Los dos andan con el excel colgando, más ocupados ya en que no equivocarse con las cuentas (25, 13…) que en gozar del éxito. La emoción por ganar, tal que el perro antes de comer, anulada por animales saciados por completo. Ganar requiere interrupción, sino desluce el mérito...
VALÈNCIA. Analiza Arbeloa cuán incomprensible es no ser madridista y vivir con la angustia de no poder jugar la final de Champions cada año. “No entiendo cómo todavía queda gente que no es del Madrid. Es como renunciar voluntariamente a la felicidad”, deja escrito. No comprende, desde su intelectualidad caudilla, la posibilidad de no dejarse guiar por otro parámetro que no sea el triunfo. No nos entiende, desgraciaditos como somos, a quienes nos tocó otra vía. El Madrid, hay que compadecerse, sufre la falta de apetito de quien gana por rutina y acaba planteándose retos inalcanzables: coleccionar copas europeas les sabe a poco y su misión principal es que todos sean del Madrid, incluso aunque no lo sepan.
Esa rutina desapasionada es la que aproxima al Madrid al mayor de los dramas: acabarán ganando su Champions número 18 y dejarán de celebrarla de puro aburrimiento, plastas de ellos mismos, hasta plantearse un experimento: ¿y si este año la gana otro? Ese malditismo del Madrid expresado contra el Bayern: aún poniendo todo de su parte para que los alemanes los hicieran fuera, acabaron dentro.
El Barça, entre tanto, ganó la Liga el domingo en la clandestinidad de la victoria burocrática, privado de alicientes, en mitad de un gran ‘sí, hemos ganado la Liga, pero…’. En plena duda de si hacer una rúa con batucada o hacer un Valencia y suspender las celebraciones.
Los dos andan con el excel colgando, más ocupados ya en que no equivocarse con las cuentas (25, 13…) que en gozar del éxito. La emoción por ganar, tal que el perro antes de comer, anulada por animales saciados por completo. Ganar requiere interrupción, sino desluce el mérito.
La supremacía absoluta provoca monstruos y les empieza a sumir en el tedio; ya se otean las primeras pistas. Cualquier día nos envidiarán a los que cumplimos la década sin metal y propondrán un ciclo de moratoria de títulos para volver a recobrar la ambición por vencer. Van a terminar encontrando más emoción en dirimir a quién le toca hacer el pasillo a quien que en el propio título.
Trofeos colapsados por un mismo ganador. Otro día volveremos a recordar las condiciones ventajosas de las que disfrutan y esta suerte de dumping financiero que todo lo puede. Desde hace dos décadas la liga europea sonaba a amenaza para las competiciones nacionales. Comienza a plantearse como una bendición.