VALÈNCIA. Viajé a Nueva York cuando LeBron James era ya el estudiante de instituto más famoso de los Estados Unidos. Y por la noche, cuando llegaba con los pies destrozados al hotel y cierto regusto a ketchup y mostaza, hacía un rápido barrido por la televisión en busca de un canal donde poder ver al nuevo fenómeno del baloncesto. Porque armó tanto ruido el LeBron del 'high school’ que sus partidos se daban en la televisión nacional. No había dado aún un paso en el profesionalismo y ya había aparecido en la portada de la mítica revista ‘Sports Illustrated’, lo más parecido a que te den un diploma como deportista de prestigio.
Aquel ‘schoolboy’ de 16 o 17 años que andaba todo el día escuchando canciones de Jay-Z llevaba tras él a toda una cohorte de cazatalentos, Adidas intentaba ganárselo antes de que Nike le hiciera un contrato descomunal y el mismísimo Michael Jordan le invitaba a clases privadas de baloncesto en Chicago.
Se saltó la universidad, claro, y después de ser elegido Rookie del Año se labró una trayectoria en la NBA que le ha convertido en uno de los mejores jugadores de todos los tiempos. El martes por la noche, como ya sabrán, durante el tercer cuarto del partido de los Lakers contra Oklahoma, LeBron dio un pasito atrás, se impulsó con la pierna izquierda y lanzó un tiró de dos que le convirtió en el máximo anotador de la historia de la NBA.
La imagen, ese ‘fadeway’, dio la vuelta al mundo. Muchos aprovecharon también la fotografía, en la que se ve, de fondo, a los aficionados empuñando el teléfono móvil, para hablar de que los tiempos han cambiado y que la gente prefiere grabar un vídeo que contemplar sin distracciones un momento histórico.
A mí me maravilló la elegancia de Kareem Abdul-Jabbar. El legendario pívot de los Lakers perdió el récord con una dignidad admirable y me deslumbró su estampa cuando salió a la cancha, cogió la pelota con una mano y se la entregó a LeBron en un gesto que representaba un cambio de testigo. Kareem ya tiene 75 años, pero quien pisó el parqué no fue un anciano sino una leyenda con un porte digno de un aristócrata.
El último hito del mito de Akron (Ohio), el único hombre que, además, ha logrado más de 30.000 puntos, 10.000 rebotes y 10.000 asistencias, destapó el debate sobre quién es el mejor de la historia: ¿LeBron James o Michael Jordan? No voy a perder el tiempo con eso. Ya expliqué en su día que la respuesta viene condicionada por la edad que tengas. Porque siempre te impactará más el deportista al que viste de adolescente que el que disfrutaste como adulto.
El Chapu Nocioni, aquel gran jugador argentino, tuiteó una reflexión que me parece muy acertada: “Que LeBron se haya convertido en el máximo anotador de la historia no lo convierte en el mejor jugador de la historia. Son cosas distintas. Creo que todas las comparaciones que se están tirando son absurdas. Distintos contextos, distintas épocas”.
Yo añadiría algo más: los que se enfangan en estos pulsos infructuosos no han podido ver muchos años de baloncesto. A muchos no les alcanza más allá de Michael Jordan. Así que no digamos qué pocos han visto jugar a Wilt Chamberlain o Bill Russell. No hay, además, una colección de ‘highlights’ en Youtube sobre esas leyendas tan antiguas, así que muchos no saben de ellos más que lo que dejaron las estadísticas. Que si los cien puntos de Chamberlain o los once anillos de Russell, por decir algo.
Los de mi generación, por ejemplo, tenemos idealizados a Larry Bird y ‘Magic’ Johnson. Son los que vimos en las primeras retransmisiones de la NBA en España y gracias a vídeos penosos, casi de estraperlo, que consumíamos con devoción. Y de esa época es Kareem Abdul-Jabbar, a quien conviene encumbrar ahora que LeBron parece que le ha devuelto la fama perdida.
Porque el pívot de Los Ángeles Lakers anotó 38.387 puntos con poco más que un movimiento ofensivo. El hombre que fue bautizado como Lew Alcindor -se convirtió al islam en 1971 y entonces se cambió el nombre- hizo fortuna con su fabuloso gancho, el célebre ‘Sky Hook’. Y así, con un triple en 1.560 partidos -el tiro de tres se incorporó mediada su carrera-, fue capaz de superar a Chamberlain en abril de 1984 y establecer un récord que ha perdurado durante cuatro décadas (39 años).
Kareem no solo fue un gran anotador. El principal mérito de este chico de Harlem es que reinó durante veinte años Se mantuvo dos décadas en la cúspide. Fue un pívot determinante desde que debutó en 1969 hasta que se retiró en 1989. No se marchó convertido en un jugador decadente: Abdul-Jabbar fue un pívot dominante hasta el último día. Porque su último partido fue ni más ni menos que en las finales de la NBA ante los Pistons de Isiah Thomas.
LeBron, en cambio, se parece poco ya a aquel portento que atravesaba la zona como un tren de mercancías. Poco a poco, para resistir en la cancha, ha ido mutando hasta convertirse en un jugador de perímetro. El primer año, cuando fue el mejor rookie de la liga, King James lanzaba menos de tres triples por partido. La pasada temporada se atrevía ocho veces por partido desde la línea de tres.
A mí el presente me ha servido para recordar el pasado, los tiempos en los que nunca me iba a la cama antes de las 3, las noches en las que consumía mucha NBA y al día siguiente amanecía a las diez o las once tan ricamente. Cuando no había nada más importante que el deporte. Hace tanto ya…