VALÈNCIA. Bertrand Russell, el filósofo más influyente del siglo XX, escribió una frase memorable: "Lo más difícil de aprender en la vida es qué puentes hay que cruzar y qué puentes hay que quemar". El Valencia, que no está muerto pero al que siguen matando, tiene muy claro su futuro. El puente que debe cruzar es la cantera y el puente que debe quemar es Meriton. El equipo ha logrado la permanencia, pero no la salvación. Ese milagro se producirá cuando Peter Lim desaparezca del club, venda sus acciones y el club deje de estar secuestrado por una satrapía irresponsable. Salvado a la brava por un entrenador que se ofreció a la propiedad y por unos chavales que son bastante mejores que los que juegan en el primer equipo, el Valencia esquivó las playas de la vergüenza cuando el agua le llegaba por la cintura. A pesar de diferentes postureos torpes y fotitos de marras, no había nada que celebrar. Absolutamente nada. La temporada, indigna de un club de la dimensión social del Valencia, no acabó en tragedia de casualidad. Meriton hizo todo lo posible para que el equipo se hundiese en el barro, pero los muebles se salvaron en Sevilla, con más pena que gloria. No es triste la verdad. Lo que no tiene, es remedio.
La clasificación, la prueba del algodón no engaña, está ahí. Solo cuatro equipos han sido peores que el Valencia. El equipo se salvó en la última jornada y el valencianismo, que lleva pensando todo el curso que no habrá paz para los malvados, respiró profundamente después de un curso repleto de agonía, desazón y pánico. El Valencia, que hizo lo imposible por lograr bajar a Segunda, seguirá en Primera. Ahora llega la madre de todas las batallas, la auténtica asignatura pendiente: echar a Peter Lim. Ese es el puente que hay que quemar. Uno que corresponde a aficionados, autoridades y políticos. Que nadie se engañe. Que nadie se haga trampas al solitario. Que nadie compre otra burra coja, ciega y sorda con el verano y los fichajes. No es hora de reflexionar. Es hora de actuar. Meriton es el puente que hay que quemar. A lo bonzo y sin contemplaciones. No hay Lim que cien años dure ni valencianista que lo resista. Por un Valencia digno, se tiene que marchar.
Al fondo, asoma Rubén Baraja. Aterrizó como escudo humano ideal para Meriton Holdings. Como parapeto ocasional. Se jugó el prestigio, perdió años de vida y salvó a un equipo histórico convertido en sociedad anónima histérica. Honor. Para Baraja y para Marchena. Ni eran los más indicados, ni tenían la experiencia necesaria, ni su hoja de servicios necesitaba comerse este 'marrón' de proporciones bíblicas. Su aval, su valentía. Tiraron de la guardería de Paterna y tres diamantes de la casa, Javi Guerra, Diego López y Alberto Marí, salvaron la dignidad de una plantilla que debería reflexionar seriamente sobre su nivel. Honor a Baraja y aún más para estos chavales. Han sido, de lejos, lo único decente de un equipo que se ha instalado en la mediocridad. La conclusión es limpia, como una mañana de primavera: Limpieza profunda y los chavales, a jugar. Son más valencianistas que el palo de la bandera, han tirado del carro y se han ganado el respeto de una afición que no debería olvidar qué puente hay que cruzar y qué puente hay que quemar. Llega el verano. Otro más. Que sea el último de Meriton. Si no es así, el Valencia morirá. Que no les engañen. El que avisa no es traidor.