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13 de noviembre / OPINIÓN

El adiós de Paco y la necesidad de un plan

5/10/2021 - 

VALÈNCIA. A Paco López se lo ha llevado por delante el cansancio, el desgaste y la incapacidad de no haber podido refrescar a un vestuario que había entrado en una espiral de monotonía y acomodamiento muy peligrosa. Hacía tiempo, si la situación no cambiaba, que no me atrevía a afirmar, cada vez que me lo preguntaban, si le quedaban dos días, una semana, un mes o si podía acabar la temporada. Lo que sí repetía es que cuando fuera su final se le reconociera lo que había sembrado y se le despidiera con respeto y agradecimiento. Porque llevar las riendas del Levante ha sido su sueño hecho realidad desde aquella llamada que recibió de camino a Elda para dirigir al filial. Y el destino ha sido tan caprichoso y cruel que ha dicho adiós superando el registro negativo de Muñiz, tras caer ante su amigo Luis García y con el que siempre será su equipo en puestos de descenso tras el primer gol de Rochina en su vuelta a Granada para tumbar al Sevilla. Filias y fobias a un lado, me encantaría que su legado permanezca para siempre y como lo que es: mucho más que el entrenador con más partidos oficiales en la historia del club. No me voy a extender mucho en lo de anunciar su destitución con un comunicado oficial a las 23:40 de la noche. Un reflejo más del poco tacto para gestionar un fin de ciclo para la historia. Una decisión que recuerda a una etapa oscura que parecía que se había erradicado. Duele que se acabe esta etapa, pero sabemos en qué mundo nos movemos.  

“Paco López tiene el respaldo máximo por parte de este club y lo hemos demostrado con hechos y no con palabras. Que nadie lo ponga en duda, porque lo tiene, y quien diga lo contrario miente”. Este era Quico Catalán el pasado 15 de septiembre. Poquito ha durado esa confianza absoluta. Ni el área deportiva ni una representación del Consejo de Administración estaban plenamente convencidos de su continuidad incluso antes de empezar la temporada. Los presagios, lo que pensábamos unos cuantos que lo mejor era deshacer los caminos hace tres meses, se han cumplido y no tenía sentido que se estirara más el chicle ni se alargara la agonía sin esa confianza necesaria para salir de esta encrucijada. El Levante se había enrocado en un bloqueo muy preocupante, con muy poquitos argumentos a los que aferrarse para confiar en que la reacción fuera posible y de inmediato. Curioso que el relevo debutará ante el mismo rival con el que empezó el ya exentrenador: el Getafe que también ha decidido prescindir de Míchel y que como los granotas tampoco conoce el triunfo en este inicio liguero.

Paco se ha marchado como un señor. Una elegancia que no demostraron ni Manolo Salvador ni David Navarro, ausentes en la rueda de prensa de despedida. También es reprochable que no se acercaran ninguno de los capitanes. Solamente estuvieron Aitor Fernández, Cárdenas, Malsa, Melero y Campaña. Hay que saber ganar, saber perder y saber despedir a un técnico para la historia. El aspecto humano está muy por encima de los resultados que al final son los que acaban dictando sentencia. Por mucho que en la Ciudad Deportiva se escapara alguna lagrimilla que otra, la imagen que queda es que faltaron muchos vértices que ahora saben que ya no van a tener la protección del banquillo como hasta ahora. La mejor comunicación es la que sale del corazón y las últimas palabras de Paco fueron desde las entrañas de ese granota que siendo un crío se sentaba en el cemento del estadio para alucinar con su ídolo Caszely desde el calentamiento.

