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El gol de Forment

26/03/2021 - 

VALÈNCIA. Hay goles que se pierden en los abismos de la memoria de los aficionados y otros que se convierten en memorables con una marca indeleble. Los que recordamos por siempre son aquellos que sirvieron a nuestro equipo para ganar títulos, goles de finales, de partidos decisivos con los que las matemáticas certifican que ganamos ligas e incluso de remontadas imposibles. Forman parte de los resúmenes de la historia, quedan impresos en nuestra mente aunque no los hayamos vivido en directo porque los hemos visto tantas veces que se han metido dentro de nosotros y no se borrarán jamás. El gol de Mista en Gotemburgo, los de Kempes en Madrid con la camiseta de la senyera, el de Morena en la primera supercopa que conquistó un equipo español o el testarazo de Ayala en Málaga pertenecen a esa categoría.

Pero hay otros goles que, aunque fueran menos decisivos en teoría, marcaron un punto de inflexión para la consecución de un título. Son goles olvidados en la memoria colectiva pero que viven en el recuerdo de los buenos aficionados porque ellos saben que significaron mucho más que su utilidad para ganar un partido. El gol de Felman en la prórroga de los octavos de final de la copa del 79 contra el Barcelona, el de Baraja contra Osasuna en un partido de la liga 2002 que se puso cuesta arriba y se decidió en el último segundo o el de Villa ante el Barcelona en el Camp Nou en la copa del 2008 son ejemplos de lo dicho. Son goles que marcaron la historia de aquellos títulos, aunque anotarlos no significara más que pasar una eliminatoria o sumar tres puntos en la clasificación.

Pero hay un gol que ha sobrevivido al paso del tiempo hasta alcanzar la categoría de mítico, el epítome de una liga que se resolvió sin un gol decisivo que  sirva para recordarla. El próximo domingo se cumplirán cincuenta años del gol de Forment al Celta en un encuentro de la vigésimo séptima jornada de la liga 70-71, el campeonato que forjó toda una generación de valencianistas. Hemos visto imágenes de aquel tanto, nos lo sabemos de memoria gracias a los resúmenes televisivos que conmemoran aquella gesta y hasta hemos encendido tracas, gracias a una maravillosa iniciativa de Rafa Lahuerta, para celebrarlo muchos años después, pero es difícil describir lo que significó aquel remate de Forment en el primer palo para los que lo vivimos en directo. Voy a intentarlo.

El Valencia recibía al Celta en Mestalla, entonces Estadio Luis Casanova, a cuatro jornadas para la finalización del campeonato, con un punto de ventaja sobre sus más inmediatos perseguidores: el Atlético de Madrid y el Barcelona. El equipo vigués había sido uno de los tres que había derrotado al Valencia en su estadio en aquella liga, en un partido de la primera vuelta que acabó con uno a cero en el marcador, y se mostró en el coliseo valencianista como un conjunto muy difícil de vencer. Enrique Claramunt abrió el marcador a la media hora aprovechando un balón suelto al borde del área pequeña, pero el Celta empató por medio de Lezcano al comienzo de la segunda parte. El resto del partido fue un acoso continuo de un Valencia que, con más corazón que cabeza, apretó los dientes para lograr los dos puntos, sabedor de que sus rivales en la liga ganaban sus partidos y le igualarían en la clasificación. El vendaval valencianista, empujado por un público entregado, se tradujo en dos goles de Forment que el árbitro anuló por fuera de juego. Tras el segundo, a tres minutos del tiempo reglamentario, el césped se llenó de almohadillas lanzadas por el público en señal de protesta, lo que hizo que el partido se prolongara dos minutos más allá del noventa. En el noventa y dos, se produjo un córner a favor del Valencia y subió todo el equipo a rematar menos Abelardo. Era todo o nada, la última oportunidad de salvar aquel partido y seguir aspirando a la liga. Sergio botó el córner, Forment peinó en el primer palo y el balón entró despacio, como a cámara lenta, en la meta de Gost.

El gol desató una euforia inusitada y hasta entonces contenida. La gente se volvió loca, como si hubiéramos ganado el título, cuando todavía quedaban seis puntos en litigio hasta el final del torneo. Pero todos sabíamos que aquel gol significaba mucho más que dos puntos, mucho más que ganarle al Celta. Era la confirmación de que aquel campeonato, peleado con sangre, sudor y tracas, iba a ser del Valencia aunque todavía no lo hubiéramos conquistado, porque, en la cabeza de Forment estaba todo el valencianismo para tocar el balón y llevarlo al fondo de las redes.

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