Hoy es 8 de octubre
La clave, comprar para crecer. Sentarse con el representante del jugador y con el propio futbolista y decirle que han ido a por él porque consideran que puede ser una parte del engranaje que ha de hacer que el Valencia, tercer o cuarto equipo histórico de España, vuelva al lugar donde se merece...
VALENCIA. Este cuento se acabó. Con aquellos tres minutos que pasaron desde el empate de Parejo hasta el gol de Marcelo, se acabó la cuota de alegrías para la parroquia valencianista en la ya lejana tarde del sábado. A partir de ahora el dejarse llevar, el andorrear -maravillosa definición de Vicent Molins- hasta que acabe la liga la penúltima semana de mayo, va a ser la constante. Puede que haya gente de esta plantilla que apriete un poco los dientes como aquel mal estudiante cuando ve cerca los exámenes con el fin de engañar o mendigar una nueva oportunidad de jugar en una ciudad donde, a pesar de todo, se vive en la calle y de cine.
Pero queremos creer, es nuestra (pen)última esperanza, que las cosas han cambiado. Cambios a mejor, claro. Con un director deportivo bien recomendado. Ya saben, la conexión Lim-Mendes-Laporta. Y con un Director General que viene a dar un puñetazo encima de la mesa desordenada. O, por lo menos, a mostrar autoridad con la toma de decisiones.
Y a pesar de estar dicho y redicho, conviene acentuar la independencia en la toma de decisiones como la piedra angular del proyecto y su acierto. O, por lo menos, con el derecho a equivocarse. El debate en la calle está con las trincheras de los entrenadores futuribles. Setién, Marcelino, Berizzo e incluso Voro tienen lovers y haters. Y alguno más que se le puede escapar a este juntaletras de miércoles. O un tapado de la Direccion Deportiva, cosa que dudo, visto el trasvase continuo de filtraciones que salen cada día en los medios. Aunque bueno, esto es parte del negocio también, así que no hay problema.
Pero hay incluso otra palabra a unir a la anterior. A la independencia se le ha de pegar la coherencia. Es decir, si hay que crear un discurso futbolístico, una idea de jugar, hay que aportar los mimbres necesarios. Se puede tocar 'Highway to Hell' con violines, sí. Y será igual un temazo. Pero a esa partitura le va de perlas guitarras eléctricas, ritmo y decibelios para llegar a la patata, como dijo ayer Montalt. Y esa es la clave. El equipo necesita llegar al aficionado más allá de la filiación mamada desde pequeño. Necesita conectar con la grada. Que el aficionado llegue a casa afónico de animar. Que se sienta identificado con los jugadores que visten la camiseta. Sentir lo mismo que aquel día de Fallas en la Europa League, contra el Athletic, donde todos y cada uno de los que alentábamos creíamos que el escudo estaba por encima de Lim, de la incompetencia técnica de Neville y de algunos jugadores que ya lucían manta. Recuerden que a Parejo se le vitoreó en una falta al borde del área porque se sabía que, a poco que la confianza y la técnica saliesen, se podría seguir viviendo de la ilusión de la copa europea, tapando el desastre liguero. Parejo, oiga, silbado hasta agotar los pulmones.
Porque está claro que la autogestión y la complacencia del club con respecto a los jugadores es un desastre. La principal carencia de este club donde nadie miraba donde tocaba. Y donde nadie era capaz, o tenía esa autoridad, para coger de la pechera al tramposo, al trasnochador y al poco profesional y explicarle donde está y que significa. Y bueno, eso o se tiene o no se tiene. Los jugadores modernos ya no son los cumplidores con hambre de antes. Las horas ociosas en Instagram o con la videoconsola han apardalado a la mayoría y tan solo un entorno favorable o bien vigilados les hace rendir como corresponden sus abultadas nóminas.
Aunque quizá eso llegue con la edad y esa sea la clave. Boateng, un futurible, cuando llegó a Las Palmas, en su primera rueda de prensa se deshizo en respetuosos elogios con quien había ido a recibirle al aeropuerto, Juan Carlos Valerón. Saber al lugar al que vas y sobre todo, tener claro cual es el nivel de exigencia al que se ha de llegar es fundamental para conectar. Y también la posibilidad de echar raíces, de formar familia y de sentir como tuyo el lugar. No se puede considerar hogar una casa alquilada para el mes de agosto. Te dará igual poner los pies mojados en el sofá. O dejar correr el agua del grifo o las luces encendidas a deshoras. Será únicamente un lugar de paso. Y este es el momento que vive el Valencia. Un piso de Airbnb a cargo de unos Erasmus desbocados con la juerga y cuatro esfuerzos contados como modo de vida. Porque a ver tú como le dices a Mario Suárez o a Munir que se han de dejar las narices por este escudo de prestado, con uno cobrando de la Premier, donde pagan muy bien, y otro con contrato en el Barça, que eso es un contrato de cesión casi seguro, mínimo, para el año que viene.
La clave, comprar para crecer. Sentarse con el representante del jugador y con el propio futbolista y decirle que han ido a por él porque consideran que puede ser una parte del engranaje que ha de hacer que el Valencia, tercer o cuarto equipo histórico de España, vuelva al lugar donde se merece. Y mostrar la confianza con un compromiso real. No un vamos a probar a ver que sale. Y si no se puede llegar a jugadores de 20 millones, pues se buscan a jugadores de 7. O de 5. Pero que vengan de verdad. Para quedarse. Aunque eso cueste más. Aunque sea más lento. Pero si Lim no pone más dinero, solo queda trabajar bien. Que no es poco, visto el pasado reciente.