VALÈNCIA. A 11 días de regresar LaLiga, el Valencia CF esté en llamas. No se podía saber: un nuevo incendio. Otro que salpica las formas de una propiedad tan millonaria como caprichosa. A un lado, aparecen el dueño que maneja todo a control remoto, el presidente que mandó callar a los aficionados del club que su patrón tiene como negocio y un grupo de ejecutivos que, si no quieren perder su trabajo, tienen que comportarse como como súbditos y no como empleados. De sus acciones, por supuesto, responde 'El club del tragasable', siempre solícito cuando se trata de tener más tragaderas que nadie, de justificar lo injustificable y de lavarle los pies con agua de rosas al que pone el dinero, culpando a la prensa, al aficionados o al empedrado. Al otro lado aparece un jugador de la entidad, Ezequiel Garay, al que contemplan 16 años en esto del fútbol. Un tipo que tuvo la gallardía de defender a su ex técnico y que ahora se atreve a denunciar públicamente cómo las gasta Meriton, con una renovación que se le prometió, negoció y no se produjo, tras sufrir una lesión gravísima y superar el coronavirus.
En una esquina están la propiedad y sus ejecutivos. Y en la otra esquina, un jugador de fútbol que va a dejar de pertenecer a un club por su valentía para enfrentarse públicamente a sus jefes, quizá hasta (veremos) con el apoyo de algunos de sus compañeros. El presumible resultado del combate: un nulo como una casa. Garay perderá lo que deseaba y seguramente merecía, renovar. Y el Valencia CF perderá lo que seguramente debió haber sabido negociar y cerrar de manera señorial, la renovación de un jugador que lo ha dado todo. En el centro del rin asoman los de siempre, los valencianistas que, hartos de jaleos de proporciones bíblicas, de guerras estériles y de insensibles caprichos de gentes dicen servir al Valencia CF, cuando se están sirviendo del Valencia CF.
La sensación particular de quien esto escribe es que toda esta historia no acabará bien. Que ya no se puede blanquear, por más lacayos mediáticos que maneje el poder, para que retuerzan la verdad, a gusto del consumidor, como si la verdad pudiera ser a la carta. Habrá quienes, con tal de sobrevivir como sea, tendrán el estómago para subirse al barco de Celades, como se subían al de Marcelino o se subirán al del próximo que haga falta para, cuando toque, abandonarlo al grito de “sálvese quien pueda, el presidente y el máximo accionista primero”. Problema suyo. El protocolo de actuación es el que es: ni una mala palabra, ni una buena acción. 'El club del tragasable’, que jaleó aquello de “Peter Lim no va a presentar un ERTE”, que aplaudió lo de “Marcelino barraquero” y silenció el injusto despido de Mateu Alemany, suma y sigue. La ética de geometría variable de los que dirigen el club está pisoteando la historia de un club con más de cien años. Siguen preguntándose qué debe hacer el Valencia CF por ellos y no qué deberían hacer ellos por el Valencia CF.