VALÈNCIA. En laprimavera de 1947 el Llevant cayó eliminado en octavos por el Athletic, tras haber firmado el mejor partido del curso, según los cronistas de la época, que también se quejaron de los árbitros. El trencilla de ida y el de vuelta fueron elegidos, curiosamente, por el club vasco, como una deferencia al de más entidad, por si no tenía suficiente ventaja. El Llevant venció en la vuelta 4-2. Sí, se impuso 4-2 a todo un Bilbao (así se le llamó siempre por aquí) que se proclamaría subcampeón de Primera (46-47). Ese mismo año la escuadra capitaneada por Agustí Dolz quedaba quinta en Segunda. Tengamos en cuenta que cada división tenía catorce equipos, con lo cualpodríamos inferir que, clasificatoriamente, el Llevant estaba entre los veinte mejores, que son los que hoy forman la liga de Primera.
Esta eliminatoria es el único precedente copero y fue emotiva. Los granota debían remontar un 6-2 y no se quedaron lejos de conseguirlo. En San Mamés el Llevant se había puesto 0-2 por delante y luego llegó la hecatombe. Y en Vallejo se vivió una remontada interruptus. Pero el levantinismo se sintió importante, de nuevo. La guerra había truncado una trayectoria ilusionante, los mejores años del Llevant FC, y, pese a los rigores impuestos por el régimen y el hurto literal de futbolistas, el club, tras la fusión con el Gimnàstic, mantuvo su gen competitivo, que le llevó a rozar el ascenso a Primera en las campañas 39-40 y 40-41.
Luego llegarían cinco cursos en el fango y el regreso a Segunda del 46. Y con el Piru Gaínza enfrente se volvía a respirar la élite de cerca. Eso debió pensar Agustí Dolz cuando le estrechó la mano. El levantinismo sentía más que nunca el deseo y la necesidad de estar en la élite. No se concebía otra cosa. No se podía perder otro tren. Y sin embargo no sucedió hasta el 63. Y sin embargo, tras dos temporadas de sueño, no volvió a suceder hasta Xerez, hasta 2004. Esta es la ímproba supervivencia de un club que se pasó 95 años necesitando de forma imperiosa algo que, a veces, se tocaba con la punta de los dedos pero que no llegaba jamás. El escritor Enric González lo comprendió de un vistazo, cuando afirmó que "la mejor afición del mundo, por estoicismo, es la del Llevant".
Es en este contexto donde se comprende la emoción (la ilusión) de la nación granota por estar de nuevo en unas semifinales, como en el 35, como en el 37*. Por eso no somos capaces de hablar de otra cosa, de pensar en otra cosa desde que Roger marcó en el 120'. Y sin embargo llega el Granada a Orriols y la llave para seguir en esta nube que se llama Primera (y que da acceso a todo lo demás) es meter cuerpo y alma en esos tres puntos, para rematar esta Semana mágica, con la guinda de Morales 2023 y lo que representa desactivar esa fuente de ansiedad entre la afición granota, el propio club y el vestuario.
Hay que agredecer la generosidad de las partes para llegar a un acuerdo en un asunto de aristas tan complejas. Al final ese contrato es una solución futbolística, pero va mucho más allá: blinda la leyenda de Morales, perpetúa el idilio y corta de raíz la posibilidad de una fractura. Genera paz social, bienestar y permite soñar con más golazos y más asistencias. El Comandante, en su madurez, está firmando su mejor campaña; lo hace todo mejor aún: se dosifica, es solidario, levanta la cabeza, juega para el equipo y, con ello, asiste y marca más. El Llevant ha renovado al mejor Morales que ha existido, al más regular. Y parte de esa mejora del capitán es de Paco López. Es el mejor fichaje de invierno posible.
El Granada es el nuevo Getafe. Llega un once peleón, táctico y competitivo, pero con el talento limitado. El Llevant está jugando a fútbol con una inteligencia insultante. Ya lo venía haciendo antes de que llegaran los triunfos. Y sigue teniendo el margen de mejora en sus habituales puntos débiles: las transiciones y el balón parado. Resolver eso lo acabaría de convertir en un equipo de época. Hay que ser ambicioso. No conformarse, no confiarse, no bajar la guardia. Ha costado un siglo llegar hasta aquí. Hay que defender el estatus con el cuchillo entre los dientes. Resistir la adversidad, sobrevivir a ella cuando es tan persistente es, sin duda, una heroicidad, casi un milagro, pero de inmediato llega otro reto: evitar la tentación de creer que se ha conseguido algo. Sólo acabamos de iniciar el camino que soñaron todos los que nos precedieron, todos aquellos de los que heredamos este sentimiento.
*La liguilla a cuatro para decidir los finalistas de la Copa del 37 se definió como"rondas semifinales".