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El tabú de escribir sobre Juan Soler

10/12/2020 - 

VALÈNCIA. El Valencia, en los últimos años, es uno de los clubes de Europa mejor contados en las hojas. Se puede decir… y se dijo. Hartos de la flagelación afilada, del qué mal se cuenta el Valencia a sí mismo, del relatito y el ánimo fofo, al club de repente le han aparecido libros como en una buena temporada de bolets. Autores solventes, adictos a los datos, mentes imaginativas, fábulas secretas, sociólogos destapados.

Interpreto que se han ido a juntar varios factores clave: la propia necesidad y el vacío por cubrir; la conjunción de opiniones extendidas en torno al entorno digital; o el punto céntrico del centenario. 

Se suceden, por puro instinto generacional, la historias de historias. La apología del blanco y negro. La fortaleza de héroes forjados entre la desdicha y la gloria. Está bien fotografiar la muerte de Vicente Peris como el punto de no retorno, o los dimes y diretes de la conversión en SAD. En cambio, sigue faltando la obra que explique el desastre. Que nos explique tal y como somos ahora. 

Tal vez ocurra como con el humor, que como dijo Mark Twain es igual a tragedia más tiempo. Puede que de aquella tragedia no haya pasado el suficiente tiempo. Pero el Valencia necesita su libro, su historia cruda sobre todo lo que nos pasó desde el año 2004. Sobre cómo aquella pelota dorada que parecía sacada de una mona de Pascua y que simbolizaba la ascensión del Valencia a mejor club del mundo… en realidad era un artefacto. Pura dinamita. Goma-2 en las entrañas de la institución. Volvernos majaras. Echarlo todo a perder. ¿Aprovechar el triunfo para profesionalizar, para avanzar, para sistematizar? Qué demonios. Katana y cianuro. 

El Valencia, como el Perú, empezó a joderse a partir de un cocktail letal de barbitúricos digeridos como epílogo de la fiesta. La confluencia del disparate político, empresarial y deportivo. La ceremonia de zombies destapando un estadio imperial que los devoraría a todos. Uno a uno. 

Y sin embargo, un velo. Un tabú. El precio tan caro (no únicamente en millones) que pagó Juan Soler y su familia, la demostración de cómo el Valencia puede ser mortífero con quien no sabe usarlo, ha supuesto una omertà que más que al interés comprende al respeto humano. 

Pero el Valencia -incluida la generación tiktok que no es consciente de la gala de celos y rabia con la que Ortí fue destronado por Soler en Montecarlo- necesita contar el episodio que más influencia tiene para que el club esté así: en los huesos y tiritando. Son sintomáticos los disparos de balines que nos dedicamos a cuenta del proceso trucado para que este concurso público llamado Valencia lo ganara quien dibujó la propia licitación, esto es, Meriton. Más sintomáticos todavía los olvidos respecto a por qué un club que, con sus achaques, había conseguido una buena posición en la carrera por el fútbol moderno se echó a perder lastrado por sus poseedores. Lim y Murthy son más consecuencia que causa. 

Que el tabú no nos lleve a mentirnos. El espejo deberá evitar nuevos disparates. El Valencia está así de perdido, fundamentalmente, porque desde 2004 le vendió su alma al diablo: esto es, a quienes quisieron convertir al club en la herramienta onanística de sus delirios.

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