En las últimas semanas, el atisbo de solución pasaba por unas palabras que se repetían, pero no se veían refrendadas en el terreno de juego. Las de Palma, como en casi todas las jornadas, fueron de Paco y Morales. El que más se exponía y el capitán. Para que un mensaje cale debe tener credibilidad porque de lo contrario pierde impacto. Y sentí escuchándoles desde casa que por los nervios de un escenario plagado de minas no se lo creían ni los propios protagonistas. Es verdad que tampoco sé lo que hubiera dicho en esa situación. Hay un punto de ansiedad que hay que saber manejar y cada uno lo gestiona como considera o puede. La bola es enorme y la avalancha ha pasado por encima de un vestuario aterrorizado.

Cuando los resultados dan la espalda, en el fútbol reina una ansiedad extrema, muchas veces descontrolada y asumida incomprensiblemente, permitiendo que se fuera de madre. Una pasión desmedida y a pellizco. Pero no solamente en el Levante. Hay muchísimos factores que han convertido esta crisis de identidad y resultados en insostenible y han precipitado este desenlace. Es injusto pensar que Paco López ha salido con un porcentaje de responsabilidad superior al que merece porque esta movida tiene más culpables. Las últimas reacciones de los otros actores de esta caída libre le han hecho un favor. Me cuesta transmitir algo de positivismo y me duele en el alma asumir que no había otra solución que cortar de esta abrupta manera. Porque en el mundo del fútbol solamente hay un camino posible cuando las cosas van de culo: deshacer el eslabón más débil. Es el cuarto entrenador despedido en los 11 años de mandato de Quico.

Hace unas semanas (más en serio que en broma) escribía que si me incrustara en la piel del técnico de Silla hubiera puesto mi cargo a disposición del club porque no comprendía que tuviera que comerse más marrones de la cuenta al ser la principal cara visible. Lo veía superado. Por supuesto que ha cometido muchos errores y esa cabezonería en la gestión de algunos casos particulares le ha pasado factura, pero en este escenario crispado y con escasa tolerancia, su imagen se ha ido deteriorando al recibir tantos golpes por esa condición de escudo perfecto. En este contexto, agravado por una plaga de lesiones que ojalá no tenga su sustituto, era imposible que se produjera una resurrección. No sé qué perfil de entrenador necesita el equipo. A mí no me pagan para eso y ahí está mi principal miedo: si esta área deportiva dará con la tecla. Hay que tener un plan, condicionado además por el movidón del Fair Play Financiero y una plantilla de 27 jugadores, con sus virtudes y sus vicios adquiridos que no han sido subsanados en verano.     

Desde la permanencia agónica en Girona, el Levante ha firmado dos temporadas en las que con poco y sin pisar el acelerador (lo de la montaña rusa con momentos pletóricos ante todopoderosos y meteduras de pata de alta gama) consiguió el objetivo y todos tan contentos… o no. Efectos de la pandemia al margen (que está claro que condicionan pero basta ya de escudarse con tanta facilidad), la ruptura comenzó en el momento en el que no se asumió que para crecer desde la sensatez había que frenar la deriva, tomar decisiones y no caer en el acomodamiento, en que con lo mismo habría final feliz. Los ciclos largos y convivir con las mismas caras traen más perjuicios que beneficios cuando las cosas se tuercen. El Levante necesitaba refrescar el ambiente y fue incapaz de hacerlo cuando tocaba. Y lo que quedó fue una distancia insalvable, un desgaste, un punto de desencuentro y, salvando las distancias y el legado de uno y otro, un escenario como el del arranque de la temporada 2015/16 cuando no se creía en Lucas Alcaraz y se le aguantó al frente durante las primeras nueve jornadas de competición. La conclusión de aquella temporada es mejor no recordarla.

El agujero tras caer en Palma de Mallorca se hizo más profundo. El equipo entró en un bucle en el que el miedo al fallo llevaba el ritmo, sin capacidad de respuesta. Y eso era culpa de Paco, pero también de unos jugadores bloqueados, asustados, que intentaban solucionar el empastre haciendo cada uno la batalla por su cuenta y que ahora hay que exigirles más todavía. Es su momento. No hay tiempo que perder y el factor puramente deportivo (el más importante) no es el único que recomponer.

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