VALÈNCIA. Muchas veces las cosas suceden en Estados Unidos y luego se replican en el resto del mundo. Sucedió con la pasión por correr. Que brotó en Norteamérica tras el triunfo de Frank Shorter en el maratón olímpico de Múnich 72 y luego acabó llenando de corredores los caminos y parques de medio planeta. El fenómeno que se viene encima no será tan potente ni tan global, pero veo ciertos paralelismo entre el baloncesto femenino en Estados Unidos y en España.
Ya conté una vez, aquí mismo, el fenómeno que se está viviendo en ‘yankilandia’ con Caitlin Clark, una jugadora de baloncesto excepcional con una pericia en el tiro exterior como no se había visto nunca. Su fama ha ido en aumento y ya tiene el récord absoluto de anotación de la NCAA, la liga universitaria, contabilizando tanto a los hombres como a las mujeres. La escolta superó a Pete Maravich y está triturando un récord tras otro. Su equipo, los Hawkeyes, ha ganado por tercer año consecutivo el Big Ten y ahora se adentra en el March Madness con la intención de alcanzar la Final Four. Un rápido vistazo a su ‘feed’ de Instagram sirve para ver el alcance de su impacto: un post tras otro patrocinados por alguna firma comercial.
La popularidad del baloncesto femenino no bebe solo de las proezas y el dominio del juego de Caitlin Clark. También tiran del carro Angel Reese, Cameron Brink, JuJu Watkins o Kamilla Cardoso, la pívot de South Carolina, el equipo que llega invicto al tramo final de la NCAA, el campeonato nacional. Por primera vez, el interés por el baloncesto femenino ha superado al masculino. Algo que reconoce el mismísimo Kevin Garnett. La leyenda de los Celtics dice que ahora mismo conoce a más jugadoras universitarias que a jugadores.
En España no hay ningún equipo que haya logrado meter a 55.000 espectadores alrededor de una cancha (otro hito en la cuenta de Caitlin Clark), pero en la final de la Copa de la Reina de 2023 sí hubo 10.000. Ese partido se recuerda como si todo el baloncesto femenino hubiera superado un listón. Por eso muchos no entienden que la siguiente edición, la de 2024, que empezó este jueves, se llevara a Huelva, que no tiene baloncesto en la élite y que su pabellón, el Palacio de Deportes Carolina Marín, no llega a las 6.000 butacas.
El talento emerge a chorros en muchas ciudades. Cada año hay nuevas jóvenes que deslumbran por su juego. Las plantillas son más amplias y poderosas. Yo recuerdo otras épocas del baloncesto con equipos que apenas tenían un par de suplentes de garantías. Eso ya es historia y siento que el baloncesto femenino aún tiene que crecer más. Superados los prejuicios machistas, muchos de los que disfrutan de un partido, se enganchan. Y jóvenes como Raquel Carrera, Paula Ginzo, María Conde, Mayte Cazorla o Megan Gustafson están reclutando a miles de niñas que quieren ser como ellas.
Por eso mismo creo que no tiene sentido ponerle límites (de aforo) a este fenómeno que también se está viviendo en España. Valencia también ha recuperado la afición donde antes triunfaron el Dorna Godella y el Ros Casares, y en los playoffs de 2023 ya vimos que podían ir más de 5.000 espectadores a la Fonteta. Es el momento de abonar esta tendencia.