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Catálogo de ideas para echar a Meriton

21/01/2022 - 

VALÈNCIA. El pasado lunes fue el Blue Monday, una jornada considerada como la peor del año, a caballo entre la resaca de las fiestas de Navidad y los preparativos del carnaval, el primer día de una semana fría e inhóspita en medio de un páramo de trabajo, tristeza y pocos rayos de sol. Quizás por eso, ese día me dio por pensar en la situación del Valencia con pesimismo -otros lo llamarían realismo- y llegué a la conclusión de que los tipos que han robado el club a los aficionados, como paso previo para esquilmar su patrimonio, no se irán por propia voluntad; tendremos que echarlos nosotros. Naturalmente, para echarlos ha de llegar alguien con pasta gansa que quiera comprar la mayoría accionarial de la entidad, pero puede que ni eso baste si los invasores no tienen ganas de marcharse. Solo se marcharán el día en que Valencia y el Valencia sean para ellos la peor de sus pesadillas.

Siguiendo el hilo de esa idea, empecé a pensar en propuestas ingeniosas para que el valencianismo demuestre diariamente su rechazo a los sicarios de Lim y, por extensión, al propio mangante singapurense. También hablé con algunos amigos valencianistas, gente con ideas, brillantes o absurdas, que podrían ser asimiladas por todos para conseguir esa fuerza que hace la unión y que fuera centrífuga para expulsar a los sátrapas. Unos me dieron ideas poco recomendables, tangentes con delitos y faltas, como instar a los propietarios del Bar La Deportiva y a todo el gremio de la hostelería valenciano a que escupan en sus almuerzos y orinen en sus bebidas, prácticas que jamás aconsejaría porque creo que tan insalubres actitudes no las merecen ni siquiera los que se burlan de los que les dan de comer. Otros me propusieron hacer escraches en los domicilios de los vividores orientales, pero tamaña acción acabaría perjudicando también el descanso de los vecinos, que pagarían como justos por los pecadores asiáticos.

Hay quien me propuso un boicot organizado contra los productos de Singapur, similar al que incitan algunos partidos políticos cuando se sienten agraviados por los catalanes y animan a que la gente no compre botellas de cava ni botifarras ni fuets. Pero, claro, a un país sin agricultura, ni ganadería, ni prácticamente industria, cuya economía se basa en el turismo y los productos financieros, poco boicot se le puede hacer. Como mucho, no viajar de turismo allí, pero eso es algo que ya hace la mayor parte del valencianismo, de la misma forma que no se plantean irse de vacaciones a Moldavia el próximo verano.

Un buen amigo me propuso una idea tan genial como poco práctica. Consiste en eliminar “lim” de nuestro vocabulario, esto es, hablar y escribir sin nombrar esa conjunción de tres letras tan nefasta. Así, los valencianistas nos distinguiríamos, por ejemplo, porque llamaríamos Juegos O-picos al acontecimiento deportivo global que se disputa cada cuatro años, diríamos que algo hay que e-inarlo cuando hay que quitarlo del medio, denominaríamos con una simple “a” a la capital del Perú y convertiríamos en polisémicas palabras como “pieza” (trozo de algo, pero también, en nuestro lenguaje de protesta, acción de suprimir la suciedad). Me encanta esta idea, por romántica, pero dudo que sea efectiva para herir la sensibilidad de unos tipos que lo único que leen en castellano son las cartas de los restaurantes.

Se me ocurren (y me han dado) muchas más ideas, disparatadas la mayoría, pero todas insisten en la incomodidad, en que los palanganeros de Lim sientan el desprecio de una sociedad que no los quiere. Y creo que sobre en ello hay que seguir. Que los minutos de protesta en Mestalla sean cada vez más ruidosos e insoportables, que se escuchen en Singapur, a ser posible. Que, cuando esos tipos salgan por la ciudad, la gente los mire con desprecio, sin violencia pero con despecho. Que sientan en su cogote la presión de una sociedad que los quiere a 11.000 kilómetros de aquí. Y esa es una labor en la que han de participar todos los estamentos de la sociedad valenciana, desde los políticos hasta los empresarios, los aficionados y las instituciones públicas y privadas. Solo así se logrará que un día se marchen de aquí y no quieran volver nunca más.

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