Dejemos de medírnosla

Pasó con Fernando, pasó con Carboni y pasaría con Cañizares o Albelda. Olviden la condición de gente de la casa que sepa que es el sentiment. Djukic y Pellegrino lo sabían y salieron trasquilados y superados por la losa de la "vuelta a casa"...

5/02/2016 - 

VALENCIA. Miren, en estos momentos, no hace falta que les explique cuales son, afloran en nosotros nuestros genes más moros. Esos que provocaron que todo aquello que controlaban se convirtiese en reinos de taifas con disputas a sangre y espada. Y en el Valencia, desde siempre, hemos tenido una querencia a la autodestrucción, muy fallera si quieren, pero nociva en tiempos de crisis.
Anoche, bajo pena de sufrir uno de esos insomnios puñeteros, me di un paseo informativo, mirando con un ojo las redes sociales y con el otro las tertulias de la tele y, tanto unos como otros, pecaban del mismo mal, el y-yo-más. Mención a parte merecen los de El Chiringuito, la España profunda del balompié, que tienen para un serial cómico, pero no es lo que nos ocupa.

Como les decía, estaba en esas, tratando de pulsar el sentiment y el nivel de calentura de la parroquia y la visceralidad era la nota dominante. Vergüenza, humillante, ridículo y demás adjetivos eran los que se oían a modo de eco por cualquiera de los frentes. Dejando de lado la sensación, para mí indolora a partir del penalti, conviene poner hielo a la cosa y, sin entretenerse en exceso, comenzar a buscar soluciones.

Y las soluciones pasan por... Bueno, para serles sinceros, no se por donde pasan. Si que les puedo decir la fórmula que le aplicaría servidor. Pero antes de nada, les pongo un ejemplo. Imaginen ustedes que les gusta, como espectador y aficionado, el fútbol australiano. Admiran la fortaleza de los atletas, lo consideran un deporte noble, trasnochan incluso para ver algún partido y les gustaría poder implicarse más en ese deporte. Surge la opción de comprar un club, que ha sido de los buenos pero que anda en horas bajas deportivas y con problemas económicos. Y lo compran. Con complicaciones, pero lo compran. Y los reciben como a un astronauta en La Gran Manzana. Y vienen, ven el partidito de rigor, ponen a su gente de confianza en la gestión, sanean un poco las cuentas y se dejan asesorar por un buen amigo para traer jugadores con los que mejorar el nivel. Pero tampoco le prestan más interés que el propio de una afición, como pueda ser pescar o jugar al chamelo con los colegas, a euro el punto. Y escuchan a la gente, directa o indirectamente a través de sus manos derechas, y no lo acaban de atinar con lo de la pelotita ovalada, cambio de entrenador incluido.

Difícil, ¿no? Porque si usted, como dueño, va a las fuentes a preguntar como y porqué se ha llegado a esta situación, depende a quien le pregunte, le dirá una cosa u otra. Y si va a la sala de trofeos y ve todas esas copas y pregunta por las más recientes y le explican que se consiguieron en medio de una guerra social, se podría tirar de los pelos. Y si habla con unos le dirán que es culpa de los otros, y los otros le dirán lo mismo pero al revés. Y se queda con la mosca tras la oreja, pensando en que jardín se ha metido.

Ahora, la solución. Que es la mía y que, a diferencia de la suya, tengo este espacio en este medio para publicarla. Pero que no es ni mejor ni peor que todas las que puedan aparecer en diferentes blogs. De hecho, hay bitácoras con mucho talento, tanto en el tema como en la redacción, que alumbran la esperanza y equilibran el neandertalismo de otros tantos. La solución, les decía. Dejen el pasado donde está, en el recuerdo. Cualquier viaje a ese lugar no traerá otra cosa que trincheras. Pasó con Fernando, pasó con Carboni y pasaría con Cañizares o Albelda. Olviden la condición de gente de la casa que sepa que es el sentiment. Djukic y Pellegrino lo sabían y salieron trasquilados y superados por la losa de la "vuelta a casa". Lo que más funcionó en esta historia reciente ha sido el que prevalezca el profesionalismo por encima del amiguismo. Miren a Pizzi, a Benitez o a Cúper en la parcela técnica o al primer Llorente o a Salvo en la ejecutiva. El sentiment es bueno para el aficionado. Imprescindible. Pero las parcelas profesionales han de ser eso mismo. Nunca los méritos en el campo o los amigos en los medios han de ser el título que haga comandar naves tan delicadas como el Valencia.

Así que, dejemos de medírnosla. La afición por el Valencia, digo. No vayan a pensar en otra cosa. Que es la misma tanto la del que está en casa sufriendo en la tele, como el que se ha ido al Nou Camp. Que vale tanto el que reflexiona en redes, como el que descalifica de madrugada en Paterna. Y ni uno ni otro son más. La única diferencia es una cuestión de educación y de recursos. Y eso, querido lector, no tiene nada que ver con sentir el escudo.