opinión / 13 de noviembre

Campaña de autocrítica 

28/01/2020 - 

VALÈNCIA. Le he dado muchas vueltas a cómo desgranar mis sensaciones después del disgusto del viernes en Pamplona. Un tiempo de reflexión con la mente fría, sin el calentón de la cuarta derrota en cinco partidos (tres de Liga y una en Copa) en 2020 y después de una jornada en la que la distancia con el precipicio ha pasado de diez a nueve puntos y los puestos europeos se han alejado a ocho. 72 horas y pico que ayudan a que descienda el grado de crispación, a evaluar las consecuencias, sobre todo de puertas para dentro, a intercambiar opiniones y a proyectar la mirada a lo que viene, a un febrero diabólico, sin pasar por alto que los últimos reveses obligan a realizar un exhaustivo examen de conciencia y a ponerse las pilas porque el equipo se ha enredado cuando ha tenido la posibilidad de dar un paso adelante. Es necesario radiografiar la realidad, sin edulcorar, resetear y empezar a carburar en el año nuevo porque la tranquilidad clasificatoria es relativa y el escenario actual empieza a mostrar paralelismos al de la temporada pasada.   

Las palabras de Postigo para la tele y los medios oficiales del club no deberían quedarse en saco roto. Aplaudo su franqueza para describir un panorama que espero que en las entrañas del vestuario se analice sin medias tintas. No es la primera ocasión que deben decirse las cosas a la cara. Ni es habitual tanta claridad públicamente y a la vez entiendo que los ‘trapos sucios’ deben lavarse en la intimidad. Con la responsabilidad que supone llevar el brazalete desde el pitido inicial, ya que Morales fue suplente, el central no se escondió y dijo verdades como puños. Me recordó a la contundencia con la que se expresó el propio ‘Comandante’ tras el desastre de la segunda parte en el Coliseum; de aquel 0-0 al descanso a un doloroso 4-0 por bajar los brazos y dejarse llevar. Me apropio del mensaje de ‘Posti’, que hay momentos de desconexión que están costando caro, que echan por tierra el esfuerzo del equipo y eso es injustificable. Son muchos partidos que se han ido al sumidero por errores propios que no se pueden permitir. En Pamplona fue el penalti de Campaña cuando el guión apuntaba a un reparto de puntos sin goles, pero la lista es extensa y focalizada en más jugadores de la cuenta. 

Paco López dio una vuelta de tuerca a su ideario ante Osasuna buscando soluciones inmediatas, recuperó la apuesta de la temporada pasada tras tocar fondo en Valladolid y se vio a un Levante más agresivo, con una presión alta y más compacto como estructura. Aunque con poca lucidez con el balón, con solamente dos remates entre palos, ese era el primer paso lógico para frenar la caída libre en un 2020 de disgusto tras disgusto, salvo la sufrida clasificación a los dieciseisavos de Copa contra el Jaén en los penaltis. Poca producción ofensiva y también mucho trabajo colectivo para minimizar las virtudes de un rival que no ganaba en su feudo desde el 3 de noviembre. En el minuto 80 se desmoronó la apuesta, Rubén García volvió a marcar y que celebrara el gol o no lo hubiera hecho me importa bien poco. Ni me inmuté, como tampoco con la sentencia, de nuevo dando facilidades, porque el partido ya se había evaporado. Es sangrante la facilidad con la que muchos equipos se aprovechan de esos instantes de desconexión y acaban mojándole la oreja al Levante. Ese es uno de los motivos capitales de esta montaña rusa, de transitar en una nube a ver solamente nubarrones como ahora está sucediendo

Muchas veces pienso que perdemos el norte con tanto azote incluso en las victorias. Igualmente reconozco que en otras me sumaría a esa corriente desmedida y sin perdón, pero sin que la rabia de la derrota entierre los códigos de coherencia y respeto. A los protagonistas, tanto jugadores como Paco y su cuerpo técnico, no les queda otra que canalizar los comentarios y comprender que forman parte del juego, aunque acaben mordiéndose la lengua cuando lo que les pida el cuerpo sea utilizar el derecho de réplica. Esta vez ha sido Campaña el centro de las críticas. No es nada nuevo si digo que el error no vino a cuento y más en un jugador con tanta responsabilidad en el equipo, no solamente por su situación salarial que muestra su DNI futbolístico, y al que los cantos de sirena de la posible llamada de la selección absoluta y el runrún veraniego desde Sevilla conformaron una combinación contraproducente. Es uno de mis indispensables, como para muchos más, sobre todo para el propio míster que confía en él a ciegas, y por ese estatus es más condenable su desconexión. Si Campaña no está bien, el Levante muestra su versión distorsionada. La metedura de pata fue crucial, pero me molesta igual o más su gestualidad cuando hay fugas. Al margen de la terapia colectiva, de esa autocrítica que demandaron Postigo y luego Miramón “para tirar hacia adelante y sacar esa garra que tenemos”, el ‘Metrónomo’ seguro que habrá hecho examen de conciencia para cambiar los estirones de oreja por piropos porque le sobran argumentos futbolísticos para liderar la resurrección de la resistencia. 

Enero ha sido para olvidar y febrero comienza en el Camp Nou. Menuda bomba. No habría mayor golpe de efecto como sucedió en la primera vuelta. El Barcelona del que fuera granota Setién, el de la posesión interminable y estéril, que en el Ciutat sucumbió con Valverde en seis días de polos opuestos: de la derrota en casa contra el Espanyol a las dos victorias seguidas en Anoeta y frente a Messi y compañía. Es complicado mirar al frente, a lo que se avecina, con el lastre de las derrotas en 2020. Hay que escapar del bucle de las desconexiones fatídicas, las faltas de concentración y los desajustes como estructura sea el rival que sea el que esté delante. El escenario no ayuda y todavía menos con esa presión añadida que rodea el cambio de estilo en el banquillo del Barça y que le ha costado perder el liderato tras caer en Mestalla. Es un factor que rodea al partidazo, con el que hay que jugar y ojalá poder aprovechar para firmar otra histórica machada que igualmente no debería obviar los horrores recientes. El 3-1 inolvidable del 2 de noviembre demostró que todo es posible. Después de esa tarde de locura activé un discurso de exigencia, reflexión tras reflexión, y reclamé que el vestuario no se conformara con el ‘mínimo’ de la permanencia, que no se dejara llevar por el colchón de puntos tras una primera vuelta más que solvente. Puede que al equipo no le llegue para pelear por algo más que seguir en la élite. Repito que en ningún momento le he exigido ni exigiré Europa si las tornas cambiaran y se desmelenara de nuevo, pero sí que la salvación no se consume sobre la bocina y con tanto dramatismo como la pasada


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