VALÈNCIA. Aún no le ha dado tiempo a poner la foto de familia en la mesa de su despacho, y en el Ciutat ya hay quien pide a Javi Pereira que meta sus cosas en una caja y enfile la puerta. Como si la afición del Levante no supiera de sobra que el problema de su club está en las oficinas de arriba. En la planificación deportiva, en la descompensación de la plantilla y en el vicio de una situación general con un olor a temporada en el barro que tira para atrás. Tan cierto es que Pereira aterrizó en Orriols sin una experiencia en primera línea de batalla que invitara al optimismo, como que su porcentaje de responsabilidad en sus cuatro resultados hasta la fecha tiene límites. En lo malo y en lo poco bueno. Su fichaje ya fue y ese es otro debate.
Claro que el entrenador no se libra de su parte. De no conseguir su objetivo al primer toque. De llegar con la idea clara de echar el cerrojo como tirita para un equipo estropeado, y terminar encajando 10 goles en cuatro partidos -una proporción superior a cualquiera de sus etapas en los banquillos-. O de autopresentarse como un técnico rígido hasta el punto de repetir un once del Levante casi dos temporadas después y sorprenderse a sí mismo obligado a cambiar de argumentario en mitad de dos de las citas en las que ha estado presente. Son hechos, pero abusar del nuevo, ahora, es cometer un error propio de tiempos pasados en la otra acera de la ciudad.
Las comparaciones son odiosas, pero a Pereira le corresponde, como mínimo, un cuarto de la confianza popular que tuvo Paco López cuando vinieron mal dadas la temporada pasada. Cuando levantó a un equipo sumido en el descenso para convertirlo en semifinalista de Copa más de seis décadas después y lo subió en montaña rusa para ponerle el lazo al curso. En cualquier caso, el de Silla empezó su andadura en el primer equipo con mucho mejor pie que Pereira: abrió el telón ganando en Getafe y acabó consiguiendo una permanencia que se había puesto muy negra, pero recogió como herencia una tesitura mucho más sana que la actual pese a la racha de no victorias con Muñiz al volante.
El Levante, con los mil y un matices que diferencian ambas elecciones, apostó por un perfil similar cuando hizo volver de China al extremeño. Un entrenador que, a su manera y con mucho tiempo de por medio, conoce la casa y su gente aunque no rebose su currículum. Que no salen Pacos López de debajo de las piedras es una realidad palmaria, pero más allá de criticar la selección, a nadie se le puede escapar que el nuevo de la clase merece un crédito de partida por más que venga avalado por un área deportiva con bastante más culpa de la coyuntura general del equipo en lo que a balón y césped se refiere.
Porque los reproches sobre la planificación ya venían de lejos. No es que Pereira quiera extremos y no tenga, o que la solidez defensiva con la que se ha topado no sea "la necesaria para sobrevivir en Primera". Es que se cerró la persiana del mercado con 28 futbolistas contando a uno que quedó sin ficha, se fue a entrenar solo a Portugal y tuvo que acordar una salida para que nadie quedara 'en pelotas'; se mostró la puerta de salida a la eterna promesa de Buñol por overbooking en el centro del campo; o que se contrató a un central fuera de plazo sin haber sacado a ninguno de los descartes del cuerpo técnico. Son solo algunos casos, muy obvios y manidos, que ya generaban controversia, hubiera entrado el balón al palo de Cantero ante el Madrid o no hubiera existido la empanada habitual para empatar en el descuento contra el Rayo.