En ese mejunje he de confesar que soy de los que tienen en Piqué una especie de bien caído chungo. Vale, en ocasiones se pasa de frenada y dice chorradas. Ok, también muchas veces se mete donde no le llaman. Pero en general me gusta que haya roto el tabú...
VALENCIA. Me preguntaron el otro día si me había metido en alguna polémica con mis columnas, y la verdad es que no. Ni siquiera me metí en un elogio. Lo que ya dice mucho de mí. La cosa esta del fútbol me va cada vez menos. La retorcimos tanto que está virando peligrosamente hacia el sectarismo. Todo es de un victimismo alarmante, cuasi infantil. No vemos más que conspiraciones y ofensas aguardando en cada esquina.
En ese mejunje he de confesar que soy de los que tienen en Piqué una especie de bien caído chungo. Vale, en ocasiones se pasa de frenada y dice chorradas. Ok, también muchas veces se mete donde no le llaman. Pero en general me gusta que haya roto el tabú, ese que constriñe al futbolista de élite en el papel de guapo, tonto y mudo. Desconozco cuándo se redactó la regla no escrita en la cual al jugador se le puede insultar, atribuirle cualquier barbaridad o vejarle arrebatándole el derecho a réplica; es más, comúnmente se acepta que tienen que aguantar lo que sea 'que para eso cobran tanto'.
Olvidan que el cobrarlo no le otorga a usted el derecho a ser un maleducado. Ni al de más allá a ser un borrico con teclado aporreando la primera absurdez que se le pase por la cabeza. Y mucho menos a ofenderse si alguno tiene el valor de contestarle.
Ocurre con el fútbol lo que en ciertas ciudades con el turismo, se masificó tanto, que ya ves gente atacando al visitante para defender una mínima calidad de vida en barrios y calles. En el asunto del balón esto se traduce en un hartazgo general hacia el deporte moderno y su tombolización. Donde lo insulso y lo previsible, el griterío y los comportamientos incívicos minan la pasión. Hoy, cada vez más, la gente huye de la grada como se huye de los cascos históricos para no soportar a viajantes beodos, partiendo en busca de nuevos alicientes, emociones, en lo pequeño, en aquello que desprende pureza y recuerda a un pasado más sencillo y emocionante donde todo aún era posible.
Somos cada vez más felices en rincones donde encontrar gestas, donde ganar no lo es todo porque hacerlo sigue siendo muy difícil, gozando con la lectura de bellas crónicas en lugar de soportar bufones pretendiendo ser el niño en la comunión y el muerto en el entierro restando protagonismo a lo verdaderamente importante. Es la respuesta a esa oleada de inesperada ilusión con el Mestalla o las chicas, de palo sujetando la bandera, son el reencuentro real con los orígenes curando el espanto padecido en reivindicación de una actitud perdida.
En esta era de los megaclubes, de foto fija, de adivinar ya en la jornada tres los derroteros por los cuales transcurrirá la temporada, sólo hay lugar para el fracaso porque ganar ya es rutina. Por eso el otro día Piqué retrató tan bien los tiempos actuales al reírse del Real Madrid por celebrar una Copa del Rey; 'no como nosotros', vino a decir. Ciertamente, ellos no la celebraron. Ellos, tras romper los sueños del Alavés, se quedaron como si hubieran conquistado el Gamper. En sus caras se veía la decepción mientras se pasaban una copa de plata que pocos se atrevían a sostener por miedo al estigma, 'no sea que se me note feliz y me llamen mediocre'.
Tal vez nadie definiera mejor este campeonato que Jürgen Klopp, cuando dijo que si él jugara al tenis con su hija de cuatro años ganaría siempre, «pero yo no quiero ganar, quiero sentir».
Y ese es el mayor hurto que hemos padecido en el fútbol actual, nos arrebataron el derecho a poder sentir. A emocionarnos con lo inesperado porque Real Madrid y Barcelona alcanzaron tal nivel (de pobreza) que vencer ya no les supone nada. No estará muy lejos el momento en que escuchemos a alguien afirmar que jugar la Liga con los titulares es de equipo pequeño, y entonces, les volveremos a comprar la moto como se las compramos todas.