el torneo que más veces ha ganado el Valencia, hasta en ocho ocasiones. Fue el título que inauguró el palmarés del club, en el lejano 1941, y es, de momento, el que lo clausura, en un cercano 2019. La Copa fue la primera competición en la que el Valencia enseñó las garras, cuando alcanzó la semifinal en la edición de 1928, y también la primera de la que jugó una final, la de 1934 ante el Real Madrid en Montjuïc.

Además, de los ocho trofeos que posee, la mitad de ellos sirvieron para despertar a varias generaciones de valencianistas que habían caído en el conformismo de ver a su equipo sumido en la mediocridad. En 1954, 1967, 1999 y 2019, la Copa fue el acicate para que no se extinguiera la llama de la pasión. A ellos contribuyeron las 17 finales coperas que ha disputado el Valencia en su historia, finales que han movilizado a miles de valencianistas de todas las épocas para ver a su equipo en el partido decisivo de la competición. La Copa ha sido, del mismo modo, el sustento para décadas de sequía.

La Copa es, por tanto, un torneo muy ligado a la historia del Valencia. Es, de hecho, el único club español que ha perdido tres finales consecutivas de la competición, y además lo ha hecho dos veces a lo largo de su historia. Pero también es un torneo en el que ha dominado a rivales en teoría superiores hasta, en ocasiones, la humillación, como sucedió en 1999, cuando el Valencia le marcó siete goles al Real Madrid o otros tantos al Barcelona antes de golear en la final al Atlético de Madrid. Tal es el idilio del Valencia con la Copa que existe un término que califica a los buenos equipos blanquinegros y que combina el oficio de saber jugar los partidos del KO con la entrega en el terreno de juego: bronco y copero.

Igualmente, la Copa es un torneo que desprecian los cuatreros del Singapur. En primer lugar, porque no tienen ni idea de fútbol ni de lo que significa un torneo en el que te juegas la supervivencia a cara o cruz en 90 o 180 minutos, el más antiguo de cuantos se disputan en España. En segundo, porque para ellos las únicas copas que conocen son las que se beben diariamente para evitar trabajar y poder hacer el ridículo sin sonrojarse en los actos públicos o cuando tienen que dirigirse a los aficionados del club.

Todas estas parecen suficientes razones para amar la Copa, para convertirla en el objetivo del Valencia esta temporada en la que, Bordalás mediante, tenemos algo de derecho a soñar, aunque sea con pelear con quienes nos ganan en presupuesto y en destreza a la hora de gobernar el club. En lo primero son unos cuantos; en lo segundo, todos los clubes de primera, segunda y me atrevería a decir que todo el fútbol español. Abandonados a nuestra suerte por un grupo de especuladores alcoholizados que incluso lanzan una ampliación de capital sin publicidad para poder seguir robando más y más, convertidos en el escarnio del resto del fútbol español, los valencianistas tenemos una Copa a la que agarrarnos como el único camino para sacar pecho, para sentirnos de nuevo orgullosos, como lo estuvimos hace solo dos años y medio. La Copa puede ser un bálsamo para el valencianismo en estos tiempos de oscuridad asiática.

De momento, el equipo está en octavos de final a trancas y barrancas. Con prórrogas, goles en el descuento, malos partidos y triunfos agónicos frente a rivales de inferior categoría. En los próximos dos meses se dirimirá qué equipos estarán en la final de La Cartuja de Sevilla y eso significa que el Valencia está solo a cuatro partidos de disputar otra final del torneo. Valdría la pena hacer un esfuerzo para lograrlo y, de paso, darles una patada en la boca a quienes desprecian el torneo que nos hizo grandes.

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