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Despedidas

25/05/2021 - 

VALÈNCIA. Hay despedidas que dejan indiferentes a todas las partes y otras, en cambio, que nos hacen pensar en quien nos deja. En el primero de los casos, la salida de Mangala, Gameiro, Cutrone, Oliva y Ferro me provocan cierta indiferencia: el central no estaba para la máxima exigencia futbolística; el delantero podía haber hecho muchísimo más de lo que hizo y con el salario que tuvo; y los tres cedidos…  pues me pregunto si alguien irá corriendo ahora a apuntarse la autoría de sus fichajes, como ocurrió en invierno, cuando vinieron. A lo mejor Gracia no estaba tan ciego ni Voro estaba tan vendido a la propiedad. De todos modos, estos tres nos marcan cuál va a ser el nivel de reforzamiento que el club va a experimentar. Me guardo, para otra ocasión, lo que parece una despedida segura de Guedes, Cillesen, Kang In, Maxi y Wass y alguna que otra sorpresa. Y espero, como debería ser, la salida de Cheryshev, Jason y Sobrino. Quizá sea un verano de despedidas, ¡quién sabe!

Pero la despedida que realmente yo he sentido este fin de semana y que excede, con mucho, al adiós de estos chicos que van pasando sin pena ni gloria por el club, es la de nuestro Premio Cervantes, Francisco Brines. No sé cuánto saben nuestros lectores de él, pero deben ser conocedores de que era un valencianista empedernido, capaz de cogerse el coche, desde Oliva, a las ocho de la tarde, para ir a ver jugar a su Valencia CF un sábado de esos de nocturnidad mestallera. Y luego, regresar de madrugada otra vez, para allá. Lo hizo muchos años, pues era socio fiel, fuera o no fuera al campo por circunstancias varias.

Tuve la gran suerte de tener una amistad profunda, constante y entrañable con el bueno de Paco y la casualidad nos brindó la curiosa anécdota de conocernos en persona en las entrañas de Mestalla: habíamos hablado muchísimas veces por teléfono y en un partido de Liga, creo que fue en la temporada 97/98, por fin, nos vimos cara a cara tras un par de años llamándonos, al menos, una vez cada dos meses. Lo curioso es que dedicábamos diez minutos (los primeros) a hablar de poesía y las tres horas siguientes (sus conversaciones telefónicas, especialmente noctámbulas, eran muy largas) las dedicábamos a hablar de fútbol, de su Valencia CF. El Burrito Ortega le parecía un mago sin cabeza, incapaz de canalizar toda su magia; Angloma le despertaba admiración por su físico; Mendieta le extrañaba en su evolución; de los Fernando, Quique, Arias, Giner, Camarasa y compañía hablaba con respeto y agradecimiento; de Claramunt y Roberto Gil lo hacía con nostalgia y de Pablo Aimar, con devoción. De muchos otros poco más añadió, la verdad, pero no por otra cosa, sino porque él tenía su selecto club de futbolistas predilectos, entre los que también se encontraba Daniel Solsona, sobre el que no solo escribió un artículo elogioso, sino también con el que conservó una buena amistad en el tiempo.

Brines era una persona pausada hablando, muy sereno en su pensamiento, pero cuando veía jugar al Valencia CF se le encendía una alarma emocional maravillosa, que me recordaba lo grande que es este club. Fue uno de los primeros poetas futboleros que conocí y ahora, por suerte, son legión y eso derriba muchos muros y prejuicios que ya no tienen razón de ser en torno al fútbol y las letras. Brines nunca insultaba, al menos a grito vivo; nunca descalificó a ningún árbitro, ni silbó a ningún jugador suyo. Aplaudía la jugada bien hecha y el esfuerzo. Le maravillaba cuando un jugador, puesto entre líneas, era capaz de regatear con un buen control y filtrar un pase que parecía imposible: la precisión le resultaba hechizante. Luego el gol ya no le parecía tan artístico, pues la plasticidad la había visto antes y no tanto en la resolución. No podía dejar de ser poeta, claro.

Pero el valencianismo de Brines ya venía de serie, lo llevaba en la sangre. Hay un dato que poca gente sabía hasta hace poco y que solo algunos de sus amigos conocíamos desde hace ya mucho: el padre de nuestro poeta era directivo del club en la época de Julio de Miguel y Martínez de Bujanda (1961-1973), pero el bueno de Paco me confesó que, de manera interina y muy breve, su padre, D. José Brines Benavent, llegó a ser presidente del club. No me constan registros de ello (y creo firmemente en la palabra del poeta), pero solo veo que pudiera darse este hecho en la década anterior, por alguna razón que se me escapa, o en el tránsito entre Vicente Iborra Gil y el propio Julio de Miguel. Quizá deberíamos ahondar en este dato, pues en algún registro del club, en alguna acta, debe constar, porque Brines, el hijo, era poco dado a darse estos regalos gratuitamente.

No soy sospechoso de apuntar y criticar abiertamente la actual gestión, no por  nada personal, sino porque como valencianista me duele ver qué está pasando. Ojalá pudiera decir más cosas buenas, la verdad: sería una gran señal. Pero este sábado, en la capilla ardiente instalada en el Ayuntamiento de Oliva, me gustó muchísimo ver a Miguel Ángel Bossio representando, elegantemente, al Valencia CF. Y me gustó también que el Valencia CF estuviera rápido y atento en sus comunicados. Bravo por esta gestión. Yo moví, hace ya tiempo, que el Valencia CF invitara al poeta a hacer un saque de honor y nunca me dijeron que no. Pero Paco sí se negó a esto, porque le daba rubor y porque no se sentía tan importante. En verdad, nunca se hizo ese saque por mucho que lo peleé, pero sí se han llevado brazaletes negros en su honor, aunque no todos los jugadores lo lucieron. Me emocionó ver que el club y su directiva estuviesen, esta vez sí, a la altura de las circunstancias, del valencianismo, de la vida. No es tan difícil ¿verdad? Francisco Brines se lo merecía. Adiós, querido Paco, descansa en tu luz: también el valencianismo ha sabido quererte.