VALÈNCIA. Son únicamente cinco jornadas, pero es indudable que Quico Catalán y el área deportiva deben plantearse el futuro del banquillo porque el socavón es cada vez más profundo. Dos empates (Getafe y Atlético) y tres derrotas (Sevilla, Granada y Alavés) y un calendario que se endurece después de este parón por los compromisos internacionales (Athletic, Betis, Osasuna, Espanyol, Valencia y Villarreal para acabar la primera vuelta). Lo más preocupante (y eso que ya lo es bastante) no es que se hayan sumado dos puntos de los últimos 15 y la racha de partidos sin ganar sea de 21, a solamente tres del récord histórico liguero del Sporting de Gijón del curso 1997/1998, ni tampoco que la distancia con la permanencia se haya extendido a cinco puntos. Más alarmante es que no haya una identidad, un plan para cambiar el rumbo y reine un miedo atroz al error, a no dejar de tropezar, a prolongar la inercia negativa, a hacer más profunda la herida sin apenas dar síntomas de resurrección. Una acumulación de factores que derivan en unos números de un equipo que sigue cayendo al vacío y generando una desafección con el aficionado que parecía que empezaba a restablecerse tras el punto ante el Atlético. Es frustrante lo rápido que se evapora la ilusión y se vuelve a la casilla de la salida.
El factor de revulsivo que se buscaba con el cambio de entrenador es inexistente y el Levante transmite una debilidad impropia de un vestuario que pelea por quedarse en la máxima categoría. Un bloque con demasiadas grietas (futbolísticas y, principalmente, motivacionales), que se hunde con el mínimo golpe, que ni reacciona cuando encaja una diana, que no se tiene en pie hasta el pitido final (es el equipo que más puntos ha perdido en la prolongación de los encuentros) y que desde el banquillo no deshace el enredo sino todo lo contrario. Hay que ser claros: Paco López no era el problema (o por lo menos no era el único responsable del caos) y Javi Pereira no es la solución. Los resultados positivos habían desaparecido con el míster de Silla, costándole el cargo tras caer en Palma, y tampoco llegan ahora con el técnico extremeño. Lo peor es que la situación se ha agravado y se ha ido hacia atrás. El retroceso viene porque es imposible definir a lo que juega este equipo. Lo que es incuestionable es que no puede construirse desde atrás porque no tiene argumentos para sumar puntos y escapar de la quema a partir de ser una muralla en la retaguardia. Es evidente que ni sabe ni debe jugárselo todo a defender porque el desenlace será sí o sí el descenso de categoría.
Después de tres entrenamientos en Buñol, Pereira dibujó en su debut ante el Getafe un equipo más conservador, más aburrido y con menos arrojo ofensivo que el de Paco López. Un 0-0 que evidenció ese miedo a perder que está marcando la pauta, aunque por eso de la primera vez, de dar tiempo, se edificó un discurso al que había que agarrarse para creer, pero que se sostenía de aquella manera, que no encajaba del todo por el lastre del pasado y que sencillamente había que aceptar por encontrar algo de luz y no venirse más abajo todavía. Una utopía. Los temores no tardaron en llegar. Es verdad que por el camino se ha tenido que lidiar con Sevilla y Atlético, pero también ante Getafe, Granada y Alavés, que llegaban al duelo directo frente a los granotas en puestos de descenso, y contra los que se dio una imagen de perdedor, de equipo depresivo, de brazos caídos y con un discurso público de su entrenador en rueda de prensa muy alejado de ese espíritu motivador necesario para recuperar la fe y creer en que la situación puede revertirse de inmediato. Porque la cobardía es una garantía de fracaso absoluto, de equipo pequeñito y de descenso irremediable.
