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opinión pd / OPINIÓN

Cruce de caminos

21/05/2021 - 

VALÈNCIA. Resulta curioso que el Valencia haya sido el equipo que haya condenado definitivamente al Eibar a segunda división. Evidentemente, el conjunto guipuzcoano no perdió la categoría por la derrota sufrida el pasado fin de semana, y el eventual final de esa maravillosa aventura que han sido siete años en la élite del fútbol español se vislumbraba desde hace semanas, tras sufrir una lamentable racha de dieciséis partidos consecutivos sin ganar. Pero el Valencia, ya liberado de la sombra del descenso, fue el encargado de apuntillar a un conjunto que olía a cadáver desde hacía tiempo.

Resulta curioso que Valencia y Eibar se cruzaran de manera tan cruel en la penúltima jornada de liga porque ambos clubes representan modelos de gestión contrapuestos en el fútbol español. El Eibar, con una estructura que sus propios gestores califican de “familiar”, basa su política deportiva en un crecimiento sostenible, en no gastar ni un céntimo más del que se ingresa y en una racionalidad que, por ejemplo, impide a cualquiera de sus propietarios acumular más del cinco por ciento de las acciones de la entidad. El suyo es un ejemplo de gestión deportiva que incluso ha llegado a las aulas y se estudia en algunas escuelas de economía como paradigma de lo que debe ser un club de fútbol. Cada uno tiene su trabajo, el club se ordena de forma horizontal, con una responsabilidad compartida según el área en la que se trabaja, y con gestos tan interesantes como que plantilla, empleados y aficionados se vean las caras algunos días de la semana en el txoko del propio estadio de Ipurúa.

Si el Eibar representa lo que es un club democrático, el Valencia es todo lo contrario, una entidad gobernada desde el autoritarismo más absurdo, que intenta ejercer la más férrea censura sobre las opiniones de los pequeños accionistas y que tiene una estructura deportiva inexistente. Derrocha dinero en despidos improcedentes, regala futbolistas de valor a sus rivales y racanea en refuerzos para la plantilla, aumenta su deuda exponencialmente y va minando el poder de quienes poseen pocos títulos de la sociedad impidiéndoles la entrada a los consejos de administración. En lo único que se parece al Eibar es en que sus aficionados también pueden encontrarse a los dirigentes del club en un bar, porque es lo único que estos hacen en todo el día.

Diréis que comparar Valencia y Eibar es un ejercicio estúpido, que poner al mismo nivel uno de los históricos del fútbol español, campeón de liga, copa y competiciones internacionales en varias ocasiones, con otro que solo ha militado siete temporadas en primera no tiene ningún sentido. Que equiparar los equipos de fútbol de la tercera ciudad de España, cuya área metropolitana supera el millón y medio de habitantes, y de un pueblo interior de Euskadi que apenas supera las 25.000 personas es una soberana tontería. Y parte de razón tenéis. Es más fácil gestionar una sociedad pequeña que una grande, más cercano el ámbito local que el general. Pero, con independencia de los objetivos deportivos, que teóricamente deberían de ser muy diferentes, está una manera de ver un club de fútbol como un bien para la sociedad que lo apoya o como una mina a la que exprimir hasta dejarla seca.

El Eibar se fue a segunda en Mestalla el pasado domingo. Estoy seguro de que ninguno de sus gestores modificará un ápice su política deportiva para intentar volver a primera, porque saben que, pronto o tarde, con un poco de suerte y mucho trabajo, conseguirán regresar. El Valencia se ha salvado este año de la quema, pero, vista la torpeza e impericia de sus dirigentes, acabará con sus huesos en segunda división (si no más abajo) y estos no harán nada por rescatarlo, dejarán que se hunda hasta vender todo lo vendible y salir por piernas con el botín debajo del brazo.

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