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opinión

El mérito de Giner

21/03/2019 - 

VALÈNCIA. Los tiquismiquis siempre vimos a Fernando Giner, el futbolista, con cierta sospecha. Disculpe usted. Un protoJoaquín de los ochenta con los noventa. Me llegué a comprar, ya lo que faltaba, su libro de anécdotas. El personaje, desengrasante ante la solemnidad, ya trolleaba cuando el inventor de Twitter todavía estaba persiguiendo bisontes. El cerebro de decenas de inocentadas en las concentraciones te podía desfigurar el logo de CIP en la foto oficial del equipo. Qué no haría como defensa. 

Su periplo como ex futbolista llevó aparejado la sospecha, que es una prevención necesaria ante tanto tiburón. La sospecha sobre su búsqueda de acomodo simpático, la sospecha de que fuera complaciente con quienes ‘no’.

Pues bien, ya es momento de corregirnos. Fernando Giner, el ex jugador, tiene un mérito terrible. Su labor, al frente de los que jugaron en el Valencia, evidentemente trasciende ese campo. Giner, antiguo defensa chufero, se ha convertido en un conector. Un fino maestro de la costura cosiendo, con más silencio que jarana, los tejidos de un Valencia tantas veces huérfano de nadie que le cosa. 

Lo del 18 de marzo fue una demostración para reconciliarnos a todos. La brillantez de la idea -debería repetirse, qué sé yo, cada año: el Valencia es la calle- llevó una carga poderosa de continuidad entre miembros de épocas distintas. Una singularidad. Como en cualquier foto de familia, faltaron muchos. No era lo trascendente. Sí lo fue el hecho simbólico de unir al pueblo con sus jugadores, los más humildes y los más rutilantes, en un paseo de horizontalidad que más que una marcha cívica viró en recorrido en el tiempo. Como activar la cinta del revés. Se caminaba hacia atrás. 

Por mucho que haya cierto empeño en usar a Giner de asidero para apuntillar a los dirigentes, la virtud de Giner alcanza la figura de hombre de club. La activación de una sociedad civil no depende solo de sus gobernantes, más bien debe suceder a pesar de ellos. Lo hemos comprobado estos días.

La unión del club, en simbiosis con la ciudad, es un simulacro de las posibilidades que ofrece una masa social tan ancha cuando se le dan motivos. La implicación de los ex futbolistas en la ecuación realza la pertenencia. Ver a Kempes, Arias, Claramunt, Guillot o Roberto Gil junto a Carboni, el Piojo López, Voro o Juan Sánchez, encontrándose con los hijos, nietos o bisnietos de los fundadores, es el mejor chute de autoestima que puede tener una entidad que está aprovechando el año para demostrar la vertebración de sus 100 años; la fortaleza para empujar. 

Vendrán más pesadillas, pero habrá que recurrir a las imágenes del lunes. Entonces volverá a ser necesaria la virtud de quienes lo cosen, como Giner, a partir de un hilo que no se acaba. Tenemos ganas de más.

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