No somos conscientes que estos vaivenes no son producto de una excepción, sino que llevamos así desde 2006. Atrapados en un maldito círculo vicioso del que no hay manera de salir porque en lugar de aceptar la realidad nos empeñamos en disfrazarnos de lo que nunca fuimos...
VALENCIA. A veces me pregunto cómo hemos conseguido construir este permanente estado de cabreo en el que vivimos. Añoro demasiado esos tiempos de inocencia donde nos lo pasábamos bien a costa de cualquier infortunio; donde sabíamos reírnos de nosotros mismos.
Pedro Cortés era un personaje nefasto, pero las carcajadas atronaban gracias a su moño y su cuñadismo presuntuoso. Ortí sobrepasaba la vergüenza ajena, pero conseguimos darle la vuelta y convertirlo en un personaje entrañable con el que socarronear el rato amargo. Y qué decir del Tronaor, que pasó a ser una voz de l'Altra Taula digna de mitificar. Como Soler, al que empezamos a conocer como Johnny Katanas.
Sin duda, los tiempos nos hicieron cambiar. La banda sonora habitual de Mestalla, que se llenaba sin importancia del resultado o la clasificación ni necesidad de inventar ilusiones falsas, era un "hui, a patir" cada vez que la costumbrista pregunta, "què farem?", irrumpía como uno de esos ritos que conforman los días de partido. Ahora, la respuesta imperante define una época. "hui?, un 3-0 fàcil". Soberbia y más soberbia.
Da la sensación que hemos introducido al Valencia en la fábula del rey desnudo, paseándose en bolas por los sitios sin que nadie se atreva a decirle la verdad. Cenicienta en llamas, nuevos trucos, nuevas trampas.
El "hui, a patir" era un bálsamo que metía silencios sepulcrales cuando el Tenerife te las ponía tiesas en casa, o ir a Pamplona a ganar era poco menos que una quimera. Producto de una época donde se podían ganar ligas perdiendo 10 partidos, y pelearlas estropeándola en 12 jornadas. En la que el decimoquinto de la tabla se salvaba con 23 derrotas en 38 intentos.
Ya no hay disfrute porque ya no hay dificultad en el triunfo. Porque la derrota ya no encierra belleza, ni la victoria épica. Dejamos que nos construyeran un fútbol en el que deshumanizaron al rival y le privaron del derecho a presentar batalla. O lo aplastas, o el entorno inicia una crisis.
Debe ser fruto de esa necesidad la que el año pasado me hizo disfrutar de muchas cosas. Llego a sentir que fui el único, visto el gobierno del desprecio. Será porque los últimos tiempos del Valencia, confieso, pesaron demasiado. Parezco una silla carcomida a la que cada vez que menean pierde un manojo de astillas que la debilita más ante las inclemencias futuras. Este club me quema, y me harta. Sólo pienso en escapar de él.
No somos conscientes que estos vaivenes no son producto de una excepción, sino que llevamos así desde 2006. Atrapados en un maldito círculo vicioso del que no hay manera de salir porque en lugar de aceptar la realidad nos empeñamos en disfrazarnos de lo que nunca fuimos. El Valencia debería recuperar el viejo orgullo de equipo irreverente, incansable luchador de clase obrera que siempre fue y dejar de empeñarse en ser un Don sin, porque no hace más que perder el tiempo, frustrar a los suyos con falsas promesas, y ahondar en su miseria.
No somos nada exigentes, aunque nos pasemos la vida de pataletas. Simplemente anhelamos volver a disfrutar, vivir una emoción. Perder con belleza aunque no haya que hacer otra cosa que perder. Todo lo demás nos da igual, hasta el punto de volver a ser capaces de reírnos de nosotros mismos.