VALÈNCIA. Me resulta imposible encontrar una sola razón para creer. Aún habrá algún iluminado que seguirá pensando que esta última humillación ha sido también por culpa de la pandemia. El Levante está muerto y el descenso es casi lo de menos. Lo peor de todo no va a ser caer al precipicio de Segunda División. Lo más grave y preocupante serán las consecuencias de esta autodestrucción, la sensación de improvisación y falta de profesionalidad, y la ruptura total con esos aficionados que en Vila-real (y desde casa) sintieron que, una vez más, habían ensuciado su escudo, evidenciado en esa treintena de fieles que despidieron a los jugadores, fuera y dentro del estadio, al grito de “Esta camiseta no la merecéis” y “Levante somos nosotros”. Honor a esos valientes que siguieron creyendo en la reacción después del mazazo que supuso la derrota contra el Valencia. Por supuesto que la afición tiene derecho a protestar, pero con conocimiento, expresando su malestar, y sin caer en las malas formas. Al futbolista no le queda otra que aguantar, cerrar la boca y demostrar en el campo que sí merece lucir este escudo.
Este empastre no es más que la consecuencia de una acumulación de despropósitos, de una pérdida de tiempo constante en errores e indecisiones, de un querer verlas venir como si por arte de magia pudiera salir a flote un proyecto condenado al fracaso desde el momento en el que no se gestionó un evidente fin de ciclo que se fue agudizando desde que se escapó el pase a la final de la Copa del Rey. Sin soluciones coherentes, sin autocrítica. Hay que ser realistas y asumir que esto se ha acabado. Ni creer en el milagro de los milagros ni nada que se lo parezca. No voy a vender humo. No me gusta engañar al personal. Las matemáticas aún te dan vida, pero las sensaciones son dantescas. Habrá que plantearse si realmente merece la pena gastar los escasos recursos que tiene el club en fichajes de invierno (un central y un extremo son las prioridades) o si es mejor guardarlos para confeccionar el futuro. Esta segunda vuelta de competición va a ser perfecta para preparar el proyecto del regreso a la máxima categoría, pero luego me acuerdo de que el Levante sigue sin dirección deportiva y vuelvo a deprimirme. Que un club de Primera no tenga un plan demuestra que la descomposición no tiene límites.
Ni en esas primeras ocho jornadas con Paco López, ni luego con Javi Pereira y ni, aunque me fastidia muchísimo, tampoco ahora con Alessio Lisci. Los números son demoledores: ocho puntos (uno de doce con el italiano), toda una vuelta sin ganar (8 empates y 11 derrotas), 27 partidos sin conocer la victoria, 19 goles a favor y 41 en contra. Y no resalto ni la distancia que hay con la permanencia porque he perdido la fe. Esa creencia en comenzar 2022 con la primera alegría de la temporada se fue al traste en un suspiro y por los mismos horrores. Si te quieres salvar no puedes haber encajado dos goles en el minuto 12. Aunque también es verdad que tampoco puedes echar por tierra un 2-0 a favor ante el vecino en el minuto 25 para acabar perdiendo.
Esta vez no quedó el consuelo de haber competido, aunque hubiera sido media parte. El Levante no compareció. No plasmó ni ese mínimo exigible. Desorganizado, pasivo y sin alma. En La Cerámica quedaron todos absolutamente retratados: los poquitos que lo intentaron porque aún tienen argumentos, los que hace tiempo que están pensando en su futuro fuera de Orriols y lo hacen más notorio con un lenguaje corporal desesperante, los que llegan a lo que llegan porque no tienen el nivel suficiente o los que llevan dos ratos en el primer equipo y no hay que sobreexigirles. Y el Villarreal no hizo más daño porque no quiso y dejó su paseo en barca en una ‘manita’.
