VALÈNCIA. Hablar del descenso del Valencia se ha puesto de moda. Por desgracia. Es algo que está en boca de todos. Ya sea en València como en Madrid, donde parecen frotarse las manos con lo que sucede en Mestalla. Solo nos hacen caso cuando van mal las cosas. Es triste reconocerlo, pero la verdad es que el peligro de bajar a Segunda división es real. Da igual lo que suceda en esta o en la siguiente jornada, porque un resultado no lo cambia todo, sino que la única forma de evitar que el debate continúe pasa por recuperar una dinámica ganadora. La colisión se evitará dándole continuidad a las victorias. Se mire como se mire, ganar es lo único que vale. No queda otra.
A nadie se le escapa que el Valencia atraviesa por el peor momento de sus más de cien años de historia. No solo por esos resultados deportivos que no llegan sino también por la zozobra económica, institucional y social a la que Peter Lim nos ha llevado. Quizás por este motivo, y fruto de la desesperación, se escuchan algunas voces que aseguran que el descenso de categoría sería lo mejor que le podría pasar al club. Explican, con un enfado y rabia entendible, que dar un paso atrás para coger impulso sería la mejor manera de acabar de una vez por todas con el problema.
No estoy de acuerdo con esa afirmación. Para nada. Primero, porque viví con intensidad el descenso del año 86 y puedo asegurar que fue un trauma de los que nunca se olvidan. No quiero volver a pasar por ahí. Lo recuerdo como algo durísimo. Una herida que dejó una cicatriz enorme. Y segundo, porque si el equipo baja de categoría hay un riesgo tremendo de continuar en caída libre. Es decir, que el descenso a Segunda podría dejar al Valencia en la misma situación que el Zaragoza o, aún peor, acabar hundido en ese pozo de la desesperación en el que se encuentra el Deportivo. El descenso traería consecuencias devastadoras. Nos podría llevar a un lugar sin retorno.
No es comparable la actual situación de la entidad con aquella temporada 86-87. No se parece en nada. Tras aquel descenso, el Valencia trazó un plan que ejecutó con la precisión de un reloj suizo. Había un presidente serio, un entrenador experimentado y una plantilla sin fisuras con un sentimiento valencianista reconocible. Un vestuario con una mezcla de veteranía y juventud, con chavales del filial de excelsa calidad y hambre por demostrar. Por eso se logró regresar a Primera al año siguiente. Ahora en Mestalla no hay nada de eso. Ni proyecto, ni cualificación, ni dirección, ni rumbo… Tan solo un propietario que es el único que no está preocupado por lo que le pueda suceder al Valencia. Lim ya tiene un club en la League Two: el Saldford City. Esperemos que no tenga otro equipo a ese mismo nivel…