opinión

El señor Lobo

12/07/2019 - 

VALÈNCIA. Hace un cuarto de siglo, Quentin Tarantino volcó todas las horas invertidas, en teoría inútilmente, en la lectura de literatura barata en 'Pulp Fiction', una película que mezclaba historias de gángsters, delincuentes de medio pelo y tipos avispados y en la que conviven personajes memorables. Uno de ellos es el Señor Lobo, un hombre de aspecto aristocrático que se dedica a resolver problemas en apariencia irresolubles. El Señor Lobo aparece para resolver el marrón en el que se meten dos pistoleros cuando, accidentalmente, le vuelan la cabeza a un chico al que llevaban como rehén dentro de un coche. Con una pulcritud admirable, Lobo imparte instrucciones para que el incidente no exista y salvar así el pellejo de quienes la cagaron.

La historia de Tarantino es muy similar a lo que ocurrió en el Valencia cuando, entre Peter Lim y Layhoon Chan, convirtieron el club en un regalo envenenado para los amigos del propietario. No le volaron la cabeza a nadie por accidente, que sepamos, pero con sus caprichos en forma de futbolistas representados por Jorge Mendes y entrenadores que compartían negocios con el clan de Singapur, el club llevaba camino de convertirse en un juguete roto por culpa de las tonterías y la ineptitud de quien lo compró. Dos temporadas de fracasos sirvieron para que Lim se diera cuenta de que poseer un club de fútbol es algo más que una excusa para alardear en las cenas de negocio y decidió dejar la gestión deportiva en manos de un profesional.

Y entonces llegó Mateu Alemany, nuestro Señor Lobo. No tenía aspecto aristocrático, sino más bien descuidado, pero su efectividad y sus contactos con el mundo del fútbol español estaban fuera de toda duda. En sus años como gerente, primero, y presidente, después, del Mallorca, llevó al equipo en dos ocasiones a la Liga de Campeones (solo jugó una, porque perdió en la previa la otra), a dos finales de la copa del rey (ganó una) y a una de la Recopa, mientras vendía y compraba futbolistas con beneficios para su club. En el Valencia, su primera decisión fue elegir a Marcelino como responsable técnico del equipo, cuando la propiedad apostaba por Quique Setién y su interminable fútbol de toque como bandera. Con posterioridad, logró cesiones como las de Kondogbia o Guedes, jugadores clave en el resurgir deportivo del Valencia, pero sobre todo aligeró la plantilla de aquellas rémoras contratadas, a precios millonarios, en los años anteriores, con lo que dio un primer aviso de que sus métodos eran tan implacables como los del personaje de 'Pulp Fiction'.

Su segundo verano, con la garantía de que el equipo disputaría la Liga de Campeones, fue similar al primero, comprando y vendiendo futbolistas para mejorar la plantilla. Pero ha sido en este tercer verano de Alemany como director general cuando hemos comprobado que el Valencia contrató a alguien que realmente le iba a solucionar los problemas.

El Valencia se ha hecho, finalmente, con Maxi Gómez, el delantero por el que suspiraba Marcelino, tras una negociación dura, como si de una partida de póker se tratara. La intromisión del West Ham de Pellegrini, el mismo club que negó la cesión de Chicharito el pasado invierno, ha sido una prueba de cómo se las gasta el señor Lobo, que ha tensado la cuerda, con el as de Santi Mina en la manga, para acabar convenciendo al Celta de que lo mejor era traspasar al uruguayo al Valencia.

Pero, como diría el señor Lobo, no empecemos a chuparnos las pollas todavía. Más que la adquisición de Maxi, el gran mérito de Mateu es haber conseguido desprenderse de Murillo y Abdennour, dos jugadores que estaban destinados a convertirse en los nuevos Aderlán Santos y Negredo, los jugadores que cedes, te olvidas de ellos y, al acabar la temporada, tienes que volver a pensar dónde los recolocas. El colombiano se va a la Sampdoria y el Valencia ganará dinero con él, después de una trayectoria irregular que incluyó una increíble cesión al Barcelona. El tunecino, el verdadero marrón de la plantilla, parece destinado a marcharse al Gençlerbirligi, un club al que habría que invitar al Trofeo Naranja por los servicios prestados en nuestra historia: es el único equipo al que eliminamos en competición europea con un gol de plata (de Vicente, en la UEFA que acabamos ganando en Goteborg) y, además, se lleva la basura como si tal cosa, haciendo que las consecuencias económicas derivadas de la inconsciencia de ficharlo en su momento sean menos gravosas.

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