Públicamente, Alessio no supo qué decir. Me entristecería que esta caótica situación devorara a un entrenador como la copa de un pino, con un futuro arrollador, pero al que el presente puede llevárselo por delante y no sería justo. Entre tópicos y obviedades intentó salvar como pudo su rueda de prensa más complicada desde que está en un banquillo. Ya había gastado en el ridículo de la Copa en casa del Alcoyano la bala de no dejar títere con cabeza. Estos últimos días me había empapado de todas las entrevistas que había hecho el míster. Me ilusioné con su discurso, aunque chocara con un panorama que es el que es y no solamente por lo que sucede en el terreno de juego. Me gustó que insistiera en que este reto no es un marrón para él. Reconozco que buscaba en sus palabras motivos para no tirar la toalla y los encontré, porque de lo contrario no sabría con qué motivación iría al Ciutat lo que resta de temporada, aunque creyendo que esta primera reválida del año supondría un punto de inflexión… hasta la bofetada de realidad perpetrada ante uno de los rivales con más pegada de LaLiga.
Esta vez no estuvo Morales en el campo para dar explicaciones tras la enésima deshonra. Después de cada gol tenía muy presentes sus declaraciones tras el derbi, sobre todo su última petición a todo el equipo antes de marcharse de vacaciones: “Hay que pensar en casita estas Navidades, hacer autocrítica y empezar 2022 ganando al Villarreal. Da igual si jugamos bien o mal y si no ganamos estamos camino de la debacle”. Seguro que el Comandante, que dejó su racha de partidos seguidos jugados en 119, no hubiera agachado la cabeza como otros, ni hubiera proferido gestos de desaprobación. 2022 ha comenzado haciendo más profunda la herida, prolongando esa “ruina” deportiva que está siendo esto desde abril. Dicen que cuando no dejas de perder estás más cerca de la victoria, menos en este Levante. ¿Llegará el sábado ante el Mallorca de Luis García?.
Jornada a jornada, y tras comprobar el desarrollo de los acontecimientos, es inevitable echar la mirar atrás y recordar lo que pasó tras la destitución de Paco López después de la derrota en Palma. Levante y Getafe cambiaron de entrenador a la vez. Cuando Quique Sánchez Flores llegó al banquillo del Coliseum y tras debutar en el Ciutat con un empate sin goles, los granotas estaban tres puntos por delante en la clasificación y ahora diez por debajo. Nadie puede asegurar todavía que el ‘Geta’ se salvará, pero está claro que tiene camino recorrido porque ha construido una identidad en la que aferrarse, con unos jugadores que encajan a la perfección en el ‘método Quique’, que saben competir y que no arrastran ese bloqueo mental que florece cuando todo sale mal. 17 puntos de 33, un gol encajado en los últimas seis jornadas y dos triunfos seguidos después de la eliminación copera a manos del Atlético Baleares de Primera RFEF. Es lo que tiene la coherencia en la toma de decisiones y en la elección de Javier Pereira por Manolo Salvador y David Navarro, en un momento clave de la temporada, no existió.
En estos días de propósitos y buenos deseos, dejando a un lado el 5-0, lo que pediría es que vuelva la cordura. Que se destruya esa burbuja que reina de puertas para dentro, esa coraza, ese escudo protector que ha alejado al granota militante. Es una realidad que ya no se le escapa a nadie. No se puede mirar a otro lado, más en un club como el Levante que históricamente había hecho de la humildad del pequeño su principal seña de identidad. Que se insista en volver al pasado más reconocible no es una locura y que se exponga con tanta contundencia no persigue ningún propósito personal hacia nadie. Aunque ahora parezca un imposible, hay tiempo para recuperar esa identificación. La reconstrucción comienza por curar esas heridas. Que el Ciutat se vacíe sería un problema gordísimo.
Hago más hincapié en el grado de pertenencia, en lo del Orgullo Granota, que en la supervivencia entre los 20 mejores del fútbol español porque siempre he entendido que el fútbol es sentimiento, arraigo y fidelidad en la División que sea. Que las alegrías no entienden de si estás en Primera o Segunda. Porque los que llevamos estos colores en la sangre no olvidamos el pasado y sabemos lo que se ha sufrido para disfrutar en la élite. Por eso, porque las hemos visto de todos los colores y nos hemos sobrepuesto a muchísimos contratiempos, da más rabia aún la situación actual. Después de los dos últimos descensos (2007/08 y 2015/16), con escenarios y connotaciones diferentes, la unión entre club, equipo y afición fue clave para recuperar el terreno perdido.