A Javi Pereira le cuesta asumir públicamente sus errores y comete el error de señalar a los futbolistas (el más reciente De Frutos que para colmo se ha lesionado). Un fallo tremendo cuando acabas de llegar y no tienes ascendencia suficiente. A veces le he reprochado a Paco López que no hubiera sido más contundente delante de los micros, pero ahora comprendo más todavía lo de que los trapos sucios se limpian de puertas para dentro. La gestión de un vestuario es clave y las últimas decisiones sobre el terreno de juego me generan muchísimas dudas. Desde la apuesta ante el Granada con jugadores fuera de su posición o la entrada de Róber Pier en Vitoria porque ni creo que fuera el mismo cambio con 0-1 (el gallego ya estaba preparado para saltar al terreno de juego junto a Cantero y suplir a De Frutos y Morales antes del primer gol de Joselu) que con 1-1 (cuando se produjo) y, sobre todo, para que el ‘4’ actuara de mediocentro por delante de Pepelu, Vukcevic, Radoja o Pablo Martínez y hasta Blesa (los cinco estuvieron en el banquillo), más habituados a jugar en el centro de mando. Ya no entro en que Róber quedó retratado en el definitivo 2-1, al igual que Vezo y Miramón.
Y luego hay otro detalle que me sorprende. En el primer partido se vendió el discurso de que el nuevo Levante de Pereira se iba a cimentar, además de en ser un bloque ordenado y sólido defensivamente (ha encajado 12 tantos en cinco partidos y es el equipo más goleado de Primera con 25, seguido por el Valencia con 20), en los extremos, en un juego vertical e incisivo por los costados, y que era necesario refrescar las alas en la próxima ventana de fichajes porque solamente están De Frutos y Morales (que posteriormente ha jugado más en la punta de ataque junto a Soldado) y que de ahí iba a escapar Bardhi… hasta que el macedonio volvió a actuar en Mendizorroza en banda izquierda y pasar totalmente desapercibido. Menos reinventarse por favor.
Lo de “un manojo de nervios", “no tenemos esa solidez ni contundencia para sobrevivir en Primera División" y “no hay consistencia en el rendimiento" que expuso Pereira tras la bofetada de realidad ante el Granada, con los consiguientes merecidos pitos de un Ciutat que se había quedado prácticamente vacío, me dejaron la sensación de haber escuchado a un entrenador que describía un escenario que se ha encontrado y del que intentaba esquivar el mayor de balas posibles. Llevamos arrastrando unas debilidades que no se corrigen desde la confección deportiva auspiciada por el presidente y que el que se sienta en el banquillo debe reflotar como pueda y exponiéndose constantemente. Me parece bien que Javi denuncie esas carencias, pero ahora él es el responsable con todo lo que supone, tiene que encontrar soluciones y no apoyarse tanto en la oratoria porque a esta marcha acabará siendo la siguiente víctima. Fue consciente desde el primer instante de que el tiempo jugaría en su contra si la dinámica no lograba cambiarla. Ese era el peaje de aceptar la oportunidad de su vida, de marcharse de China donde era un ídolo y subirse al carro de la máxima categoría del fútbol español.
Aunque suene que pueda estar pidiendo la cabeza de Javi Pereira, simplemente me limito a mostrar una realidad que se ha agudizado en un Levante sin identidad ni rumbo. Es indudable que este no es el camino. A Paco le pasó factura el desgaste y al final los resultados. Que aún queden 25 partidos es a lo único que el levantinismo se puede agarrar. Ese tiempo que no espera a nadie y que cada vez tiene menos un técnico que vive en un examen final constante. Que estemos en esta situación viene de atrás y con muchos responsables. Lo que todos queremos (por supuesto que Pereira también) es salvar la papeleta, evitar caer al abismo y después extraer conclusiones y reconstruir un proyecto con señales de descomposición, de agotamiento, que ya había que haber cortado de raíz. Que estemos ahora esgrimiendo la posibilidad de un nuevo relevo en el banquillo, y que en caso de producirse debería tener más consecuencias en la parcela deportiva porque ya no quedarían más escudos, intensifica la deriva y obliga a reconocer que se ha cometido un error (otro más), algo que de puertas para dentro en Orriols está brillando por su ausencia de un tiempo a esta parte. Lo de la autocomplaciencia, la falta de autocrítica y las excusas para intentar ocultar esta crisis en todos los aspectos.