VALÈNCIA. Supervivencia, desesperación, dinero, juegos infantiles y muertos por el camino. No estoy hablando del Valencia CF, sino de “El juego del Calamar” la serie que ha revolucionado Netflix y que estoy devorando ahora.
Para los que no sepáis de qué hablo, es una serie que trata de cómo 456 personas, todas ellas en una difícil situación económica y al borde del abismo personal, participan en una misteriosa competición de supervivencia promovida por una organización asiática en la que hay un gran premio final. Todos compiten en seis pruebas que se basan en juegos infantiles pero en las que arriesgan su vida. Una locura surcoreana que no deja indiferente a nadie.
Pues aquí, en Valencia, hay un juego del calamar de esos o, mejor dicho, pasa lo mismo que en la serie. El entorno valencianista se ha convertido en un juego de supervivencia donde cada uno intenta salvarse como puede, utilizando lo que tiene a mano y moviéndose por intereses infantiles, económicos o de supervivencia.
Por poner un ejemplo, esta semana pasada hemos visto cómo se presentaba la oferta de Zorío con muchos interrogantes y dudas por resolver. Está claro que el hombre se ha dejado su tiempo y dinero en intentar algo, cosa que no es reprochable sino todo lo contrario ya que al menos ha dado la cara. No obstante, la operación con la información que tenemos ofrece muchas dudas: desde el propio proyecto del Valencia CF como garantía, pasando por imitar el modelo del Atlético, para acabar con el extraño reparto de acciones entre otras cosas… Son dudas que, con los datos que él mismo nos ha facilitado, no parece que esté claro. Ojalá me equivoque.
Pero en este juego infantil de supervivencia ya nada nos sorprende. Hemos visto que cada uno de los participantes usa sus armas: judiciales, institucionales o sociales que, siempre que estén dentro de las normas, son bienvenidas. El problema es cuando nos las saltamos y cruzamos alguna línea. Ahí deja de ser solo un juego infantil y pasa a ser otra cosa más complicada. El premio de poder llegar, controlar o participar de las decisiones del Valencia CF es tan goloso como peligroso.
En la serie vemos alianzas entre adversarios y traición entre amigos, todo eso condimentado con una ración de odio y gore que difícilmente la ironía puede maquillar. En Valencia de eso sabemos mucho. Periodistas amigos a los que he visto compartir celebración, mesa y mantel que se tiran los trastos a la cabeza; hasta lo contrario, rivales que han llegado casi a las manos que se unen solo para amedrentar a un tercero. También empresarios valencianos que se han demandado y ahora filtran posibles e inexistentes ofertas con el único objetivo de publicitarse. Y lo más duro de todo, aficionados que tienen el pase juntos que se matan por redes sociales por el mero hecho de opinar distinto. ¿Hasta cuándo vamos a seguir así? ¿Hasta que queden más muertos por el camino? ¿Vale la pena este juego?
Está claro que a todos nos gustaría un cambio de ciclo a mejor para que el muerto no fuera el club, pero el camino no es participar o seguir alimentando estos juegos letales donde la peor parte se la está llevando una afición cansada y que solo querría hablar de fútbol.
Por eso, evidentemente, no podemos permitir tampoco que el club juegue al “Luz verde, luz roja” con periodistas, aficionados o grupos de valencianistas. Partiendo por las redes sociales y acabando por enfrentar a sectores que solo quieren ayudar al Valencia CF. Tampoco podemos permitir que juegue a tensar la cuerda, tender puentes de cristal o tocar las canicas con algunas situaciones que ya deberían estar resueltas–los que veáis la serie lo entenderéis-.
Lo peor de todo es que van cayendo por el camino muchos amigos y compañeros. De manera directa o indirecta esto acaba afectando a todos los estamentos del entorno valencianista. Porque lo que para algunos en redes sociales o en medios de comunicación es solo un juego, para otros es algo mucho más serio.
Sin espoilear mucho, os tengo que avanzar algo, en la serie hay un momento en el que deben decidir si juegan o no. No voy a desvelar lo que ocurre pero sí diré lo que yo hace mucho tiempo decidí: yo, a eso, no juego.